Kiko Rivera

"Me avergüenza el apellido Pantoja". La frase no es lapidaria, pero le salió del alma a Kiko Rivera, hijo de su madre, en el transcurso de una entrevista hecha en Mediaset, donde le entrevistan un día sí y otro también. No era propiamente una entrevista, sino más bien un monólogo, y en él dijo lo que dijo. Por ejemplo, que Pantoja estaba cegada por el dinero y esa era su enfermedad.

Luego hubo cosas que no dijo del todo, como que los trastos de torear, que por herencia pertenecen a sus hermanos Fran y Cayetano Rivera, están en una habitación de Cantora, a buen recaudo, pese a que Pantoja fingió en su momento que habían sido robados. Aquí el único robo existente lo ha sufrido Kiko Rivera, y si no que se lo pregunten a él.

Volviendo a la entrevista, el hijo de Pantoja desgranó más silencios que palabras. Los primeros planos fueron abundantes, y en ellos se veía a Kiko con los ojos perdidos, como náufragos entregados a pensamientos siniestros. Era una noche muy indicada para sufrir.

Luego hubo cosas que no dijo, como que, pocos días después de morir Paquirri, la tonadillera se presentó en Cantora con un especialista en cajas fuertes e hizo reventar la caja de la habitación del diestro, llevándose cuarenta millones de pesetas, impresionantes joyas (millones que no eran de Pantoja, joyas que tampoco lo eran) y no se cuantas cosas más.

Kiko Rivera nunca imaginó que su vida estaría sometida a esa locura de arbitrariedades como que su madre había dejado de serlo. Eso también lo dijo, pero de otra manera.

Entre las conclusiones, había dos que iban a misa: Una, la entrevista duró más de tres horas. Dos: Kiko, en lucha contra sus propios genes, ha demostrado ser una buena persona.

Kamala Harris

Después de lo que nos ha costado deshacernos de Trump, no está de más detener la mirada en la vicepresidenta electa Kamala Harris, exfiscal general de California, senadora y mujer dotada de tantos arrestos que tiene el futuro en sus manos. El futuro es más que el presente, con eso está dicho todo.

A los cien años del voto femenino, Kamala Harris representa otro hito histórico. Ella es la primera mujer que consigue alzarse con la vicepresidencia estadounidense de la mano de Joe Biden.

A propósito de Biden, me parece de mal gusto la imagen a la que han recurrido algunos medios para explicar sobre su cuerpo los achaques que ha padecido en sus 76 años de vida. Recuerda a esos pósteres de vacas que penden en las carnicerías, parcelados como si fueran provincias. Joe Biden, a juzgar por las flechas que van y vienen sobre las parcelas, ha tenido dolencias de todo tipo: aneurisma cerebral, próstata, vesícula, y no señalo más porque es un largo etcétera de calamidades. Él ya lo sabe.

Es una bonita historia, la de Kamala Harris. Una historia de la que pronto se harán biopics y se escribirán libros. Ella lo merece. Es animosa y tenaz, combativa, doña perfecta. Nació para triunfar y le falta un telediario para conseguirlo. Hija de emigrantes (su padre era un profesor jamaicano y su madre una oncóloga tamil que hizo el doctorado en Berkeley), Kamala se dedicó tan intensamente a estudiar y opositar que se le fue el tiempo de las manos y olvidó casarse y tener hijos.

Hasta que un día, en una cita a ciegas preparada por su hermana Maya, llegó su love story. Él era un abogado judío llamado Douglas Emhoff, separado y con hijos, que nada más verla exclamó: "¡Eres bellísima!". Ahora, cada vez que la ve sigue diciendo lo mismo. Según cuentan, el primer día que salieron juntos Doug dejó por la noche un mensaje de amor en su buzón de voz. Un mensaje tan-torpe y tan-cursi, que cada aniversario de boda lo escuchan para reírse juntos y celebrarlo.

Kamala Harris era íntima amiga de Beau Biden, el hijo fiscal del presidente electo, fallecido en 2015 a causa de un tumor cerebral. Beau les unió, dice Joe Biden. Desde entonces formaron ticket electoral. La jefa de campaña de Kamala ha sido Maya Harris, su hermana. Todo ha salido redondo.

Kamala tiene 56 años y un carácter irreductible. Se ha metido el mundo en el bolsillo.

Sandra Barneda

Parecía que la vida la había llamado para ser una modelo de pasarela, pero el exceso de pudor y ese punto de timidez que desvela cuando huye de sí misma, la empujaron a dar un quiebro y descubrió su vocación. Fue como la caída del caballo de San Pablo, pero sin caerse.

Su vocación no era una, sino tres: el periodismo, la literatura y la televisión, sin olvidar el teatro, que también pesaba lo suyo. En la literatura demostró su pasión temprana. “Llevo mucho tiempo escribiendo”, confesó Sandra Barneda en la presentación de Un océano para llegar a ti, una novela de pérdidas y ausencias, de familia y muerte. O sea, una novela de llorar. Con ella, la escritora ha sido finalista del Premio Planeta, obteniendo el primer premio Eva García Sanz de Urturi con Aquitania.

Esta novela es la quinta obra que escribe Barneda. Se ve que la chica es activa (o madrugadora), nerviosa (o acelerada), vibrante (o superrápida). A su vocación por la literatura une también el amor por la prensa y la televisión. En su momento también fue actriz (Al salir de clase). Seguramente es una mujer pluridimensional, capacitada para abarcar todo lo que se propone, incluido el amor, que se come mucho tiempo. Un día nos enteramos de que está con Nagore Robles y al otro, de que ya no está. No me extrañaría que la insistencia terminara en boda. A Sandra le vendría muy bien un final feliz con traje blanco y brilli brilli. La pega es que literariamente, los finales felices son un poco petardos. Lástima.

Ana Obregón

Siempre hay algo de lo que arrepentirse. Yo me arrepiento de haberme metido injustamente (y lo que es peor: ¡durante años!) con Ana Obregón, de la que hice mofas cuando inauguraba sus veranos en la Costa de los Pinos mallorquina. Entonces compartía risas, y este año he compartido amarguras. Una de las peores noticias de la primavera fue la despedida (no me atrevo a decir la otra palabra) de su hijo Álex tras una larga enfermedad. Sucedió en Barcelona, yo recuerdo que llovía y que Ana y Lecquio tomaron un taxi y se perdieron en la humedad del asfalto.

Ana no pudo elegir una tarde más aciaga. A todos los que nos hizo reír alguna vez en sus veranos de Mallorca, la tarde de la despedida se nos caían lágrimas como castañas.

Obregón regresó a Madrid y estuvo muchos días desaparecida en su soledad de madre que no quiere dejar de serlo. Ahora leo que volverá en fin de año, para dar las campanadas al alimón con Igartiburu. En TV1, con todos los españoles dentro. No creo que haya un solo español insensible al regreso de la artista. Yo, de momento, prometo no reírme más de sus posados en bikini y sus sueños fantásticos. Todos permaneceremos a su lado. Ana Obregón no volverá a estar sola.