Y llegó la noche electoral, y mientras los populares sumaban sus escaños propios o el número de sus concejales a los de  Ciudadanos y Vox para ver si el resultado alcanzaba la cifra mágica de la mayoría absoluta, Pedro Sánchez en su comparecencia ante los medios, por primera vez ponía ante los españoles algo veraz: la llamada a que PP y Ciudadanos no cayesen en la tentación de unir sus votos a los de Vox con el propósito de descabalgar a la izquierda de alcaldías y parlamentos autonómicos. 

Y digo veraz, porque era muy consciente de que el relato criminalizador de Vox había ganado la partida, y sólo desde esa perspectiva podía lanzar una sugerencia que, en ningún caso, nadie se atrevió a hacer cuando la ultraizquierda de Podemos se convirtió en comodín necesario –cuando no en protagonista– del cambio, en comunidades o en ayuntamientos como Madrid, sin ir más lejos, en el 2015. 

Pero también fue veraz porque ponía sobre la mesa –justo en el mismo momento en que la gente de derechas, centroderecha o lo que sea, estaba haciendo esas mismas sumas y alegrándose cuando el resultado daba para que la izquierda no gobernase en su ciudad o en su comunidad– que estaban dando por hecho que podían contar con los tres sumandos –los tres partidos, para que se entienda– y eso no tenía por qué ser necesariamente así.  

Recuerdo cuando de niña bregaba por primera vez con los problemas de ecuaciones. Era imposible  averiguar la x (gallinas) o la y (vacas) utilizando en las operaciones a la vez las patas de las gallinas y las de las vacas, aunque el resultado fuese también un número que hasta podía acercarse a la solución correcta. Porque no, porque ese no era el modo de despejar la incógnita. Hasta que no entendí eso, no conseguí resolver un solo problema.  

Tal cual: cuatro días después, mientras Sánchez pasea su estampa de estadista europeo de la mano de Macron (con el que coincide en las hechuras  pero no en el grupo político en la Eurocámara, que eso es cosa de Rivera), el número de patas empieza a no cuadrar con el de las gallinas y el de las vacas. O por decirlo de otro modo: quizás las sumas no sean las de la noche electoral.

Si tomamos los de “la foto de Colón” –que a estas alturas ya parece la de las Azores–lo primero que toca decir es algo para mí bastante obvio –y así lo he repetido en muchas ocasiones–. A saber: Ciudadanos no es un partido de derechas, ni de centroderecha, ni es, por supuesto la “derecha guay” o la “derecha moderna”, a pesar de lo que hayan creído los antiguos votantes del PP que han optado –ahora y en las anteriores elecciones– por sustituir a su partido de referencia por la formación de Rivera. 

Es cierto que se lo han puesto difícil a la hora de ubicarlo ideológicamente. Por un lado, su oposición al nacionalismo catalán, que dio origen a su nacimiento, hizo que se le situase inmediatamente a la derecha –en la sección “fascistas” del imaginario separatista–. ¿Había algo en su documento programático que hiciese pensar que era así? No. Todo lo contrario. Pero se olvidó cómo funcionan los automatismos mentales separatistas y lo fácil que es que impongan sus etiquetas.  

Sin embargo, una vez comprobado lo útil de esa ambigüedad a la hora de captar votos a la derecha ¿por qué no continuar con la farsa y navegar en la ambigüedad, reforzando la estrategia de cara a  las elecciones, fichando líderes agraviados con poco o ningún futuro en el PP, convenientemente compensados con descabalgados del PSOE?  Dicho y hecho. Y aunque los resultados electorales de Ciudadanos no son para echar las campanas al vuelo, le han dado la llave de alguna que otra comunidad y ciudad importante (Madrid, nada menos).  

Y ¿qué pasa con Vox? Pues parece que empieza a hartarse del papel de Cenicienta que aceptó sin cuestionarse tras las elecciones andaluzas, y de que se hable mal  de ellos, no a sus espaldas, sino en su cara pero como si no estuviesen presentes. 

Y digo yo que no es sólo una cuestión de orgullo herido. La lógica aconseja que si vas a humillar a un partido (y de paso a sus votantes), te molestes al menos en acariciarle el lomo. Dar por sentado que su sentido de la responsabilidad prevalecerá por mucho que le insultes es una apuesta arriesgada, si no en el corto, sí en el medio plazo.    

Ciudadanos se pone faltón con Vox porque puede, porque muchos de sus dirigentes  son de izquierdas y se sienten mucho más cómodos con el PSOE que con el PP. Así que si los números dan, y no hay otras estrategias que lo desaconsejen, pactarán con los socialistas

En cuanto a los dirigentes del PP, no pueden permitirse ese lujo. Es cierto que en algunos de ellos el desprecio hacia Vox tiene que ver con su propia posición sobre  ciertas cuestiones que defendió el PP y ahora lo hace Vox, y que ni en broma aceptarán que vuelvan a estar en la agenda popular. Algunos le llaman a eso “el giro al centro”. 

Pero volvemos a los problemas de ecuaciones. Gallinas, vacas. Las cuentas ya empiezan a no salir.