La llegada de los refugiados se ha convertido en la cuestión más importante de la agenda europea, al tratarse de una crisis existencial, como clama Walter Laqueur, del Center for Strategic and International Studies: “En la historia de la humanidad, las migraciones han sido un fenómeno más importante que las guerras, el surgimiento de nuevas religiones, ideologías y tecnologías o el trasvase del campo a la ciudad”.



La primavera árabe de 2012 no trajo más democracia y libertad, más bien inestabilidad y muerte (Libia, Yemen, Túnez, Siria, Irak). El mayor contingente de refugiados procedente de Siria -se calcula en cuatro millones- es consecuencia de una guerra civil. Los países ricos del Golfo no les han abierto sus puertas y en EEUU, la discusión sobre este asunto resulta inmoral.

La crisis arreció en la primavera del 2014, con la muerte de miles de personas en Lampedusa, principal vía de entrada para los que huyen de África. La tragedia evidenció la vulnerabilidad de Europa, incapaz de hacer frente al flujo masivo de refugiados que vienen huyendo del hambre y la inanición y llaman a nuestras puertas en busca de un hogar y protección. Y en el clímax, la fotografía de un niño de tres años muerto en una playa turca, en un intento por alcanzar territorio europeo, huyendo de dictaduras y bandas terroristas, conmocionó a la opinión pública del continente.

Esas desgarradoras imágenes -tan difíciles de soportar- son la evidencia de que no resulta exagerado hablar de crisis existencial cuando se pone en evidencia la libertad de movimientos, el control de fronteras, la inmigración y el sistema de asilo. Este último, claramente inadecuado porque el marco legal -establecido por la convención de Dublín- para procesar la demanda resulta insoportable para países fronterizos como Italia y Grecia, incapaces de contener el flujo. Tampoco está funcionando el reparto de la carga, en la medida en que hay unos cuantos Estados de la UE que se resisten a asumir la cuota de refugiados que les corresponde.

Los sucesos de París han supuesto un antes y un después, al crear una sombra generalizada de temor y sospecha y han puesto en riesgo los acuerdos (en el ya lejano 1985) de Schengen, (pequeña población de Luxemburgo), en virtud de los cuales una vez que un refugiado consigue poner el pie en territorio de la UE, tiene derecho a desplazarse libremente y establecerse en cualquier estado miembro. En las últimas semanas, la opinión pública presiona para que vuelvan a establecerse los controles fronterizos pues la situación actual facilita la infiltración de yihadistas.

Conceder asilo a quienes se hallan en peligro ha sido una obligación desde tiempo inmemorial



Las soluciones no parecen ni rápidas ni fáciles para el que ya se considera ‘el problema más grave para la humanidad desde 1945’. Europa carece de medios para dotar de vivienda y empleo a los potenciales migrantes. Esperanzas rotas, amargura y decepción es el estado de ánimo de quienes soñaban con gozar de los privilegios de que disfrutan los europeos.



Después de la crisis del euro, la erosión de la libre circulación -el hito más importante de la UE en toda su existencia- es un duro golpe para la construcción europea, porque no se ven perspectivas de que el problema vaya a resolverse. Y es que la guerra de Siria es estructural, Libia es un estado fallido y persiste la cruel dictadura en Eritrea, por no hablar de Turquía...país miembro de la OTAN.



Conceder asilo (refugium) a quienes se hallan en peligro ha sido una obligación desde tiempo inmemorial, y en esos argumentos morales se sustenta la voluntad de quienes abogan por acoger a cuantos refugiados lleguen a Europa. Pero la actual oleada podría ser solo el preludio de la auténtica crisis a la que habremos de hacer frente en un futuro no demasiado lejano.

Esto plantea la necesidad de encontrar fórmulas de cohabitación. Y al igual que con los problemas medioambientales -en que tratamos de alcanzar un ten con ten con generaciones anónimas futuras- en la cuestión territorial hemos de alcanzar el equilibrio con esos “extraños” que son multitud y tienen primero "presencia" porque nos la imponen (a nosotros que quisiéramos olvidarlos) y porque esa presencia es “amenazante” y por ello demanda atención urgente.

Lejos de enjuiciamientos morales -que son de orden privado- hay juicios de orden público que hacen imperativo encontrar soluciones estables. Y la única solución estable es abrir opciones viables a aquellos que vienen porque saben que aquí hay riqueza, no sólo económica sino política.

Nuestra paradoja -en formulación del doctor en Economía, Teodoro Millán- es que “creemos que nuestra riqueza económica proviene de la riqueza política. Y los inmigrantes nos amenazan porque pretenden compartir la riqueza económica. Nuestro miedo y egoísmo hacen que nos resistamos a repartir, y al resistirnos vamos destruyendo la riqueza política. Luego la paradoja es esta: compartir la riqueza económica y preservar la política en que aquella se asienta, o preservar la riqueza económica a costa de la política”.

Y como telón de fondo permanente, nuestras responsabilidades políticas (convivencia pacífica en las calles) y morales (acoger a los migrantes). La seguridad frente a los refugiados, evitando asociar delincuencia a inmigración. Culpabilizar a Occidente del drama de los países migrantes es como la adaptación del complejo judaizante del pecado original a los nuevos tiempos.

Y a corto plazo, ¿cómo pensar el corto plazo de la inmigración? Como en las avalanchas de masas de los grandes acontecimientos que acaban en tragedia: ordenar las colas, evitar aglomeraciones, atender a los heridos (las tragedias individuales) y encontrar recolocaciones temporales mientras se piensa en las definitivas. Nadie va a improvisar una solución aceptable en medio del fragor de la coyuntura. Pero sí que es posible establecer medidas coyunturales y a la vez invertir en construir el 'cinturón de castidad'.

Si mantenemos los principios ilustrados europeos con los que se construyó la democracia, este es un momento crucial para el devenir inmediato de la UE (derecho de asilo y libre circulación) sin olvidar las nuevas fracturas Norte Sur y Este Oeste, con Alemania dividida y llena de tensiones.

Y la reflexión obligada: nada de lo que tenemos es absoluto y sólido. Todo es contingente y tiene pies de barro. Incluso nuestra querida idea de democracia occidental carece de una base a prueba de preguntas insidiosas porque tener una larga tradición histórica detrás no es suficiente. Más historia que la de las monarquías tradicionales, que ya son sólo símbolos representativos, no la ha tenido nadie. Por lo mismo, nuestro concepto de "frontera" es, visto con perspectiva, efímero y cuestionable.

***Luis Sánchez-Merlo fue secretario general de Moncloa durante el Gobierno de Calvo-Sotelo.

***Ilustración: Pedro Marrodán.