La verdad es que no eran muchas -doce, quince como máximo-. Oímos sus gritos mientras trabajábamos en nuestros despachos y, sin ponernos de acuerdo, Patricia Reyes, Melisa Rodríguez y yo decidimos bajar a hablar con ellas a preguntar qué querían. La escena que se desarrolló a continuación habría podido escribirla cualquier humorista: un montón de jóvenes lideradas por una que llevaba un megáfono, nosotras tres y una nube de periodistas.

Las presuntas feministas gritaban consignas tan poco millenials como “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Cuando nos vieron venir hubo unos segundos de perplejidad, tras los cuales la que parecía la jefa de la banda aulló “¡No nos gusta vuestro manifiesto!”. Patricia preguntó si se lo había leído, y la respuesta hubiese deslumbrado al mismísimo Gila: “No, no nos leemos nada de Ciudadanos”.

A partir de ahí, la escena se desarrolló con detalles surrealistas, pero se la resumo: una abogada especializada en violencia machista curtida en el turno de oficio discutiendo con una muchacha que llevaba un megáfono y parecía estar aprovechando la huelga para hacer pellas en la Uni. La mitad de las chicas llevaban la cara tapada con pañuelos. Les pregunté por qué ocultaban sus rostros, y la respuesta la ovacionó Buñuel: “Porque no queremos que nos vean”. Toma castaña.

Las presuntas feministas se disolvieron pacíficamente llamándonos “liberales” y berreando “fuera de nuestros barrios”, que no sé si querían que nos marchásemos nosotras del castizo vecindario de Ventas o si estaban sugiriendo que nos llevásemos la sede entera al barrio de Salamanca.

Luego, por la tarde, en la manifestación, una mujer airada se acercó a la pancarta que sujetábamos con la sana intención de expulsarnos de la marcha: “No os queremos aquí”, dijo, sería y circunspecta, y a mí me dio la risa cuando se quedó como esperando que recogiésemos el cartel y nos marchásemos.

La mujer se puso a discutir con Inés Arrimadas, que ya son ganas de hacer el indio, y se marchó como había venido, preparada para decirle a las colegas “que dicen que no, que se quedan”, como el machito que en el bar se acerca a un grupo de tías para invitarlas a unirse a su pandilla y tiene que volver a decir a los que esperan el veredicto que le han mandado a tomar viento.

Lo curioso de todo esto es que hay gente que se cree que puede echar a otra gente del lugar que ha elegido: de un barrio, de una protesta, de un pensamiento. La chica del megáfono y la mujer de la manifestación fueron sólo la cara visible y humana de quienes el 8-M pretendieron discutir a las mujeres de Ciudadanos el derecho a reivindicar el feminismo liberal con el que nos sentimos identificadas, y marcharon trasquiladas. No sé si se dan cuenta, pero este 8-M les hemos dejado claro a ellas y a otras como ellas que el feminismo no es su cortijo.