Llevo ya tiempo escribiendo sobre lo que considero el cambio más radical que la humanidad ha vivido a lo largo de su historia: el desarrollo de máquinas capaces de pensar, de desarrollar auténtica y genuina inteligencia.

Si la capacidad de utilizar herramientas, no exclusiva de nuestra especie pero inmensamente perfeccionada frente a otras, nos definió como humanos, la capacidad de crear máquinas que mejoran nuestra inteligencia nos va a redefinir completamente, llevándonos a una nueva dimensión. Y sin embargo, la actitud más habitual frente a esa idea es una negación irracional, rayana en lo dogmático-religioso. La sociedad humana parece preferir la táctica del avestruz frente a la posibilidad de entender lo que ya lleva algún tiempo pasando.

Durante muchos años, un ordenador fue una máquina capaz de repetir órdenes. Tras programarlo, podía repetir esas instrucciones, inasequible al desaliento, sin distracciones ni errores. En las empresas, su uso se aplicó a la contabilidad o las nóminas, repetitivas y pesadas. Y a medida que la tecnología iba progresando, los fuimos utilizando para cada vez más cosas, en un desarrollo claramente incremental: más capacidad de proceso, más memoria, más almacenamiento...

En un momento dado, a alguien se le ocurrió intentar que una máquina aprendiese. Y lo hizo, en cierta medida, paralelizando la manera en que aprendemos los humanos: almacenando información y experiencia, e innovando a partir de ella. La primera parte parecía sencilla: ¿queremos una máquina que juegue al Go? Alimentémosla con todas las partidas almacenadas en la historia. ¿Quieres experiencia y precedentes? Tómalos todos.

Pero llega la segunda parte: que la máquina itere esas partidas, y descubra nuevas jugadas, no llevadas a cabo anteriormente por ningún humano, pero que podrían funcionar como buenas soluciones ante determinadas situaciones. Para ello, hay que pedir a la máquina que explore nuevas rutas de forma supervisada o no supervisada, que se base en la aleatoriedad o la mutación, que haga inferencias, que descarte las que no funcionan e insista en las que lo hacen.

Y funciona. Hemos sido capaces de crear una máquina que no se limita a sacar jugadas de una biblioteca inmensa, sino que es capaz de crear las suyas, y de ganar sistemáticamente. Y como en el Go, en todo lo demás. Ya hay algoritmos que entienden el lenguaje humano mejor que muchas personas. Estamos ante el cambio más importante de la historia de la humanidad. Se llama machine learning. Y muchos aún se empeñan en negarlo irracionalmente, en insistir en la visión de la tecnología más anticuada y apolillada. ¿Podemos, por favor, despertar?