La metáfora más deslumbrante y a la vez cruel para definir la política del presidente Sánchez en su intento por resolver el desafío independentista catalán la ha grabado sobre mármol y para la posteridad Josep Borrell: "Política ibuprofeno".

Claro que el ministro pretendía echarle un capote al Gobierno, elogiar la actitud de quien procura ante todo enfriar una situación candente. Pero recurrir al ingenio tiene el peligro de las hojas de afeitar: más pronto o más tarde el filo arranca un inesperado brote de sangre. A Villegas jamás le pillarán en una de esas.

No dirán que no tiene guasa que el mismo Gobierno que presume de ser pionero en Europa en combatir las pseudoterapias, proyecto en el que ha involucrado hasta a Pedro Duque por eso de darle solemnidad científica, haya echado mano de la homeopatía para tratar el golpe separatista.

Las palabras del doctor Sánchez invocando ahora el peso de la ley como nuevo tratamiento han de sonar huecas a la fuerza. Y no sólo por anteriores errores de diagnóstico, el más grave de los cuales es haber sacado a Susana Díaz de la Junta cuando lo previsto era retirar a Franco de la tumba. 

Después de haber visto (y olido) los ataques recurrentes a las sedes judiciales y a los domicilios de los jueces, a las oficinas de partidos políticos, a comercios; después del vandalismo y los cortes de calles, de la apropiación del espacio público, de los escraches, de la toma al asalto de las estaciones de peaje de las carreteras; después de observar la pasividad de los Mossos; después de escuchar la amenaza de la "vía eslovena"; después de tantas cosas, hoy, gracias a Borrell, miles, quizás millones de ciudadanos se preguntan cómo pretendía resolver Sánchez el golpe separatista con un antiinflamatorio.