Ayer falleció Fernando Morán, ministro de Asuntos Exteriores de 1982 a 1985. Nos deja un gran diplomático y un gran ministro que supo descifrar con clarividencia los grandes vectores de nuestra política exterior.

Compartía con el ministro Morán una profunda y positiva relación. Los jóvenes diplomáticos nos ilustrábamos con la lectura de su gran libro España en su sitio, un relato claro y bien definido de las prioridades de la política exterior en la nueva España democrática.

Aprendimos mucho de su riguroso análisis, sobre todo teniendo en cuenta la realidad de un mundo bipolar que buscaba establecer nuevos equilibrios geopolíticos. Siempre me atrajo su obsesiva referencia a la necesidad de que nuestro país buscase un “margen de autonomía” frente a la grandes potencias.

Eran años en los que se discutía sobre todo sobre la política de bloques y en algunos sectores de nuestra diplomacia se sentía la tentación de refugiarse en el movimiento de los No Alineados.

Era claro que nuestro país debía decantarse en favor del bloque occidental y que la OTAN era nuestra asignatura pendiente. Pero nuestra adhesión al Pacto Atlántico no debería hacerse sin lograr defender a ultranza nuestra vocación europeísta.

Morán no era un gestor de la diplomacia, era un idealista con una clara visión de futuro para nuestro país

El trabajo y el empeño para lograr nuestro ingreso en las comunidades económicas europeas fue el gran éxito de Fernando Morán. Nadie se lo puede cuestionar. Es cierto que su momento de gloria con la firma en el Salón de Tapices en el Palacio de Oriente, de nuestra incorporación a Europa no duró mucho tiempo, pues casi de forma inmediata, Fernando Morán fue relevado de su cargo de ministro y fue sustituido por Francisco Fernández Ordoñez.

Tenía con Fernando Morán varios puntos en común. Los dos habíamos pasado por la escuela de los “africanistas u orientalistas” del Ministerio. El norte de África y el Mediterráneo fueron siempre áreas esenciales de su preocupación diplomática. Los dos fuimos diplomáticos y ministros y los dos intentamos definir las grandes líneas de nuestra acción exterior de cara al futuro sin caer en el día a día de la gestión ministerial.

Fernando Morán no era un gestor de la diplomacia, era un idealista con una clara visión de futuro para nuestro país. Su tarea fue la de colocar a España en su sitio, en Europa, en el Mediterráneo y en Iberoamérica. Entendió claramente la necesidad de tener un proyecto global de política exterior.

Mi carrera profesional está vinculada directamente con su periodo de ministro. Fue él quien me aconsejó ir destinado a Marruecos en una reunión de embajadores de Europa Oriental en Viena. Mi llegada a Rabat me hizo descubrir el Mediterráneo y el mundo árabe e iniciar así una carrera especializada en esta región tan vital para nuestros intereses.

La última vez que compartí mi tiempo con él fue en un almuerzo, mano a mano, recién nombrado yo ministro de Asuntos Exteriores, para que me diese su orientación sobre Gibraltar. Los acuerdos de Bruselas fueron un hito indiscutible. Me aconsejó que siguiese su camino y que tratase de ganarme a los gibraltareños.

Los dos teníamos una clara vocación de planificar las acciones exteriores. Pensamos que deberíamos crear las condiciones para llegar a 2013, trescientos años después del Tratado de Utrecht, y proponer en ese momento una salida negociada para este histórico contencioso.

Se comentó que Morán se oponía al establecimiento de relaciones con Israel. Puedo desmentir esta afirmación

No pudo ser, mis sucesores no entendieron que en diplomacia se suman los esfuerzos y los logros de nuestros antecesores. Yo seguí la senda que Fernando Morán había abierto, los que me sucedieron no quisieron continuar en el camino emprendido.

Se comentó de forma reiterada que Fernando Morán se oponía al establecimiento de relaciones con Israel. Puedo desmentir esta afirmación. Siempre quiso poder alcanzar tal objetivo de manera más favorable para los intereses de nuestro país. Al final no le correspondió a él lograr este éxito diplomático.

Fernando Morán colocó a España en su sitio. Ahora nos queda a todos los que trabajamos en la diplomacia internacional colocar a España en este mundo global en donde los nuevos actores y los distintos retos y desafíos nos interpelan para poder defender lo mejor posible los intereses de nuestro país.

Fernando Morán era un ministro socialista, visionario y comprometido. Siempre defendía los principios y valores de esta socialdemocracia que llegaba a España a dirigir su nuevo destino.

Para la diplomacia española, Fernando Morán será sin duda una referencia obligada a la hora de valorar la contribución de su paso por el Ministerio en configurar la acción exterior de nuestro país.

*** Miguel Ángel Moratinos es Alto Representante de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones y ha sido ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación del Gobierno de España.