Con el éxito de Vox de acabó definitivamente la dulzura de vivir: el lujo del que hemos disfrutado los españoles desde la muerte de Franco hasta hace nada; hasta antes de Vox, pero que con Vox se confirma. La relajación patriótica de estar años y años sin bandera, con una irrelevancia casi absoluta de la bandera. Con dos excepciones españolas: el País Vasco y Cataluña, que no disfrutaron del lujo porque en cuanto murió Franco se les vino encima el franquismo alternativo de sus nacionalismos.

Después de España, tuvieron hasta en la sopa a sus Españitas, como las llamaba inolvidablemente el ácrata Agustín García Calvo. Pero fuera de esas regiones atosigantes: ¡qué dulzura! De esa dulzura ya pasada tendremos que alimentarnos el resto de nuestra vida... Una vida que se presenta políticamente atosigante también.

Me acuerdo con frecuencia de una anotación mía de 1991, que documenta aquel descanso. Pertenece a mi diario Oficio pasajero, que aún no he querido publicar. Yo andaba estudiando unas oposiciones de Literatura y escribí esto: "Impregnación de abulia al seguir con el tema de la generación del 98. Qué mediocridad hay en nuestros abatimientos actuales: ya todo este marasmo, esta zozobra de la voluntad la vivieron nuestros bisabuelos. Es cierto que la época ha podado en nosotros el ‘tema de España’ (¡y menuda poda!), pero en las cuestiones morales seguimos con lo mismo –si se quiere, de un modo más chic (aunque esto ya también lo hacían por entonces los modernistas)”. 

Aquello era vida: andar abatido y sumido en la “zozobra de la voluntad”, pero sin presión patriótica. Qué ligereza se percibe ahora. Y exactamente dulzura. El “tema de España” sonaba a chino: estaba resuelto. Ni un roce cotidiano. Ahora se percibe también lo que había de dejadez, y quizá irresponsabilidad, en ello: ¡pero que nos quiten lo no patrioteado! La conclusión es melancólica a tope: aquel lujo era insostenible. Por nuestra ausencia de bandera se colaron –y con cuánta pesadez, algunas chorreando sangre– las otras banderas. Parece que el ser humano, animalito, no puede estar sin bandera: si atenúa elegantemente la suya, lo aplastan con otras. Parece que hay que ser patriota de algún modo, en legítima defensa; me refiero a un patriotismo más caliente que el constitucional. Aunque a algunos nos pilla ya muy viejos.

Los nacionalistas vascos y catalanes, y nuestros populistas, querían un espejo y ya lo tienen: Vox. Pero deben seguir trabajando, hasta que Vox haya cometido, si las comete, algunas de las aberraciones ultraderechistas (¡o ultraizquierdistas!) que todos ellos han cometido ya. Hasta las heces.