Casi quince años desde que murió Francisco Umbral. Tanto tiempo como para medirlo en el tronco de un árbol. Antes de poner el punto a su última columna, España y él plantaron un abeto que ya es más alto que cualquiera de los hombres en la tierra. No queda rastro de aquel sauce que engullía un buen trozo del jardín.

España, a la que nadie llama María, sale a la puerta de La Dacha. El mismo porche desde el que su marido arrojaba a la piscina los libros que no le gustaban. Ha llovido en Majadahonda y una lona cubre la piscina. Los libros están a salvo mientras dure el invierno.

Se intuye una sonrisa bajo la mascarilla de María España Suárez Garrido (Zamora, 1936).

-¿Cómo nos saludamos? -se acerca.

-Hola, España, no me gustaría pegarle a usted un codazo, permítame la reverencia.

España siente debilidad por la fotografía. Sus años de retratista en el Congreso de los Diputados fueron días felices. Suárez, Alberti, La Pasionaria... También entrevistas culturales. Pepe Hierro, Borges, Buero Vallejo... "¡Qué cabezas tan bonitas! ¡Hoy parece que los políticos están fabricados por una misma máquina! Además, cometen unos errores gramaticales tremendos".

España lleva décadas recogiendo piedras que son alegorías. Hay una azul que parece la nostalgia; una caracola que, seguro, suena a lo que ya no volverá. También salvó un trozo de madera de la última borrasca: "Me gusta porque parece un pájaro". Y es verdad, bien mirado, se asemeja a un búho.

En esa labor de arqueología, también ha encontrado muchas cartas de Miguel Delibes. La correspondencia conjunta está a punto de publicarse: La amistad de dos gigantes (Destino, 2021).

Ya dentro, un breve recorrido por la casa. La esquina del salón, alumbrada por una luz amarillenta, es la misma que hace 21 años, cuando Paco recibió el Cervantes. La mesa camilla, el butacón, el teléfono alámbrico...

Todo son retratos de Umbral, el escritor que acaba de regresar a lomos del documental firmado por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, Anatomía de un dandy. Sólo dos extranjeros: una virgen antigua, comprada en El Rastro, muy gorda. Paco decía que estaba "embarazada". Y un óleo enorme de Roldán, ciertamente indescifrable, que parece representar a una anciana destrozando un periódico.

España posa a petición del fotógrafo, al que ha dado un par de lecciones para que no se le descontrolen las tomateras: "Oiga, es que tiene usted que podarlas de vez en cuando". Estos fotógrafos...

España con su traje crema, sus botas negras y unos preciosos calcetines rojos que procura ocultar, no vayan a escaparse las revoluciones de antaño. España conoce los secretos de la cámara. En un gesto medido, apoya las muñecas y dice: "Así no se me ven los años de las manos".

Toma asiento. Al lado, una pieza de Otero Besteiro, el escultor que se plantaba en el Gijón acompañado de un mono: "¿Lo ve? Eso hoy sería imposible. Todo el mundo se pondría a gritar. Sí, la gente grita enseguida. No hay derecho".

España acepta desenmascarar al escritor y lo que es más importante: desenmascararse ella. Hablar de sí misma. Mostrarse de principio a fin, desde los 13 años con los que conoció a Paco hasta su muerte; desde el estreno de esta tarde soleada hasta que al cielo se le pongan los mofletes naranjas.

Casi tres lustros desde que murió Paco. A lo largo de este tiempo, usted se ha quitado importancia cuando se le ha preguntado por los libros de su marido. Pero a nadie se le escapa que, sin España, habría habido muchos menos libros de Umbral.

Creo que, sin mí, los libros habrían sido tantos como fueron. A Paco lo que le gustaba era escribir. Yo no le apoyé literariamente. Bueno, corregía las pruebas que enviaba la editorial. Escribir era su única diversión. Y además su trabajo. En eso tuvo suerte: vivía de lo que le gustaba.

Todo era la escritura.

Sí. Le habría encantado pintar, pero no tenía buen pulso. No habría logrado nada interesante. Pero tenía mucha facilidad para escribir. No le costaba esfuerzo. Era muy meticuloso. Disciplinado. Escribía cada día. Sus artículos… y dos o tres folios. Al cabo de un mes, medio libro escrito.

Uno o dos artículos diarios durante décadas…

Hay cajas y cajas de artículos… Imagínese, desde que empezó en El Norte Castilla… -antes, compuso textos para una emisora de León, que fueron recogidos en Diario de un noctámbulo (Planeta, 2015)-. Miles de artículos, cuentos, novelas… Bueno, aunque no novelas en el sentido clásico. Carecían de nudo y desenlace. Las componía de otra forma.

