No se empeñen. No les dejarán entrar. Como el emperador Domiciano con los nasamones: los gays de derechas o liberales o ambas cosas, no existen. 

Porque esos que se arrogan la representación de este al que llaman colectivo, resulta que pueden hacerlo, y por lo mismo, montar toda la parafernalia que implica celebrar, por ejemplo, el desfile del Orgullo. Porque se les ha dado esa representatividad, el dinero para organizarlo, el poder de decisión sobre cómo gastarlo, la autoridad para decidir cómo se hace, cuáles son sus lemas y de rebote, el derecho a decidir quién puede manifestarse o desfilar y quién no.   

Y ¿saben por qué tienen ese derecho? ¿Por qué –aparte de la superioridad moral que les otorga ser de izquierdas– pueden actuar como actúan? ¿Qué es lo que les hace árbitros de los buenos y los malos gays? El hecho de que su existencia está recogida, reconocida y avalada por las leyes LGTBIQ. 

Pongamos la de Madrid, o la de Murcia, o la de Galicia… ¿Quién creen que las impulsó? ¿Podemos? ¿El PSOE? ¿Izquierda Unida? No. Supongamos que porque no gobernaban en esas comunidades ¿Quién queda entonces? El PP, con el concurso y apoyo de Ciudadanos.

¿Quién las cuestiona? ¿Quién lo hace alegando que contienen algunos artículos que vulneran derechos fundamentales como la presunción de inocencia o la libertad de expresión? ¿Quién denuncia la existencia de toda una red  de chiringuitos y de sueldos justificados por la Ley, que se comen la mayor parte del presupuesto que estas leyes prevén? ¿Quién exige que, por ejemplo, en el caso de las leyes integrales contra la violencia de género, el dinero se destine a la protección de las víctimas en lugar de  gastarlo en nóminas o acabar en los bolsillos de la ristra de asociaciones del tema? (Como se está viendo en Andalucía) Lo han adivinado. Ese tipo de pensamientos sólo pueden partir de alguien homófobo, machista y –qué demonios– fascista. 

Alguien que, en palabras del ministro Grande-Marlaska, pone en riesgo nada más y nada menos que derechos humanos. Y yo me pregunto ¿desde cuándo ha dejado de ser un derecho humano cuestionar lo que en cualquier circunstancia debería poder ser cuestionado desde la razón? ¿Desde cuándo ha dejado de serlo poner en duda que haya una única manera de defender a quien necesita ser defendido? ¿Cuándo se ha decidido que hay temas que sólo pueden ser tratados desde una sola óptica? ¿Por qué ser mujer o gay o ambas cosas debe vivirse desde los principios que dictan otros? ¿Desde cuándo disentir merece la muerte social y política cuando no la sanción administrativa o el reproche penal? 

No se trata de defender o no a uno u otro colectivo. No va de eso y cuanto antes lo entendamos y acabemos con esta farsa, antes dejaremos de enzarzarnos en un debate tramposo en las formas y en los argumentos, imposible de ganar.   

Ya lo hemos vivido con el Ecologismo, con la Cultura, con la Educación, con la Lengua –en las comunidades bilingües– y hasta con la memoria de nuestros mayores. Ya sabemos de qué va. 

Ya nos han llamado fascistas por no comulgar con su visión unidireccional de todos y cada uno de esos temas. Y sí, también por atrevernos a mencionar motivos económicos –¿saben cuántas nóminas penden de cada una de estas “luchas”?– detrás de la motivación de muchas de las manifestaciones y protestas que hemos vivido. 

Pero sigan errando el tiro. Intenten sobre todas las cosas hacerse perdonar. Claudicar ante los que han convertido ser gay, como ser mujer, en una categoría. Adoptar –adaptándolos o no–  sus argumentos, usar su terminología, redactar las leyes en los términos que ellos deciden. No les importa. Les darán una y otra vez con la puerta en las narices y si lo consideran necesario, extremarán la propaganda hasta conseguir que les agredan. Y entonces serán ustedes los culpables. Por provocar.  

Grande-Marlaska se comportó como un hooligan porque cree que tiene razón y por eso no se avergüenza de haber puesto en la diana del Orgullo a los de Ciudadanos. Por los mismos motivos, el socialista del culo peludo tampoco. Ambos se justifican porque  creen estar en el lado correcto. La cuestión es que aquellos a quienes consideran apropiado agredir, hasta ahora, les han dado la razón.