De cara al exterior, nada pudo ir mejor en la reunión del pasado lunes entre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Ambos intercambiaron elogios, se congratularon por la "guerra de los doce días" en Irán y Bibi incluso le regaló a su viejo amigo una copia de la carta que Israel había mandado a la organización de los Premios Nobel para que Trump recibiera el de la Paz, una ambición que viene muy de lejos, cuando los Acuerdos de Abraham no le sirvieron para llevarse el galardón que sí ganó Barack Obama en 2009.
Otra cosa es la realidad cuando uno rasca debajo del optimismo público. Las dos grandes cuestiones a tratar, por supuesto, fueron Irán y Gaza, y no está claro que ambos países coincidan ni en la evaluación del momento actual ni en la previsión del futuro.
Para empezar, Netanyahu acudió a Washington con la idea de convencer a Trump de la necesidad de volver a atacar a Irán. Tal vez no ahora mismo, pero sí a la más mínima indicación de que se está volviendo a enriquecer uranio o que se están trasladando los laboratorios a otras ubicaciones.
En otras palabras, la cuestión nuclear iraní es una amenaza existencial para Israel y por ello su primer ministro no quiere relajaciones.
Es probable que en Tel Aviv estén preocupados por el exceso de triunfalismo que ha mostrado Trump desde el mismo día de los bombardeos estadounidenses sobre los complejos de Fordo, Natanz e Isfahán. El presidente salió de inmediato a anunciar el éxito absoluto de la operación y a hablar de la "aniquilación" del proyecto nuclear iraní. En Israel no lo tienen tan claro.
El motivo es que no ha pasado suficiente tiempo para evaluar los daños —el propio presidente iraní Masud Pezeshkian así lo manifestaba en entrevista con Tucker Carlson— y que el optimismo de Trump parece ir más allá de la lógica.
El multimillonario se ha negado a escuchar a su propio servicio de inteligencia cuando este ha osado matizar el éxito de la operación. Parece que su ego se sintiera herido cuando se dice una obviedad como que es imposible anticipar los resultados en tan pocas horas… y eso siempre es un peligro.
Israel no quiere pasar página
Por ello, aunque Trump insista en que Irán ha dado por cerrada su aventura nuclear y asegure que están deseando retomar las negociaciones que se suspendieron tras los primeros ataques israelíes sobre Teherán, Netanyahu tiene sus dudas.
Steve Witkoff afirmó que las conversaciones podrían reanudarse esta misma semana, pero ese parece el plazo estándar de la Administración Trump para solucionar cualquier problema y no siempre se cumple. Más bien, al contrario. En cualquier caso, no ha habido aún confirmación pública por parte del régimen de los ayatolás de que estén interesados en reunión alguna.
Para Netanyahu, lo importante es que Trump siga teniendo en la cabeza la posibilidad de que hagan falta más ataques y que no lo dé todo por acabado. En público, sí, le sigue el juego, pero, en privado, la cosa cambia.
Los supuestos del posible ataque israelí sobre Irán son bastante obvios, pero el primer ministro no quiere que se deje de hablar de ellos: sabe o intuye que, si vuelve a haber algo parecido a un programa nuclear con la ayuda de Rusia y tal vez de Corea del Norte o incluso de China, sus fines no serán precisamente civiles sino puramente militares. Ya no hay marcha atrás.
En rigor, no está pidiendo a Estados Unidos que tome la iniciativa, pero sí que entienda que, en un momento dado, Israel pueda pasar a la ofensiva y necesite su apoyo, es decir, que proteja su territorio con misiles Patriot, que ponga sus bases en Oriente Próximo a su disposición y que utilice su amplia red diplomática para impedir que los países árabes y, sobre todo, la mencionada Rusia, acudan en defensa de Irán. Está por ver si de tanto estirar la cuerda no acabará rompiéndose.
Donald Trump recibe la carta de nominación al Nobel de la Paz promovida por Netanyahu.
El misterio de "la ciudad humanitaria" de Israel Katz
La otra gran cuestión, como decíamos, es Gaza. Enviados de Israel y de Hamás llevan semanas negociando en Doha un acuerdo que parecía estar a punto de cerrarse: sesenta días de alto el fuego y liberación de dieciocho rehenes vivos junto a varios presos palestinos. Israel aceptó primero las condiciones y a continuación fue Hamás quien anunció su visto bueno. Ahora bien, de eso ha pasado casi una semana y no acaba de haber anuncio oficial.
Eso no quita para que aquí Trump tire también de su habitual optimismo y anuncie un acuerdo inminente, por supuesto para esta misma semana.
Netanyahu calla y puede parecer que otorga, pero no se mueve un milímetro de sus posiciones. Aparte, las palabras del ministro de defensa, Israel Katz, en las que aseguraba que su Gobierno estaba preparando una "ciudad humanitaria" en las ruinas de Rafah, al sur de la Franja de Gaza, para trasladar ahí a los millones de civiles que habitan la zona, han causado una profunda preocupación en el mundo árabe.
A este respecto, Netanyahu jugó con la ambigüedad. No negó la posibilidad de una tregua, pero tampoco la afirmó. No dijo palabra del plan anunciado por su ministro, pero volvió a apoyar el de Trump para que los gazatíes abandonen voluntariamente su patria y se marchen a otros países, con los que, supuestamente, están "teniendo conversaciones". No se sabe qué países son, probablemente, porque no existan. Ningún país árabe aceptaría nada parecido.
En definitiva, el futuro de la Franja sigue en el aire, porque ya no se trata del "triunfo total sobre Hamás", sino de qué pasará el día después de que la banda terrorista ceda efectivamente el mando sobre el territorio.
¿Quién llenará ese vacío? ¿Estaría Israel dispuesto, como desde luego lo está Trump, a que sean sus aliados árabes los que gestionen la reconstrucción? ¿Pintarán algo Mahmud Abbas y la Autoridad Palestina? ¿Aceptarían Arabia Saudí y los emiratos del Golfo Pérsico hacerse cargo de la situación sin un compromiso de un futuro de dos estados? Las preguntas siguen siendo muchas más que las respuestas. El optimismo, de por sí, no sirve de nada sin un plan definido.
