Primero se le acercó Ana Botín, después Pablo Isla, a continuación Pallete, luego Carlos Torres. Alrededor pululaban Galán, Bogas, Florentino, Marta Álvarez, Entrecanales, Garamendi... Todos relajados bajo las mascarillas, todos cómodos, incluso satisfechos, a la hora de saludar al “Coletas”. No había bebidas ni canapés, pero como si las hubiera.

Dos pasos más allá, Fainé y Goiri rumiaban en secreto la cuenta atrás hacia la fusión que acabará con la fantasía podemita de hacer de Bankia el embrión de una gran entidad pública. Aprovechando que el Pisuerga pasaba por la pandemia, el realismo de los mercados dejaba en orsay a los perroflautas que asaltaron los cielos. Como ellos mismos dicen, es evidente que “dispara contra el 15-M”.

Ilustración: Javier Muñoz

Observando cómo Pablo Iglesias se dejaba querer, desplegando su efímero moño no ya en forma de civilizada trenza, sino de salvaje matorral sobre una chaqueta de lino azul de cuando la arruga era bella… viéndole ahí, en el centro de la sala, en la que acababa de hablar Pedro Sánchez, rodeado de los mismos gigantes del IBEX contra los que no ha tanto que embestía, mi primera evocación fue la de la famosa fiesta que Leonard Bernstein dio, en su penthouse de Nueva York, para que sus amigos de la “izquierda exquisita” conocieran a los líderes de los Panteras Negras.

Fue una ocasión memorable, inmortalizada por Tom Wolfe, con Richard Avedon, Otto Preminger, Lillian Hellman o Jason Robards como parte del elenco. Lo mejor fueron los preparativos: ¿debía la mujer de Lenny contratar camareros blancos para que los adalides del Black Power, o sea los paladines de la violencia, no se sintieran violentos?, ¿convenía que los demás invitados, judíos como el anfitrión, fingieran ignorar el apoyo de los huéspedes de honor al terrorismo palestino de Al Fatah?, ¿acudirían armados o desarmados?

Pero, no. Pensándolo dos veces, la analogía no era pertinente porque aunque entre la élite empresarial abunda la “exquisitez”, genuina o impostada, ni uno sólo de ellos podría ser considerado de “izquierdas”. Ni siquiera de salón: la “gauche caviar” era cosa de González, no de Sánchez. Y nadie rendía pleitesía al vicepresidente segundo. La actitud con la que se le acercaban no era empática, sino condescendiente. Más de pasar la mano por el lomo al gatito que ya saben que no araña, que otra cosa.

Lo que flotaba en la sala no era el pánico aristocrático del primer acto de “Andrea Chénier” cuando los sans culottes se cuelan por la ventana interrumpiendo el baile, sino la politesse de los buenos modales, destinada a integrar al rústico descorbatado en la fiesta a la que los demás han acudido de etiqueta. La gentileza de aportar unos cubos de agua al barreño de plástico en el que se mantiene con respiración asistida al pulpo extrañamente hallado en el garaje.

Iglesias ha dejado de dar miedo y pronto dará risa. Como pretendía hacer Zapatero con los periodistas incómodos, Sánchez lo está matando a besos. Y los patronos más listos de España empiezan a entender el camino. Véase el tobogán en que se han convertido los resultados y sondeos electorales para Podemos.

En realidad, la fase en la que nos encontramos todavía recuerda más a la curiosidad por lo exótico con que la buena sociedad londinense de mediados del XIX acudía a la galería de Belgravia, donde el primitivista George Catlin exhibía a los indios de la tribu Ojibwa que habían servido de modelo para sus retratos, y al teatrito frente a Hyde Park Corner donde el comerciante Caldecott albergaba a un grupo de zulúes representando los rituales de su cultura.

Fue entonces cuando Dickens escribió lo que pensaba sobre el mito del buen salvaje.

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"Yendo al grano, permítaseme decir que no creo ni por asomo en el Buen Salvaje. Lo considero una prodigiosa molestia y una enorme superstición... Que él me llame rostro pálido no nos reconcilia. No me importa lo que me llame. Yo le llamo salvaje y llamo salvaje a algo que debe ser civilizado hasta borrarlo de la faz de la tierra. Creo que cualquiera de nuestros caballeretes, a los que considero el más bajo estrato de la civilización, vale más que los aullidos, silbidos, cacareos, zapatazos, cabriolas y lloriqueos del salvaje. Igual me da que inserte un hueso de pescado en su rostro, que se meta trozos de árboles en los lóbulos de las orejas o que se ponga plumas de pájaro en la cabeza".