¿Le pesó no haber escrito una gran novela en el sentido clásico del género?

Creo que no. Paco leía pocas novelas. Le aburrían. Leía, sobre todo, ensayo y poesía. Especialmente, poesía. Conocía a los grandes poetas. La novela le aburría. Los argumentos casi siempre le parecían previsibles. No le gustaba, no se enganchaba a ellas.

Quienes estuvieron cerca de ustedes durante los últimos días de la enfermedad de Paco decían: “Sin España, no sabía respirar”. ¿Cómo fue aquel tiempo?

Paco se apoyó mucho en mí. Se sentía vulnerable, inseguro. Yo era la persona que solucionaba todo lo de la casa; y él, con toda tranquilidad, se dedicaba a escribir. Bueno, excepto aquella temporada de Iba yo a comprar el pan -un libro de artículos-.

¿De verdad iba Paco a comprar el pan?

En aquella temporada, sí, pero creo que lo hacía para ver, oír y luego escribir. No imagino a Paco entrando en la cocina si no era para coger algo y comérselo. Jamás hizo la compra. De todo eso no entendía nada. Fui un apoyo para él. Cuando murió la mujer de Raúl del Pozo, me acordé mucho de esto que le cuento. Era un caso parecido. Raúl tenía en Natalia su gran apoyo. Se quedó desolado cuando se murió. Escribió un artículo muy bonito. Lo recorté, lo tengo por ahí guardado.

¿Paco se habría sobrevivido a sí mismo si no hubiera estado usted? Dejó buena cuenta de su fragilidad, de su inestabilidad… y no sólo en los momentos de enfermedad. Esos fantasmas del escritor.

Él sentía mucha seguridad estando conmigo. Luego hacía su vida. Ya sabe: tenía, como tantos señores, sus aventuras. Pero le tranquilizaba saber que yo estaba ahí para cualquier cosa. Y no le digo nada cuando se sentía mal, enfermo.

Era el puerto al que siempre regresaba…

Sí. Le resolvía todas esas cosas de las que no tenía ni idea: la declaración de la renta, la comunidad de vecinos… Es que Paco no sabía nada. Y lo tenía solucionado conmigo. Sabía que yo le iba a apoyar en cualquier contratiempo. Ahora la gente se separa enseguida. Qué poco aguante. Muchas veces se da la circunstancia, vienen los demonios… En parte lo entiendo. Pero yo no me daba por aludida. Paco sabía que no me iba a ir.

Usted entregó su vida a Francisco Umbral, pero… ¿qué le daba él? ¿Por qué estuvo hasta el final?

No sabría cómo explicarlo. Paco era muy distinto a los demás. No se parecía a nadie en la manera de ser y de comportarse. No era un hombre corriente. Nuestro trato resultaba muy especial, distinto al de los matrimonios convencionales. Nos entendíamos muy bien. Discutíamos poco. Nos amoldábamos el uno al otro. Él también a mí.

Hubo algunos momentos difíciles en relación a alguna chica, cuando no tuvieron ningún pudor en que yo me enterara… Pero quizá yo sea eso que se dice “pasota”. Paco no quiso hacerme daño, intentó que no me sintiera agraviada. Y menos después de la muerte del niño.

María España Suárez, en el jardín de La Dacha, en Majadahonda. Jorge Barreno

Disculpe el tópico, pero usted ha conocido a un montón de novelistas. ¿Qué piensa cuando se dice aquello de que “detrás de un gran escritor siempre hay una gran mujer”?

Los escritores que yo he conocido tenían mujeres muy parecidas a mí, es cierto. La de Mingote, la de Campmany, la de Marsillach… Detrás de un escritor brillante no tiene por qué haber una mujer brillante. Depende. Pero sí he visto, detrás de grandes escritores, a mujeres que se adaptaban.

¿Le gustaría que eso cambiara?

Sí, claro que me gustaría. Hay muchas mujeres interesantes que pudieron desempeñar misiones valiosas en términos sociales y que no lo hicieron porque tenían un marido que no se lo permitía. Los hijos, la casa… Existe el mismo número de mujeres y de hombres valiosos. Estoy seguro. El hombre no es más interesante que la mujer, pero la mujer siempre ha estado en condición de inferioridad. Cuando una mujer destaca, siempre hay detrás una ruptura con un señor, con un padre, con una familia…

Hace muchos años usted dijo que perdonaba las infidelidades a Paco porque “era escritor y tenía que vivir muchas cosas”. ¿A qué se refería?

