Trapiello escribe en Mundo es que su hijo llevaba suspensos a casa “sin comprender del todo él cómo podía sucederle una cosa así a alguien a quien la naturaleza había bendecido con una buena estrella como la suya”. Soy experto en suspensos, pasé la ESO comprobando la resistencia al suspenso de mis padres, por lo que puedo escribir sobre ellos como voz autorizada. También tenía esa sensación cuando recibía el boletín de notas, acribillado por los IN: ¿qué ha podido pasar?, me preguntaba, desconcertado con la posibilidad de suspender asignaturas que ni recordaba haber estudiado. Existía una diferencia absurda entre lo que esperaba de la realidad y la realidad, que constituía un vuelco inesperado a mis expectativas al final de cada trimestre, a pesar de mis oposiciones al suspenso. Fueron veranos muy solitarios.

La travesía de la nueva izquierda por la jungla del Antiguo Régimen y la Transición mantiene el mismo ritmo de decepciones que mi maltrecho paso por la Logse. La sorpresa no les retira el saludo a Iglesias y sus amigos, que se pasan las noches electorales mirándose unos a otros, seguros de haber hecho las cosas bien otra vez. Desde la alerta antifascista en Andalucía, Iglesias parece haber interiorizado la derrota bajo distintos registros como interiorizó Izquierda Unida la irrelevancia. Kichi va por ahí haciendo de Anguita sin chilaba ni Córdoba, convencido de que Cádiz será, por lo pronto, la tumba de su índice de masa corporal. 

Quizá haya una lectura muy simple. No hay suficientes votos para mantener tanto meme, arruinadas las mareas interiores por el branding, otra pequeña tragedia posmoderna. Los collages de Rosalía eran de una factura impecable, convertida Isa Serra –tenemos cierta confianza– en la musa que iba a hacer tra-tra a la derecha, barriendo fachas con el ritmo ragatanga. ¿Qué pudo fallar con la referencia de Juego de Tronos? La culpa la tienen los guionistas, que no entendieron exactamente las necesidades de Podemos.

Trapiello podría haber escrito la misma frase sobre su hijo refiriéndose a Pablo Iglesias tras su reacción a los resultados de las últimas elecciones, incluidas las generales, cuando tradujo las toneladas de votos perdidos en la oportunidad de su vida. Iglesias ha pasado la campaña de las municipales buscándose un hueco en el Consejo de Ministros, prendida la ambición del perdedor, que es la más caliente.

La rabia del principio contra la casta era la única forma de que le dejaran acceder a la endogamia política que decía odiar, tras dejar la endogamia universitaria. Sólo quería entrar, al menos como enemigo. No hay inercia, marchita la coleta. Ya no cabalga contradicciones, sino derrotas, convencido de que la única forma que le queda de llegar a donde siempre quiso es disimular: asaltar los cielos disimulando.