Como si de la aparición de un animal mitológico se tratase, el crucero nuclear Almirante Nakhimov ha sido visto el pasado lunes 18 cortando las aguas del Mar Blanco, en lo que es su regreso a aguas abiertas en casi tres décadas.
Con esta primera salida al mar desde 1997, este exponente de la industria naval soviética se acerca a la culminación de un proceso de modernización que comenzó hace poco más de diez años, en 2014, y ha estado marcado por retrasos técnicos, desafíos económicos y las tensiones geopolíticas protagonizadas por Rusia.
Con el inicio de sus pruebas de navegación, el Almirante Nakhimov comienza una etapa decisiva. Si supera los ensayos de mar, de seguridad nuclear y de actuación de los sistemas de armas, será reincorporado como buque insignia de la Armada rusa, título que actualmente ostenta su mellizo, el Pyotr Velikiy (Pedro el Grande en español).
La lógica indica que este último no será sometido a una modernización similar, debido a su desgaste operativo y al altísimo coste que implicaría. Todo apunta a que su baja es cuestión de tiempo, con parte de su tripulación pasando al renovado Nakhimov.
Con 252 metros de eslora, 28,5 m de manga y casi 28.000 toneladas de desplazamiento, el Almirante Nakhimov es actualmente, de lejos, el buque de guerra de superficie más grande del mundo.
Su regreso al servicio activo no solo tiene valor simbólico, sino que constituye un potente recordatorio de la apuesta rusa por mantener, aunque sea mediante costosos programas de renovación, una flota capaz de rivalizar con la OTAN y de ejercer presión en los mares que rodean Eurasia.
El Almirante Nakhimov forma parte de los cruceros de batalla de propulsión nuclear clase Kirov, la única serie de buques de superficie en el mundo equipada con este tipo de sistema. Sus dos reactores nucleares le permiten una autonomía de navegación prácticamente ilimitada, al tiempo que le otorgan la capacidad de sostener altas velocidades por períodos prolongados.
Sin embargo, esta misma característica es un arma de doble filo. La complejidad del mantenimiento de un buque de este tipo y el elevadísimo coste de su operación fueron factores determinantes que limitaron la continuidad del programa Kirov.
Cuando el Nakhimov fue puesto en dique seco, a finales de los años 90, la Marina rusa atravesaba uno de sus momentos más difíciles. La caída de la Unión Soviética había dejado en ruinas el presupuesto naval, obligando a retirar y desguazar gran parte de la flota heredada.
Buque nuclear ruso Pedro el Grande
Buques colosales, concebidos para una confrontación a gran escala con Occidente, resultaban imposibles de mantener en el clima de penuria económica sufrida en la última década del siglo pasado. Así, el crucero quedó inmovilizado en Severodvinsk, uno de los principales puertos rusos sobre el Mar Blanco, sin un horizonte claro.
Los planes originales preveían su puesta al día en apenas cuatro años, con entrega en 2018. Sin embargo, retrasos en la instalación de sistemas de armas y la adaptación de la planta nuclear pospusieron la fecha de finalización varias veces. Finalmente, la leyenda de acero ha vuelto a surcar las aguas este agosto.
Una modernización a fondo
La renovación del Almirante Nakhimov no se ha tratado de un simple reacondicionamiento sino más bien de una reconstrucción, llevada a cabo en el astillero Sevmash. La artillería soviética de gran tamaño, pensada para enfrentamientos de otra era, ha dado paso a un armamento moderno y versátil, adaptado a la guerra del siglo XXI.
El cambio más trascendental ha sido la sustitución de los antiguos misiles Granit -20 proyectiles antibuque de gran tamaño- por 80 celdas de lanzamiento vertical universales, con las que el crucero multiplica exponencialmente su capacidad ofensiva y se adapta al combate multidominio.
Ahora, el Nakhimov puede albergar un amplio abanico de misiles: desde los Kalibr (subsónicos, de crucero), hasta los Oniks (supersónicos), pasando por los más avanzados Tsirkon, capaces de alcanzar velocidades hipersónicas.
Paralelamente, se añadieron 96 celdas más para misiles tierra-aire, que hipotéticamente operan con una variante naval del sistema S-400, el escudo antiaéreo más avanzado de Rusia. Sobre el papel, el buque cuenta con potencia de fuego equivalente a tres batallones terrestres de este sistema.
Buque nuclear Pedro el Grande
Además, dispone de sistemas de defensa de punto, como el Pantsir-M y el AK-630, para contrarrestar amenazas cercanas, incluidos drones y misiles entrantes.
A nivel de artillería convencional, el histórico cañón AK-130 ha sido reemplazado por la versión mejorada AK-192M de 130 milímetros, más ligera y con mejores sistemas de control de tiro.
A ello se suma un conjunto de armas antisubmarinas como el Paket-NK y el Otvet, lo que convierte al buque en una plataforma polivalente, capaz de proyectar poder en todos los entornos.
Con 174 celdas de lanzamiento en total, el Almirante Nakhimov sobrepasa a sus equivalentes internacionales en capacidad de fuego. En comparación, los destructores estadounidenses clase Arleigh Burke tienen 96 celdas y los Ticonderoga, 122; los surcoreanos clase Sejong el Grande, 128; y los modernos cruceros chinos Tipo 055, 112.
No obstante, la modernización del buque no oculta una realidad innegable: Rusia carece de capacidad para construir de nuevo buques de este tamaño.
Con la cancelación definitiva del portaaviones Ulyanovsk en los años 90 y la paralización de los trabajos en el único portaaviones operativo, el Almirante Kuznetsov, Moscú ha optado por prolongar la vida de sus reliquias soviéticas antes que invertir en nuevas construcciones.
Actualmente, otras unidades de gran tamaño, como los cruceros de la clase Slava, se acercan también al final de su vida útil. Esto convierte al Almirante Nakhimov, quizás, en el último titán de los mares que Rusia mantendrá en operaciones en las próximas décadas.