Bueno, ahora no recuerdo esa frase en concreto. Son experiencias… Lo dije en el sentido amplio de la palabra “experiencia”. Cuanto más vive uno, más posibilidades de escritura tiene.

Conoció a Umbral a los trece años. ¿Cómo es un amor para toda la vida?

Al principio éramos un grupo de amigos, luego nos separamos en parejas. Salimos unos años hasta que nos casamos. Luego estuvimos juntos hasta su final. No sé por qué ahora es tan poco frecuente. Me da pena. Uno ve parejas que, aparentemente, se llevan bien y luego se separan.

Conocí a Paco a los trece años. Éramos un grupo de amigos, luego nos separamos en parejas. Estuvimos juntos hasta el final

Qué poco se han tenido que tolerar uno a otro para llegar a separarse. ¿No siente nada la gente después de tantos años compartiendo enfermedades, sufrimientos, penas y alegrías? Además, pienso: si se empieza una vida con otra persona, imagino que se tenderá a hacer comparaciones con lo anterior. Y eso puede conducir a la tristeza.

Al morir, Paco Umbral dejó escrito un libro precioso dirigido a usted: “Carta a mi mujer”.

Es un libro muy bonito. Lo escribió mucho antes de morir. No sé por qué no lo publicó. ¿Quizá no le pareció tan bueno como hubiera querido? Me ha quedado esa duda. Ahora que lo dice… No se lo pregunté. Él iba escribiendo, pero luego surgía otro libro que le gustaba más y era ése el que enviaba al editor. Nunca supe por qué no lo envió. Lo guardé. ¿Cómo no iba a guardarlo?

¿Le dijo en esas páginas algo que no le contó en vida?

Tengo muy mala memoria. Sí recuerdo que disfruté mucho leyendo ese libro por primera vez. Está escrito de manera distinta a los demás. Incidió en el amor más de lo que era común en él. Renunció a parte de su estilo para escribir aquello. Buscó algo distinto, emocionante, pero sin caer en lo sentimental. Paco detestaba el sentimentalismo.

María España Suárez, en una fotografía de archivo. Fundación Umbral

Hasta 2015, cuando se publicó el artículo de Jabois, nadie supo, por lo menos en la esfera pública, quién era el padre de Umbral. Él, en algunas entrevistas, llegó a decir: “La gente no sabe cómo me llamo”. ¿Usted sabía quién era su padre? ¿Conocía sus apellidos?

En un momento determinado, lógicamente, Paco me lo contó. Yo sabía que su madre era una mujer soltera. Me lo explicó. Paco heredaría algo de su padre, que también se dedicó a las letras -Alejandro Urrutia, abogado y poeta cordobés-. Igual que su hijo, hermanastro de Paco -el poeta Leopoldo de Luis, en realidad Leopoldo Urrutia-. Paco se quedó con el apellido de su madre, que era muy corriente: Pérez Martínez.

Pero, ¿cómo afectó ese oscurantismo en alguien que se exhibía tanto? ¿Pesaba sobre sus hombros la historia del padre que no le quiso?

Creo que la gente no insistió tanto como parece en la pregunta. A lo mejor alguien… pero él cortó inmediatamente. Claro que le afectó. Sobre todo porque, de niño, vivía en una casa con su abuela, su madre, su tía y sus primos. Había una diferencia de trato en relación a él. Eso le marcó. Su madre murió muy pronto de tuberculosis. En algún momento le contó quién era su padre.

¿Paco llegó a tratar con su padre?

No, no lo conoció. Su madre trabajaba en el Ayuntamiento de Valladolid, en la biblioteca. Por eso Paco siempre tuvo libros a su disposición. Su madre era culta y preparada. Le alentó en la lectura.

Paco Umbral y María España, jóvenes, bailando. Fundación Umbral

En el documental, hay un momento muy impactante: las grabaciones que muestran a Paco hablando con su hijo. La voz no era la de Umbral, parecía la de otra persona. ¿Sentía que el hombre público nada tenía que ver con el que estaba en casa?

Es que esa faceta en casa de la que habla… no la conocía nadie. Creo que nadie. Por cierto, ¡cuántos padres tendrían que ser así con sus hijos! Hablaban, jugaban, se reían… Paco le contaba cuentos, le pintaba dibujos… He encontrado, entre los papeles, unas caritas con unos textos… Se reían tanto... La voz de Paco era otra, sí. Su voz conocida, la de los medios de comunicación, era fruto de una pose para adquirir seguridad.

