Punto de inflexión: un importante informe sobre el clima elaborado por Naciones Unidas describe un mundo con escasez de alimentos e incendios incontrolados cada vez peores, además de la extinción masiva de arrecifes de coral en una fecha tan cercana como 2040.

El concepto de naturaleza como un elemento estático al servicio de la humanidad ha prevalecido durante mucho tiempo. Sin embargo, los más sabios se han dado cuenta de que esta perspectiva nos conducirá al desastre. El medio ambiente ya no es una preocupación secundaria; de hecho, no es otra cosa que el imperativo que debería guiar todas las cuestiones futuras referidas al desarrollo a largo plazo.

Mientras naciones industrializadas como Brasil o China siguen creciendo y sus clases medias continúan haciéndose más grandes, y tras el rechazo de Estados Unidos al Acuerdo de París, es más necesario que nunca que pequeños países como Chile, que a menudo son los que se llevan la peor parte de los daños que se producen en las costas debido al cambio climático, trabajen en la dirección de preservar el medio ambiente a la vez que mantienen el impulso del avance económico.

Somos la última generación con capacidad de decisión para evitar una catástrofe en todo el planeta

Las buenas noticias son que la urgencia de nuestra situación medioambiental actual ha acelerado nuestra toma de conciencia. Las malas, que ya llegamos tarde. Somos la última generación con capacidad de decisión que puede actuar para evitar una catástrofe en todo el planeta. Las decisiones que tomamos hoy pueden conducirnos hacia un futuro con un medio ambiente más fuerte o pueden minar las reservas de alimentos, agua y energía en las próximas décadas.

Entender el significado de la problemática medioambiental en cualquier debate sobre desarrollo conduce inevitablemente a cuestionar su coste. Atenuar los efectos de modelos de producción ya obsoletos y, sobre todo, adaptarlos e implementar procesos de transición, requiere la asignación de una considerable cantidad de recursos. Una vez que asumamos que el concepto de crecimiento económico a corto plazo no puede ser el principio que nos guíe, las siguientes cuestiones serán: ¿cuánto queremos invertir en esto?, ¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar?

No hay una respuesta fácil. Pero la clave está en entender que cualquier lectura económica debe reconocer el coste relativamente bajo de seguir esta senda, especialmente si tenemos en cuenta los efectos del aumento de los niveles de CO2.

Cada día aparecen nuevos estudios que proporcionan evidencias del precio de la inacción: sequías, incendios forestales, fuertes tormentas o lluvias torrenciales, con un serio impacto en cosechas, ganado o infraestructuras. El precio de la inacción también es visible en el desplazamiento forzoso de millones de personas, o en sistemas sanitarios públicos que repentinamente se ven sometidos a la presión de actuar ante nuevos escenarios epidemiológicos.

Según el Banco Mundial, el impacto de estos desastres naturales extremos supone el equivalente a pérdidas de 520.000 millones de dólares en consumos anuales. De hecho, el cambio climático podría suponer que 100 millones de personas vivieran en condiciones de extrema pobreza en 2030. Como ya han señalado los expertos, si no gestionamos el cambio climático, estamos, sencillamente, anulando el desarrollo.

Esta es una tarea con la que ya empezamos a comprometernos, al menos en parte, en Chile. Gracias a una agresiva agenda energética establecida en 2014, durante mi segundo mandato como presidenta, hemos triplicado la cantidad de energía renovable en nuestras bases y hemos bajado los precios de 130 dólares por megavatio-hora a 32. Antes de 2014, no solamente dependíamos de la energía importada de otros países, sino que también estábamos a merced de largas y duras sequías. Desde entonces, hemos aprovechado la energía del sol y el viento en nuestros desiertos y en nuestras costas, además de hacer uso del vapor procedente del interior de nuestros volcanes gracias a plantas geotermales. Aumentamos el área de aguas oceánicas bajo protección estatal para preservar nuestras reservas pesqueras y el ecosistema costero. Trabajando junto al sector privado, también conseguimos aumentar la protección de la tierra en una zona del tamaño de Suiza, lo que nos abre un mundo lleno de posibilidades en el desarrollo del turismo sostenible. También estamos invirtiendo en el futuro con los primeros impuestos verdes de la región y con la prohibición del uso de bolsas de plástico.

Hemos descubierto que reducir las emisiones es un buen negocio

Hemos demostrado que los modelos de producción pueden evolucionar. Al igual que han hecho Islandia y Costa Rica, hemos descubierto que reducir las emisiones es un buen negocio. Y hemos demostrado que todos los países, grandes y pequeños, pueden ser punta de lanza de importantes soluciones a los retos medioambientales.

Pero si lo que realmente queremos es una transformación global, no podemos esperar que cada país haga lo mismo y que lo haga por su cuenta. Debemos comprometernos a emplear nuestras energías en conjunto para defender el bien común y encontrar un equilibrio entre el crecimiento económico, la creación de empleo y las exigencias medioambientales. Fracasaremos si continuamos haciendo las cosas como hasta ahora. Semejante actitud se ha convertido en un camino letal entre la explosión demográfica, la creciente demanda energética y nuestros peligrosos hábitos de consumo. La cooperación internacional, como los esfuerzos del Acuerdo de París y la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, proporcionan un marco para coordinar esfuerzos, apoyar a las naciones más rezagadas y sugerir alternativas.

Pero también es necesario avanzar con una estrategia, al igual que hizo Estados Unidos con el Plan Marshall, cuando ofreció ayuda económica a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Una estrategia que acelere nuestras acciones, que permita inversiones viables y que marque la diferencia para, entre otras cosas, absorber los riesgos del cambio en el modelo productivo que nuestras economías requieren.

Surge ahora un mundo de posibilidades sin explorar, por ejemplo, cuando hablamos de transformación energética. Project Drawdown, una coalición medioambiental sin ánimo de lucro, estima que un aumento del 21,6% de la producción global de energía eólica en las costas, reduciría las emisiones de CO2 en 84,6 gigatones y supondría un ahorro de 7,4 billones de dólares.

Ha llegado el momento de ponerle precio al tipo de desarrollo que debe esperarse para generar una cohesión y una paz duraderas. Porque es de eso de lo que se trata: la supervivencia de la humanidad, haciendo lo correcto.

Michelle Bachelet fue la primera mujer en presidir Chile (2006-2010 y 2014-2018). Es Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. © 2018. The New York Times and Michelle Bachelet.