Lo que flotaba en la sala no era el pánico aristocrático, sino la politesse de los buenos modales

Así empezaba el provocador artículo publicado en 1853 por Dickens en el semanario Household Words bajo el título The Noble Savage. Era una demoledora sátira contra la exaltación del estado de naturaleza en el que, según la tesis de Rousseau, florecían las más genuinas virtudes del ser humano, antes de ser corrompido por la sociedad.

Frente a la advertencia de Franklin que, al referirse a los indios americanos había escrito que "les llamamos salvajes porque sus costumbres son distintas de las nuestras", Dickens fustigaba el esnobismo y la bobaliconería que impregnaban la admiración por los pueblos primitivos. Hoy le llamarían racista, pero entonces argumentó su punto de vista describiendo el canibalismo, la brujería, el sometimiento irracional al jefe, su posterior asesinato ritual o la cosificación de las mujeres como parte de esas costumbres ancestrales idealizadas y exaltadas por el romanticismo.

Siglo y medio después Dickens podría haber escrito algo parecido, cuando el movimiento del 15-M y la irrupción de Podemos dieron lugar, en la primera mitad de la pasada década, a una oleada de simpatía hacia la protesta callejera, la estética perroflauta, la denuncia de la casta machista que viajaba en coche oficial y adquiría chalés en condiciones ventajosas, mientras se financiaba ilegalmente, los nuevos diputados con rastas, las nuevas diputadas amamantando bebés en el hemiciclo, los oradores besándose en los morros para celebrar la última provocación antisistema proferida desde la tribuna e incluso el suministro de "jarabe democrático", en forma de escraches, a quienes obstaculizaban el avance de las fuerzas populares.

Su conclusión de 1853 podría haber servido para 2011, 2013 o 2016: "Para terminar por donde empecé, mi postura es que si el Buen Salvaje nos ha enseñado algo, es todo aquello que debemos evitar. Sus virtudes son una fábula; su felicidad, un espejismo; su nobleza, un sinsentido".

Sin embargo, ahora, apenas un lustro o, como mucho, una década después, ese artículo habría tenido que tomar un giro distinto para celebrar el triunfo de la civilización, al asimilar en todos sus extremos al Buen Salvaje. Los cielos se han abierto, sí, para esos perroflautas que los asaltaron, pero se han cerrado detrás de ellos para adormecerlos entre nubes de algodón y quién sabe si alguno hasta llegará a beato.

De momento quienes viajan en coche oficial son ellos; quienes adquieren chalés en condiciones que ya las hubiera querido Guindos son ellos; quienes incorporan edecanes a la logística del amamantamiento de sus bebés en los despachos oficiales son ellos; quienes están siendo investigados por financiación ilegal son ellos; quienes van dejando un rastro de zafiedad machista, sólo comparable con su incuria legislativa, son ellos; quienes reciben una mínima parte del repudiable "jarabe" que recetaron son ellos; quienes se codean con el IBEX sin arañarlo, romperlo ni mancharlo, son ellos.

Sólo los cínicos pueden decir que la democracia, como modo de asimilación de la disidencia y código de reglas de urbanidad cívica, esté sobrevalorada.

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Los tristes eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa han terminado por limar las uñas de Pablo Iglesias, como los prohombres de la Restauración, secundados incluso por el republicano Castelar, hacían con el indómito "león español", en la famosa caricatura de El Motín que formó parte del relato justificativo del símbolo de nuestro periódico.

Ya sólo le faltaba que la OCDE advierta que la subida de impuestos es incompatible con la recuperación económica. Ha sido la puntilla para sus fantasías revanchistas en una semana en la que, casi por arte de magia, Sánchez ha configurado una mayoría diferente a la de su investidura que permitirá que haya Presupuestos, sin concesión alguna a los separatistas, sin que Bildu contamine la combinación y sin significativas sangrías tributarias.

Caricatura de Eduardo Sojo en El Motín, publicada el 16 de octubre de 1881. De izquierda a derecha: Becerra, Montero Ríos, Castelar, Cánovas y Sagasta.

Caricatura de Eduardo Sojo en El Motín, publicada el 16 de octubre de 1881. De izquierda a derecha: Becerra, Montero Ríos, Castelar, Cánovas y Sagasta.