En el trato con el niño y en casa era otra persona. Paco era muy tierno, muy poco violento. La violencia y la crueldad le dolían mucho, le ponían enfermo. Creó esa máscara para defenderse. La muerte de su madre le afectó mucho, estuvo un tiempo sin salir, pero lo del niño…

Le derrumbó.

Lo que Paco sentía por el niño no es fácil encontrarlo en los padres, quizá sí en las madres, pero no en ellos. Me consuela que, en aquellos años, nuestro hijo debió de ser muy feliz. Cuando empezó a ir al colegio Estilo, el de Josefina Aldecoa, Paco estaba implicadísimo con los deberes.

Lo que Paco sentía por el niño no es fácil encontrarlo en los padres, quizá sí en las madres, pero no en ellos

Me acuerdo de ellos con la bicicleta que compramos. Los veo dibujando juntos… Tenía una capacidad sobrenatural para adaptarse al ambiente y al medio del niño. Su muerte fue de una brutalidad… Enfermó tan pronto... Se murió de repente. Era tan vital, tan alegre. Qué injusticia. A Paco le duró toda la vida.

Paco dijo que, desde entonces, no volvió a vivir de verdad. Así lo expresó en “Mortal y rosa”. Pero, ¿qué hay de usted? Es como si hubiera aplacado su dolor para sostenerle a él.

Creo que traté de no hundirme tanto como él para poder ayudarle. Me dejó muy tocada, como se imagina, pero no me sentí como Paco. Es que no sé cómo explicarlo, nadie se lo puede imaginar. Decidimos incinerar al niño. Hubiera sido horroroso enterrarlo. Lo de la incineración no era tan frecuente, pero enseguida lo pensamos. No podíamos dejarlo debajo de la tierra, pudriéndose.

He visto por ahí unos cuantos ejemplares de “Mortal y rosa”.

Sí. Cada vez que sacan una nueva edición, me envían unos pocos. Creo que lo fui leyendo a medida que Paco lo iba escribiendo. Sólo se puede escribir algo así tras una experiencia tan fuerte. Si en uno de sus libros se puede entrever la verdadera personalidad de Paco, es en ese. El resto de su vida, creó un personaje para defenderse de la agresión, de la crueldad, de la violencia del mundo, de la gente. Fabricó esa frialdad, esa distancia, pero en Mortal y rosa se ve la verdad de Paco.

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más. (Fragmento de 'Mortal y rosa')

María España Suárez fue cronista gráfica en el Congreso de los Diputados. Jorge Barreno

Durante varios años usted fue una fotógrafa con mucho caché. Retrató a Borges, Alberti, Buero Vallejo… Una curiosidad: ¿quién es su escritor favorito?

¿Aparte de Paco?

¿Es Umbral su escritor preferido?

Bueno, digamos que Paco siempre está ahí… Me gustan mucho Delibes y Cela. Paco leía mucha poesía, pero a mí me llegaba menos. Me habría gustado entenderla mejor. Me encantan las traducciones de Proust.

¿Y le gusta Baroja? Paco no lo tragaba. ¿Era pose o de verdad? La aversión a lo barojiano le granjeó mucho protagonismo en el Gijón, donde todos veneraban a don Pío. Fue como una carta de presentación.

No le gustaba. De verdad. Créalo. Le parecía que Baroja escribía de una manera muy corriente, como si no se molestara en encontrar los adjetivos. Se me olvidaba: me ha gustado mucho Torrente Ballester. Antes leía más. Ahora veo documentales. Ayer dieron uno sobre orangutanes. Qué ternura la de un ser tan enorme con sus hijos -y aunque no dice nada, España mira al frente, donde está esa foto de Paco con el pequeño Pincho.

¿Cómo era Borges?

Muy fotogénico. No recuerdo mucho de aquel día. ¿Sabe? Me gustaban más los gestos que los retratos posados. Por eso disfrutaba tanto de mi trabajo de cronista gráfica en Las Cortes. La cabeza de Alberti y de Pepe Hierro eran maravillosas. Qué cabezas tan bonitas. Recuerdo haber fotografiado a Alberti leyendo.

Por aquel entonces, fotografió a muchos políticos de la Transición. ¿Cómo era el ambiente en el Congreso?

