Este cronista ha visto a Franco volar por la vertical de Peguerinos, dejar Cuelgamuros y poner rumbo a Mingorrubio. Vio a Guaidó en Madrid, a Sánchez renacer en un pantano estanco en Dos Hermanas, vio a Irene Montero estornudar Covid-19 en aquel 8-M pero nunca ha ido a reportajear la nieve.

Las nieves de antaño, que diría Villon, están aquí con previsión de quedarse y de niños con sabañones. Pero también las nieves de hogaño, que son estas que han dejado Madrid en una suerte de burbuja helada donde sólo salen los lunáticos. En la noche del viernes, el cronista veía que la cosa iba a más, y se puso a hacer muñecos en la puerta de la librería Alberti.

Dos muñecos: Pica y Lagartos, a los que se les puso El cuaderno gris porque este periodista está interesado en dar vida al hielo y preguntarle por los prosistas más granados. Y les pregunté por Iglesias y Sánchez y la coalición. Y los muñecos hablaban, lo juro, y no era un delirio del frío, que no era tanto.

Una estatua de una menina reproducida con nieve en la Plaza de Colón en Madrid cubierta de nieve. EFE

La nevada histórica de Madrid iba llegando, con la calma tonta de los días históricos. Pocos, y valientes, iban saltándose el toque de queda porque la oposición venezolana, tan sufrida en mi barrio de Argüelles, quería blanco. Y lo tuvo. Entre ellos Mark (venezolano de Suiza), que tenía el reto homérico de llevar a los barrios del sur unos medicamentos en unos esquís Salomon. Madrid se levantó con el silencio de la nieve, y era un silencio bueno, no el del confinamiento. Como un cuento de Navidad en tiempos de pandemia, esa pandemia en la que nevó en abril y que sólo registramos los insomnes.

Severino Mínguez Covachuela, natural de San Lorenzo, hubo de pasar la noche en la pensión de Moncloa y desayunar bollería de antes de ayer, pero los guriatos se acostumbran a todo y ha ido de Málaga a Malagón. Suena, o parece que suena, el Tema de Lara de Doctor Zhivago en el final de Princesa, en el Monasterio del Aire (sic), donde Madrid ya roza con el Círculo Polar Ártico por la parte del Arco franquista.

Los grandes centros comerciales de una de las calles más comerciales de España están cerrados; sólo el bar de los bocadillos reparte cafés con tortilla a quien pide churros con cola cao: cosas de la imprevisión y Filomena. Se habla ya, con calor de mito, de un tipo de Hortaleza que salió con los perros y el trineo. O de otro, Borjita, que hacía esquí acuático en nieve por los barrios buenos de Madrid.

Varias personas esquían por la Plaza de Colón en Madrid.

En los estancos, que sí están abiertos, hay un calor cálido de vicio y octogenarios que, efectivamente, no recuerdan un nevazo como éste y salen a por la nicotina, sin miedo a neumonía o Covid-19. El tabaquismo fue llamado a luchar contra los elementos, y una tarde de nieve y películas malas sólo se pasa con cigarros y Machaquito en vena. Así será. Unos rusos, con una mascarilla putinesca, piden vodka y se felicitan del tiempo y de la Pascua ortodoxa y de la vacuna Sputnik, que ya son ganas. Están en su salsa. Van con un tres cuartos, en no sé qué alarde de friolerismo.

La cosa es que esta nevada en Madrid tiene algo catártico, aunque anden cerrados los centros comerciales y los artríticos saquen los esquís y nos vayamos pasando por el forro de la bota de nieve las zonas básicas de Salud de la Ayuso. Igual el silencio de la nevada, las niñas escandalosas con el selfie, la venganza del meteoro, sea un buen augurio para el año en que Otegi es "dirección del Estado". 

Lo que sabemos es que, como recuerda el Tito Domi, cae la nieve sobre los vivos y sobre los muertos, que escribió Joyce en uno de sus más celebrados cuentos. La nevada sublima, claro, y nos hace más europeos, se ponga la peña como se ponga. El problema es que en la nevisca aparece la Pedroche con un yoga helado, hidrogenando salvan sea las partes, y con el aplauso de los rijosos e instagramers: si no son una y la misma cosa. 

Un metro que no se cerraba, alguna catenaria helada, otro día más en que la hostelería cierra por los elementos. El cronista ha recorrido su Madrid más próximo: la Casa de las Flores de Neruda, la casa natal o mortal de Galdós... y todo era lo mismo y era distinto. La bicicleta del cronista no avanzaba, y el cronista ha hocicado más de lo necesario en la nieve pura que le recuerda a la infancia. Dicen por ahí que la nieve es populismo, pero en Madrid los madrileños nos abrimos caminos, sendas, llevamos botas de supervivencia y vamos como zombies a por un plato de cocido. Que no habrá.

PS: Se ha desalojado una estantería en mi casa, y un tablón de la misma quiere ser una tabla de snow. Querer es poder. El cronista se arrepiente de no comprarse un trineo de saldo en Decathlon. De Benito Gutiérrez al Parque del Oeste, hay espacio para reírse y partirse la crisma. La felicidad tonta de lo blanco. Ay.

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