El Gobierno de Sánchez pretende que los alumnos de bachillerato puedan obtener su título con una asignatura suspensa. La propuesta, bendecida por la ministra Celáa, habla de “compensación”: si al estudiante sólo le queda una asignatura, le será aprobada. Dicen que es para “corregir desigualdades”.

Yo digo que bajar el nivel de exigencia sólo sirve para ahondar en ellas. Para hacer más profundo el socavón que separa la mediocridad de la excelencia. Igualar por abajo hace más pequeñas las salidas de los que tienen menos oportunidades. Aprobar matemáticas (o física, o historia) a un alumno sin conocimientos no supone proporcionarle un punto de apoyo, sino que ingrese en el mundo con una vía de agua en el casco, que podrá cerrar de mala manera si tiene un poco de suerte… y si no la tiene le hará naufragar en mitad de la travesía

Desde tiempo inmemorial, a todos los estudiantes, incluso a los muy buenos, se les atasca una asignatura. No pasa nada: el alumno dedica una dosis extra de esfuerzo para sacarla adelante. Y si, llegado el momento, se va a quedar sin pasar de ciclo por culpa de una materia habiendo resuelto las otras brillantemente, lo normal es que el propio profesor abra un poco la mano y convierta en un cinco el cuatro y medio, muchas veces en atención a ese esfuerzo suplementario. Pero cosa distinta es que desde principio de curso un chico, o una chica, sepan que pueden seguir adelante con un cero en física, en historia o en matemáticas.

¿Cómo creen Celáa y sus asesores que encarará las clases de la asignatura antipática ese estudiante que sabe que no le hace falta aprobarla? ¿Han pensado en la frustración de ese profesor que el primer día de clase ya sabe que dos o tres chavales van a pasar de su materia porque no va a servir para aguarles la fiesta? ¿En el desánimo de los chicos que demuestran competencia en todas las asignaturas? No, no lo han pensado. Ni en eso ni en nada. 

Estamos destrozando el sistema a base de empeñarnos en desbrozar el camino para que los jóvenes se lo encuentren alfombrado de césped. La ética del esfuerzo, del trabajo, de la mínima disciplina, se aprenden cuando uno aún no se es adulto. Y los rudimentos de sabiduría se adquieren en la primera y segunda enseñanza.

Miren, el pasado mes de junio, más de 200.000 licenciados universitarios se presentaron a un examen para ingresar como docentes en centros públicos de educación secundaria. Había 20.698 plazas. Sin embargo, el 9,6% de los puestos no se cubrieron. La cantidad de faltas de ortografía de muchos de los opositores les fue restando puntuación hasta hacerles suspender el examen. Cuando yo estaba en COU, mi profesor de literatura nos quitaba medio punto por cada incorrección ortográfica. Supongo que este Gobierno habría dicho que es un sádico, pero ninguno de sus alumnos suspendió nunca un examen por colocar mal las bes, las haches o las uves.