Ojalá vendieran lentillas de nostalgia para los niños de provincias que un día llegamos a la ciudad. La semana pasada me estrellé contra una de esas imágenes escalofriantes que me arrojó Madrid cuando la conocí. Fue en uno de esos hoteles donde los botones siguen engullidos por una Memoria Histórica anterior a la de Franco: sus jefes les han tomado como rehenes del siglo XIX. Desde el sombrero de copa hasta los zapatos.

Una entrevista me llevó adentro, hasta un salón de té tapizado en granate, invadido por cómodas isabelinas. El homenaje al pasado es agradable hasta que se empeña en zancadillear al presente. Mi interlocutor, un ministro de Adolfo Suárez, pidió un descafeinado. Yo elegí una infusión. Tras la visita del camarero, cuatro timbales de plata abarrotaron la mesa: uno para las pastas, otro para el azúcar, las dos tazas… ¡Y hasta un colador metálico para mi poleo! Colocar la grabadora fue como el último desafío del Tetris.

Y de repente entró él. Se colocó un par de mesas más allá. Dirigente del socialismo en los ochenta. Chaqueta de pana y vaqueros de rastrillo. Nombre en clave durante los setenta por aquello de la dictadura. Férreo defensor del pueblo bajo la lluvia en las plazas de toros. Correcaminos de las Españas en coches incómodos. Conquistador de pensionistas besuconas. Todo un pasado al que ha renunciado tras acostarse con el poder. Toda una trayectoria empañada por un adjetivo que le gusta y se arroga: prócer. Paladea las dos sílabas, las unta en su café con leche y... salud. Por el pueblo.

Dirige la tertulia con mirada severa y rectitud caudillista, pero si se trata de política... "Obrero" y "socialista" son sus coordenadas. Uno de su época, que fue ministro, me dijo en su despacho estando ya jubilado: "El nombre ya no nos representa. ¿Cambiarlo? Todo se puede estudiar". Pero este "obrero socialista" no estudia. Tan sólo moja pastas en una tarde lluviosa. Le han regalado una botella, tan cara como la bolsa que la envuelve.

La izquierda convertida en gauche divine. Oiga, ¿el de izquierdas no tiene derecho al lujo? Claro, el mismo que el de derechas. ¿Y cuál es el problema? Que el socialismo fuera tan sólo una plataforma para alcanzarlo. ¿Y todo lo que consiguieron en el Gobierno? Quienes les votaron viven un poquito mejor, pero ellos navegan en yate.

Es como aquellos periodistas, pintores y cantantes de entonces que, aburguesados, se proclamaron de izquierdas e invocaron al pueblo. Con una diferencia: el votante nunca fue condición necesaria ni suficiente para su enriquecimiento. Un artista con talento puede engordar su patrimonio gracias a la ideología, pero el talento suele rebajar la fortuna del político dominado por la ideología. Acurrucado en este pesebre creció nuestro hombre. El pueblo le bendijo... y ahora es demasiado tarde.