De la cobra que le hizo Bisbal a Chenoa, al cobronazo de Espinar. Eso sí, pasando antes por el zasca de Rufián a los padres putativos de la patria (cabra de la Legión incluida). Desmadre, sin solución de continuidad. Cobras, cobrones, cabras… ¿Pero qué pasa aquí? ¿Qué demonios ocurre? ¿Quién ha activado, de repente, el protocolo de la hijoputez? ¿Carmenuela? ¿En qué momento se han convertido los chikiparques de este país en mancomunidades de bullas lucenses? ¿Por qué tanto odio canino y feroz?

Está claro. Pero que muuuuuuy claro. Claro como el Aquarius claro. Po-de-mos. Y tanto que po-de-mos. Así, cualquiera pue-de. Y pue-de. Y pue-de. Y pue-de. Y pue-de hacer lo que le salga de los errejones en tiempos de barralibrismo enchupitado y de tarjetazo black. Mirando al tendío, como el conejito de Duracell: cualquiera puede lle-vár-se-lo muer-to, a sus 21 primaveras, gracias al consabido ladrillazo, tras revender la vivienda joven comprada sin pasar por sorteo público y en el que no ha residido ni un solo día de su juventud como desempleado con posibles.

Mangoneo, en vena. Pitorreo al confundir lo público con el tocino. ¿Forma esto parte de la lealtad que demuestran los políticos al acervo picaresco, al choriceo generalizado? ¿Es la herencia sangrante del chorreo permanente que vivimos en aquellos maravillosos años, cuando algún prócer iluminado nos acusaba de malvivir por encima de nuestras po-si-bi-li-da-des? Lo que no tiene vuelta de hoja, mi querido Ramón Espinar, es que, para más inri, sigas dándonos lecciones. Aunque “golpeado y dolido”.

Poesía eres tuit, Ramón Espinar. O sea, tus tuits. Esos tuits recargados de testosterona y apestosa moralina que te han dejado ahora con el cutis al aire. Pésima poesía romanticona, postiza, sensiblera.

Baste, como muestra, un botón: “Obviamente, a tod@s. Hay más de 6.000 viviendas públicas vacías en Andalucía. Y las de las cajas rescatadas. Si se quiere, se puede”.

Nuestros conocimientos artísticos son infinitesimales. Sabemos que Murillo era sordo (no, ese era Goya). Sabemos que Van Gogh estaba hambriento un día y se cortó la oreja, y que Picasso pintaba jarrones. Poco más. Vosotros sí que tenéis todo el arte del mundo para llevaros nuestra pasta y esconder la mano. Aunque empecemos a estar hartos de aguantar, de tragar saliva. De caminar en fila india frente a la tele; circunspectos y tensos; a través de paisajes brumosos, salvajes y desiertos. De que se remate, una y otra vez, al mensajero. De vuestras burdas lecciones de ética.