España estaba comatosa, medio morcillona en lo político y en lo económico, con el frío y los sabañones asomando. Se vio a Carmen Calvo en un intento de mantilla española laica y sin peineta: allí, en la mismísima Santa Sede, con la vicepresidenta negociando que los huesos de Franco no entren en esa entrañable horterada de La Almudena. 

Digo que estaba España con sus cosas de siempre, con las guerras intestinas en la derechita cobarde y con la progresía federalista retozando en el disparate. Estaba el país en la mismísima inopia, con el aburrimiento de un CIS fantasioso y rezando las misas de réquiem a Lopetegui, hasta que reapareció el excomisario Villarejo con sus cintas. Y entonces volvimos a sentir que el periodismo puede ser maravilloso. 

Villarejo es la España de siempre grabada, con sus repentes, con sus giros lingüísticos y sus contingencias. Con esa democratización que hay entre todos los que salen en sus cintas. El Polla de Hierro, el ascensor de Génova 13 y la guerra entre Soraya y Cospedal en el barro cloaquero nos devuelven a una España que no se fue del todo. Acaso porque es la más nuestra.

Villarejo no tiene una dicción perfecta, pero sus transcripciones -que nos van aumentando la otitis- revelan a un país castizón, con sus miserias y sus parkings secretos. De Lola Delgado a Lola Cospedal discurre un país de Lolas ambiciosas, irredentas, que animan las tardes en forocoches. Salir en las cintas de Villarejo es una equiparación sonora en tanto que todos los españoles son iguales para Villarejo.

Si el periodismo es el segundero de la Historia y el periodista es un salvador de instantes y un cantor de lo cotidiano, Villarejo es el cronista total de la Historia de España. Como Miguel Delibes, tiene Villarejo un encanto inconfundible para poner motes y apodos. 

La calidad sonora de las cintas se la perdonamos, que Villarejo tiene el don de la ubicuidad, un zapatófono a mano, y esa simpatía natural de los agentes dobles nacidos en el solar hispánico. 

La fonoteca de José Manuel Villarejo es algo mitológico, inagotable: como el Universo, sin fin ni principio que sepamos. A cada nueva grabación del exlaureado excomisario hay un exministro y un ministro que ven que la tierra se abre bajo los pies.

El problema es que llegará el día en que los afectados por Villarejo se constituirán en lobby sindicado y pedirán visibilidad y paguita inclusiva.

Villarejo, en fin, el hombre al que susurraban las cloacas.