Son demasiadas las posibilidades que se abrieron el domingo como para sacar conclusiones precipitadas. Algo normal con cinco fuerzas nacionales en la España no aquejada de nacionalismo, y siete u ocho en alguna de las afectadas. Quien, echando un vistazo a las gráficas definitivas, pretenda extraer conclusiones asimismo definitivas, yerra forzosamente. La variedad del fenómeno lo hace inaprehensible. Por mucha carrera que lleve encima el analista, desconoce extremos que ni los propios partidos han examinado todavía y cuyo análisis será largo, tendrá en cuenta múltiples factores y se traducirá en decisiones firmes solo después de una sucesión de puestas en común con potenciales socios. Mucha calma.

Luego está el ruido interesado. Si a menudo un resultado da más juego del que aparece a simple vista, el ruido deliberado que emiten las correas de transmisión mediáticas de este o aquel partido, su empeño en forzar interpretaciones pro domo sua, aumentan la confusión.

Añádanse la estridencia y la furia de las redes, la descarada agit prop vertida en millares de identidades concertadas justamente para impedir la serena lectura, pues las redes rebotan en los medios, y el resultado resulta ensordecedor. Y dado que esperar unos días, unas semanas en realidad, antes de pronunciarse, es imposible ante la urgente demanda de sentido, algún esfuerzo habrá que hacer para dejar conclusiones mínimas. Voy.

Las alcaldesas “del cambio” habrán tenido un mandato al frente de las dos principales ciudades de España. No más. La especie de confederación que seguimos llamando Podemos, de cuyo tronco se fueron desmarcado ambas casi desde el principio, ha sufrido una caída generalizada. No viene al caso desmenuzar los errores en que ha incurrido Pablo Iglesias; porque son muchos y porque no quiero dar pistas.

Vox, el partido al que los medios dizque progresistas se han empeñado en inflar en una operación simétrica a la que llevó en su día a la glorificación de Podemos, se ha desinflado deprisa.

Ciudadanos se ha consolidado como tercer partido nacional. Su crecimiento es notable, constituyendo un ejercicio burdo tratar de compararlo en número de concejales con partidos implantados en todo el territorio nacional —ocho mil municipios—, cuando la juventud de la formación convierte en proeza que haya llegado a dos mil municipios. Va a estar presente en un buen puñado de ejecutivos autonómicos.

El PP interpreta los resultados más en clave interna que externa, empujado por querellas intestinas y resistencias sobre las que no sería decoroso que me pronunciara. En todo caso, necesita pactos para lucir, y mejor sería que dejara de aplicarse en sumas automáticas de lo diferente. Ciudadanos coincide con ellos en el constitucionalismo y difiere en un sinfín de recetas específicas relativas a los dos pilares de los liberales: regeneración y modernización.

El PSOE ha obtenido un buen resultado. Excelente en algunos casos, como las elecciones europeas. En cuanto a mayorías absolutas en comunidades autónomas, se deben a Page y a Vara, que no se cuentan entre lo más representativo del sanchismo. Ni a ellos ni a Borrell les entusiasma la política de appeasement ante el separatismo.