No tenía nada que ver con el de hoy. Es que lo de ahora me da vergüenza ajena. Sobre todo de cara a otros países. Hay algunos que no saben hablar. “Han habido”, “dijistes”… Tienen una tendencia a gritar… Es como si estuvieran continuamente vendiendo algo. Pienso en Alfonso Guerra, Tierno Galván, Paco Fernández Ordóñez. Eran muy políticos, pero también cultos y preparados.

¿Qué piensa cuando ve los insultos y lo que sucede ahora?

Yo nunca vi insultos en el Congreso. Hace poco, me dediqué a apuntarlos. También los errores en los tiempos verbales. Ni se han formado lo suficiente ni han tenido a alguien que les conmine a hacer lo contrario. Un político debe leer y tener un vocabulario amplio y rico. Todo son frases hechas y tópicos.

María España Suárez, en uno de los salones-biblioteca de su casa. Jorge Barreno

¿Quiénes eran los políticos más fotogénicos?

Los que viven están más gordos y han perdido pelo. Carmen Díez de Rivera era muy guapa e interesante. ¡La Pasionaria, con su pelo blanco! Me gustaba ver el discurso. Con el tiempo ya sabía cuándo iba a llegar ese gesto importante. Y disparaba. Es que ahora los políticos son muy parecidos, como si los fabricaran en una máquina.

Retrató a Pasionaria. Hábleme más de ella.

Siempre me pareció una mujer interesantísima, muy elegante. Tenía una fuerza distinta, un atractivo peculiar. Acababa de llegar del exilio.

¿Ha cambiado mucho el comunismo?

Ahora está más diluido. Entonces se sabía quiénes eran, qué perseguían, lo que conseguían…

Si mirara a Pablo Iglesias a través de la cámara, ¿qué vería?

No me produce ninguna simpatía. Juega a epatar. Le pongo un ejemplo: va a ver al Rey y se presenta en mangas de camisa y zapatillas. Ahora, por fortuna, parece haber añadido alguna prenda más a su atuendo. Tendría que haber unas normas de estilo para ir a actos de ese tipo.

El otro día, este periódico entrevistó a las diputadas del 23-F. Unas decían que nunca se les trató de manera machista; otras aseguraban justo lo contrario. ¿Qué sensaciones tiene de la época en ese sentido?

Creo que ahora todo se lleva al extremo. Yo no percibí que se nos tratara de manera despectiva. Yo fui una fotógrafa más. Así lo sentí. No sé si los cámaras lo hacen a propósito, pero las feministas que aparecen protestando en las manifestaciones no son nada femeninas. Si lo fueran, tendrían mucha más fuerza. Aparecen siempre gritando. Es una barbaridad lo que le estoy diciendo, ya lo sé, pero creo que es verdad. Consigue más quien no grita. Es que eso de ir gritando por ahí…

Tras el 23-F, Suárez fue pasto de la marginación social. ¿Cree que la sociedad le ha agradecido lo suficiente su papel en la Transición?

Me parece que no. Ahora existe esa tendencia de agradecimiento, pero… Su labor fue muy importante. Estuvo a la altura. La herencia de Franco estaba ahí. Suárez lideró los acuerdos. Fíjate en las diferencias entre Suárez y Felipe; o entre Fraga y Carrillo. Lo que tuvo que ser para Fraga ceder y entenderse con los comunistas… Y así todos. Me produce indignación que se esté tratando de romper lo construido entonces.

(...)

España, ¿cómo fue la última conversación con Paco? ¿Pudo despedirse?

El día que fuimos al hospital, Paco apenas podía hablar. Antes de salir, me pidió que llamara a Pedro J. para decirle que sí iba a enviar su columna. Así lo hice. Se sentía mal. Llamé al médico y nos dijo que fuéramos a Montepríncipe.

Ya eran, entonces, columnas dictadas.

Sí, hacía tiempo que Paco ya no podía utilizar la máquina de escribir. Me las dictaba y yo las tecleaba en el ordenador. En cuanto tenía el tema, empezaba... Le salía con mucha facilidad. Yo no imaginé que fuera a morir ese día. No sé, no creí que no fuéramos a salir del hospital. Allí se fue poniendo peor y entramos en la UCI.

¿Paco tenía mucho miedo a la muerte?

Paco llevaba más de un mes con un rostro distinto, sin esa mirada tan suya... Pero creo que estaba relajado. He pensado tantas veces qué habría escrito en esa última columna...

España, somos una sagrada familia de la que no va a quedar nada en el cielo ni en la tierra. Por fin nos libraremos tanto de la actualidad como del presente. Nos evadiremos, ceniza ágil, de los ciclos aburridos (Fragmento de 'Carta a mi mujer')

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