La evolución de la geopolítica en plena era internet está alumbrando una idea tremendamente peligrosa y siniestra: que la democracia es, cada vez más, un problema, un hándicap, una desventaja.

¿Cuál es el país más exitoso del mundo desde un punto de vista económico? La respuesta no admite ninguna duda: China. Ningún otro país ha sido capaz de generar en las últimas décadas un producto interior bruto mayor a valores de paridad de poder adquisitivo, ni ha sido tan eficiente a la hora de elevar a millones de personas por encima del nivel de pobreza. China emerge como líder incluso en cuestiones tan insospechadas como solicitudes de patentes o protección de la propiedad intelectual. Y si las cifras de China impresionan y sobrecogen, sus proyecciones de futuro lo hacen más aún, y la configuran como el nuevo gran líder mundial ante el retroceso del anterior, una Estados Unidos venida a menos y obsesionada con revitalizar la industria del carbón y volver a poner obreros en cadenas de montaje, un país al que algunos empiezan a denominar, no faltos de razón, “Trumpganistán”.

¿Pequeño detalle sin importancia? China no es una democracia, y su respeto por los derechos humanos está fuertemente cuestionado. China es una dictadura de un partido que no admite alternativas ni se somete a la voluntad del pueblo, que controla férreamente la información a la que sus ciudadanos pueden acceder, y que invierte miles de millones en sistemas de censura y en un ejército de vigilantes mayor aún que su impresionante fuerza militar.

En el mundo actual, la democracia es un lujo. O según algunos, una desventaja. Si una potencia extranjera intentase influir, por ejemplo, en las elecciones rusas, se encontraría ante un problema de difícil solución: en Rusia, los ciudadanos leen lo que su gobierno permite que lean, y lo que voten es irrelevante, porque el resultado de las elecciones será el que su gobierno quiera que sea. Rusia y su líder tienen claro que la democracia está sobrevalorada, y lo que es peor, ven en ello la clave de su éxito.

Por contra, si Rusia quiere influenciar el resultado de las elecciones norteamericanas de un país democrático, puede hacerlo: los ciudadanos de esos países, en los que internet no está censurado, pueden leer lo que quieran, es relativamente sencillo inundarlos con noticias falsas, y el escrutinio electoral está sujeto, además, a numerosos mecanismos de control. La democracia no solo está sobrevalorada: además, se convierte en una desventaja.

Salvo, por supuesto, que seas un demócrata convencido. Pero a este paso, cada vez quedaremos menos...