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La incursión de un número indefinido de drones rusos en el espacio aéreo polaco ha disparado todas las alarmas en el seno de la OTAN.

El ataque no solo demuestra que Rusia está dispuesta a estirar su juego militar más allá de las fronteras de Ucrania, sino que la elección del método resulta igual de alarmante por lo que tenía de previsible.

Los drones son baratos —se pueden conseguir desde unos 500 euros y los más avanzados no suelen pasar de los 50.000—, mientras que las defensas utilizadas por Polonia y sus aliados fueron extremadamente caras.

El portal de estrategia militar Escudo Digital estima que cada misil lanzado por los F-16 y los F-35 que participaron en el abatimiento de los drones pudo costar entre un millón y tres millones de euros, según el tipo exacto de misil y el número necesario para derribar el objetivo.

Si se trató de diecinueve aeronaves no tripuladas, como declaró el primer ministro polaco, Donald Tusk, hablaríamos de una cantidad entre diecinueve y cincuenta y siete millones de euros para hacer frente a un ataque en el que Rusia pudo gastar unos 200.000 euros, tirando por lo alto.

Ucrania lleva tiempo avisando de esta contingencia. Entre otras cosas, porque se benefició de ella en los primeros meses de la guerra, cuando sus armas más baratas, pero más móviles, fueron capaces de frenar a los carísimos tanques rusos. 

También la ha sufrido en el frente: los ataques rusos casi se han circunscrito en los últimos meses a la aviación no tripulada, que reduce el número de bajas y es tremendamente barata. 

El dron de elección de los rusos es el Shahed iraní, del que Teherán fabrica millones cada año, buena parte de los cuales acaba en el este de Europa.

Buscando una “Cúpula de Hierro”

Los generales ucranianos llevan tiempo alertando a la OTAN de la necesidad de establecer un plan de defensa antiaéreo asumible económicamente. A la vez que pide sistemas antimisiles Patriot —y precisamente por lo complicado de su compra—, Ucrania ha tenido que desarrollar sus propias defensas de intercepción de drones, con misiles baratos y su propia flota de aeronaves.

A falta de presupuesto y, sobre todo, de agilidad en la entrega de recursos, ha tenido que optar por métodos más económicos, pero también más sostenibles en el tiempo. Ese es el gran reto de Europa y de la OTAN en general en caso de que Rusia siga con estas incursiones.

Los drones no van a ser nunca tan decisivos o tan letales como un misil hipersónico, un tanque de última generación o un caza con la más avanzada tecnología, pero la táctica es utilizarlos para saturar las defensas del enemigo… y luego entrar con armas más potentes.

Es lo que intentó Irán contra Israel, por ejemplo, aunque la sofisticada Cúpula de Hierro evitó el desastre. ¿Tiene Europa un equivalente a esa Cúpula de Hierro?

Es cierto que las inversiones militares han ido en ese sentido: armas cada vez más baratas, pero que se puedan desplazar con facilidad y que se puedan utilizar en amplias cantidades. También es cierto que la doctrina de defensa apenas ha cambiado respecto a décadas anteriores, o no a la velocidad que los hechos parecen requerir en el corto y medio plazo.

El hecho de que Polonia tuviera que recurrir a sus carísimos cazas y a los desplegados por la OTAN desde Países Bajos y otros países cercanos habla a las claras de lo poco preparada que está la Alianza.

Una incursión con drones en Polonia, que comparte una extensa frontera con Ucrania, era algo que debería haberse previsto con bastante antelación. La imagen fue de cierta improvisación, pese al relativamente escaso número de naves que entraron desde Bielorrusia.

Trump no sabe o no contesta

El propio Volodímir Zelenski insistió este jueves en la necesidad de que la OTAN se tome en serio un protocolo de defensa antiaérea que no requiera de cazas ni de carísimos sistemas de misiles de intercepción. También pidió, como es lógico, que se tomara alguna medida contra Rusia por el ataque, algo que no parece que vaya a suceder.

La respuesta del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue francamente confusa y la situación se diluyó tras el asesinato del activista político Charlie Kirk.

No mejoraron las cosas en las veinticuatro horas posteriores al ataque: en lugar de mandar un mensaje contundente de apoyo a los aliados europeos, la Casa Blanca decidió levantar las sanciones a la aerolínea bielorrusa Belavia, que podrá operar de nuevo en territorio estadounidense.

La decisión fue tomada por Donald Trump en primera persona, tras conversación telefónica con el dictador bielorruso y fiel aliado de Vladímir Putin, Aleksandr Lukashenko. También viene diciendo Zelenski —aunque no muy alto, para no enfadar a J. D. Vance— que la reunión en Alaska entre Trump y Putin no sirvió más que para envalentonar al autócrata ruso.

No solo eso: aquella reunión no detuvo los bombardeos sobre civiles, no llevó a ninguna reunión trilateral en ningún lado y las anunciadas sanciones extraordinarias quedaron en el olvido.

No se ha vuelto a hablar de ellas y de todo esto hace ya cuatro semanas.

Putin, por supuesto, apunta todas estas cosas en su libreta: la falta de respuesta a la incursión en Polonia, la facilidad con la que Trump baila a su son y la torpe reacción militar de la OTAN. Hace sus números y le cuadran. Enfrentarse a la OTAN es una auténtica locura estratégica, pero sus acciones apuntan en ese sentido.

Si su amigo americano consigue cargarse la Alianza antes de que eso ocurra, tal vez se le abra una oportunidad.