Tradicionalmente, un automóvil ha sido siempre una adquisición absurda desde un punto de vista económico. Con una depreciación elevadísima en el momento de la adquisición, unos costes asociados absurdos en concepto de impuestos, combustible, seguro o aparcamiento, y una intensidad de uso que en muy raras ocasiones llega al 5%, la idea de que su posesión se haya convertido en una especie de necesidad o que incluso sirva para generar connotaciones de prestigio social es prácticamente demencial, y más si lo unimos a las consecuencias ecológicas de la era del automóvil.

Las cosas, sin embargo, parecen estar empezando a cambiar: ¿qué pasaría si un vehículo dejase de ser un simple producto que adquirimos, y se convirtiese más en una especie de “solución de movilidad”? La transición hacia modelos de servicio como el ridesharing, el carsharing o el carpooling, en ocasiones planteados incluso como tarifas planas, parece estar consolidándose cada vez más y adquiriendo un atractivo cada vez mayor, particularmente para las generaciones más jóvenes. Sí, es posible que muy pronto tengamos coches voladores... pero que tengamos uno propio será económicamente tan aberrante como hoy poseer nuestro propio avión.

Otro cambio más: Tesla pone en el mercado una opción para que los propietarios de sus vehículos adquieran conjuntamente con ellos un seguro vitalicio que cubra no solo posibles accidentes, sino también mantenimiento y eventuales averías. ¿Quién mejor que la propia compañía para dimensionar tarifas para la reducida siniestralidad de sus vehículos, particularmente si además se trata de vehículos conectados que ofrecen puntual información a la marca sobre sus condiciones de uso y mantenimiento?

La misma marca rompió otra barrera importante ya hace bastante tiempo: la idea de que un vehículo era, como tal, un producto estable. Sus automóviles no solo pueden contener sensores y sistemas que no están en uso cuando son adquiridos, sino que pueden además actualizarse en cualquier momento durante la noche para pasar a incorporar nuevas funciones, como hace cualquier app en nuestro smartphone. La marca ha anunciado que no ofrecerá a los propietarios de sus vehículos la opción de que pasen por sus fábricas para incorporar nuevas prestaciones porque eso le impediría mantener el foco, y que su ritmo de actualizaciones importantes será cada 12 ó 18 meses, lo que hace que pasemos a ver un automóvil como un producto completamente diferente al que conocíamos, mucho más parecido a un dispositivo tecnológico. La presencia de marcas de automoción en ferias tecnológicas, de hecho, es ya habitual.

La era del automóvil tal y como la conocemos fue un error. ¿Estamos preparados para reimaginarla?