Quedan semanas de tira y afloja, pero con Arrimadas sujetando la llave con su impecable argumento de que la Covid nos está obligando a todos a hacer cosas que desearíamos no tener que hacer, con el PNV fiel a su papel de interesado cojinete de todos los engarces y las minorías de centro derecha como Coalición Canaria, el partido de Revilla e incluso Navarra Suma, prestas a sumarse, la suerte está echada.

Esto da, en cierto modo, la razón a Pablo Casado que ha venido sosteniendo que el PP no era imprescindible para sacar adelante las cuentas públicas y que lo propio de una democracia es que la oposición ejerza como tal en el debate presupuestario. Pero también pone de relieve que se ha perdido otra gran oportunidad -y van...- de fraguar el gran remedio de un consenso transversal, ante el terrible mal que nos aflige.

Algo falló en las dos vías de comunicación "por la puerta de atrás" que existen entre Génova y Moncloa y, sobre todo, en el lenguaje corporal entre Sánchez y Casado -debió ser cosa de las mascarillas- para que el líder del PP anunciara un acuerdo para crear una Agencia para la Reconstrucción, presidida por un independiente, y Moncloa ni siquiera se diera por aludida. El Gobierno atribuye el resbalón de Casado a una mala interpretación de un gesto de mera "cortesía" de Sánchez, prometiéndole estudiar su propuesta, pero desde el PP hablan de "engaño" y "encerrona".

Es verdad que a corto plazo quien ha quedado mal -y fuera de juego- ha sido Casado. Entre otras cosas porque no tenía ninguna lógica que Sánchez fuera a compartir el control de los fondos europeos, sin un pacto sobre el Presupuesto. Pero es muy significativo que una abrumadora mayoría considere más responsable al presidente de la falta de acuerdos con la oposición. En la práctica, Sánchez no le ha dado a Casado ni agua -ni siquiera esa reforma exprés del artículo 3 de la Ley de Sanidad, frente a la que no había objeciones- tal vez como represalia por su inmovilismo, al bloquear la renovación de los órganos constitucionales.

Es verdad que esa renovación no es fruto de un automatismo, sino reflejo del consenso básico sobre el modelo de Estado, y que la presencia en el Gobierno de un partido beligerante contra la Monarquía y la unidad de España quiebra ese requisito. Pero si los hechos demuestran que Podemos es un mero adorno exótico en el Ejecutivo como esas plumas, huesos y colgantes de los que se burlaba Dickens, y pasa por el aro de unos Presupuestos sin subida de impuestos y se traga, con apenas unos tuits de postureo, la privatización definitiva de Bankia, el argumento irá perdiendo fuerza.

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¿Tienen otro remedio estos Panteras Negras con chalé en Galapagar que reconvertirse en el Tío Tom de su cabaña ministerial? No, por cuatro razones. 1) De los siete partidos dispuestos a aprobar el Presupuesto, seis se van a oponer a casi cualquier subida tributaria. 2) Su último asidero es el gasto social que, en partidas como Dependencia, Igualdad o Ingreso Mínimo Vital pueden capitalizar, gracias al dinero europeo. 3) De su continuidad en el Gobierno depende el centenar y pico de sueldos que constituye su modus vivendi y una de las fuentes de ingresos del partido. 4) Tal y como están las cosas, ni siquiera su salida del Gobierno tumbaría a Sánchez, pues convertiría a Casado en rehén de sus palabras y le obligaría a apoyar desde fuera lo que pactara el PSOE con Ciudadanos.

Si Podemos pasa por el aro de unos Presupuestos sin subida de impuestos y se traga la privatización de Bankia, el argumento irá perdiendo fuerza

Qué bella paradoja. Hasta Calibán, el mal salvaje de La Tempestad, se ha domesticado al lograr entrar en la gruta del poder, el sancta sanctorum de Próspero que pretendía destruir. Sólo le queda, como a Podemos ante la fusión de Caixa-Bankia, el derecho al pataleo: “Me has enseñado el uso de la palabra y el único provecho que me ha reportado es que puedo maldecirte. Así te hiriese la peste roja por haberme enseñado tu lenguaje”.

Eso es lo que tiene la democracia. Al comienzo de la cena la “izquierda exquisita” son los anfitriones y a la hora de los postres ya se han contagiado los convidados. Y como dice el propio Tom Wolfe, “el izquierdismo exquisito es sólo de izquierdas en el estilo, en el fondo forma parte de la buena sociedad y sus tradiciones”. A ver quién es el guapo que, como enseguida añade el difunto padre del Nuevo Periodismo, después de adquirir una posición social, “está dispuesto a jugársela por la nostalgia del barro”.