La pregunta se repite entre los huérfanos de Vox. ¿Dónde está Abascal? La herida de la derecha supura sangre verde y el mesías que prometió recuperar el paraíso de los valores de siempre, ya no está, se esfumó, dejando solos y a la deriva a todos los cómplices del asalto al fortín conservador.

Tenían un plan perfecto, las redes sociales cubiertas de gritos, acobardados unos cuantos por la intensidad que había en cualquier propuesta. Sus votantes se inmolaron en el salón de la casa que sentían amenazada por el mito progre: hicieron estallar a la derechita, como si destrozaran el espejo.

Bailaron sobre la herencia demolida de Fraga, le birlaron otro partido al sueño de Aznar, se escaparon durante la siesta de Rajoy a conquistar el desierto de Prisa. Cataluña justificaba la aventura, vieron en Torra el monstruo final de la derecha apolillada. De la épica nos cansamos todos. Y Abascal anda ahora de retiro contemplando la desolación, haciendo equilibrios en la sombra para no gastarse.

Esquiva cualquier responsabilidad pública en el negocio de la democracia. El mercadeo de escaños y favores es demasiado complicado para él: sólo quería plantar una bandera gigante en el Congreso, ponerse a la sombra a ver cómo se solucionaban los problemas del país. Lo entiendo: lo mejor de crear un partido son los primeros días, elegir el nombre, los colores, el primer programa. Luego, se acumulan los problemas, hay muchas cosas que resolver antes de poner-a-España-donde-se-merece, el lugar sin concretar de Abascal: quizá se haya escondido ahí.

Vox sigue perdido tras el fracaso codificado de las elecciones generales. La compasión del buen debut no les servía. Además, la segunda fila del partido no refleja carisma. Era más interesante cuando sólo parecían ser interesantes, los verdaderos cerebros que acompañaban al malote. Ortega Smith susurra a los candidatos de provincias teorías demasiado elaboradas sobre violencia de género y el matrimonio marea la perdiz, consciente de que no queda España para tanta familia numerosa. Preferimos viajar low cost que invertir en hijos.

Santiago Abascal reza para que Sánchez sea investido presidente del Gobierno. Que no haya nuevas elecciones sería idóneo para su estrategia de francotirador sin balas. Llegaría desnudo a noviembre, desvalijado, haciéndole las maletas a la metáfora vacía del imperio. Oculto, espera su oportunidad para colocar de nuevo un viral que lo resucite, preferiblemente pronunciado en el estrado. Es el plan: decir lo mismo de siempre pero en el Parlamento. Qué pereza, de verdad.

El retraso de la investidura tiene en vilo al conquistador a caballo, al candidato rústico que fundía a Zapatero con la mirada, al jefe de Estado de la Españita eterna, al Neo del Matrix de toros y ginebra. ¿Dónde está Abascal? ¿Dónde está nuestro Chuck Norris de la patria?