Publicada
Actualizada

En las calles de Kiev, las sirenas antiaéreas comenzaban a bramar cuando las últimas luces de la tarde se apagaban en el horizonte: un primer grupo de drones rusos se aproximaba a la capital de Ucrania, y la defensa antiaérea intentaba derribarlos. Fue el principio de una pesadilla que ha tenido en vela a toda la ciudad durante la madrugada del miércoles al jueves, en la que Rusia ha asesinado al menos a 23 personas –incluidos cuatro niños– y ha herido a medio centenar.

Los momentos más críticos se vivieron entre las 3:00 y las 6:30 de la mañana, primero con varias oleadas de drones suicidas que impactaron contra todo tipo de edificios, y después con la llegada de los misiles que iban sacudiendo un distrito tras otro. Misiles hipersónicos y de crucero, mezclados, llegando desde varias direcciones para que fuera más difícil pararlos.

Se registraron unos 20 impactos en total, aunque el más desgarrador fue el que asesinó a doce vecinos de un mismo edificio residencial situado en Darnytsia, un barrio humilde en la orilla este del río Dniéper –que divide en dos la capital ucraniana–.

Horas después del impacto, ya entrada la mañana, continuaba la búsqueda de cuerpos entre los escombros de este edificio de viviendas de Darnytsia. Mientras los bomberos trataban de enfriar con agua la estructura del bloque, tres rescatistas encaramados en lo que quedaba del tejado intentaban retirar los cascotes más grandes, ayudados por una enorme grúa.

A pie de calle, más rescatistas aguardaban junto a sus perros para volver a entrar y seguir buscando a los civiles que quedaban sepultados bajo los restos. Cuando los bomberos terminaron de refrescar los muros que quedaban en pie, los equipos entraron de nuevo para hacer otra batida.

Los rostros de bomberos, rescatistas y policías –tiznados por el humo y agotados por las intensas horas de trabajo continuado– hablaban sin palabras y describían la atrocidad de este último bombardeo ruso. Entre los muertos, cuatro niños de edades entre los dos y los 17 años. También adultos, a los que intentaron reanimar sin éxito sobre el asfalto, salpicado de cristales por la onda expansiva.

Rescatistas y bomberos trabajan en uno de los edificios residenciales bombardeados por Rusia esta madrugada, en Kiev. María Senovilla El Español

El dolor de una ciudad

A pocos metros del edificio, el llanto desconsolado de una mujer cortaba la respiración. La sostenían entre tres personas, y las palabras de ninguno de ellos lograban mitigar los alaridos de dolor que salían de su garganta. Probablemente, alguno de los cuerpos encontrados era de un familiar.

Otra mujer, algo más retirada, intentaba hablar por el móvil. Pero no conseguía hilar las frases: las lágrimas se las tragaban. Sentada en una silla plegable, junto al transportín de su gato, una anciana miraba al vacío. Y en la misma manzana, dos jóvenes se abrazaban en silencio. La foto fija de la escena era desgarradora, miraras donde miraras.

Y lo peor es que la escena de Darnytsia se repitió por toda la ciudad de Kiev: hubo impactos contra rascacielos, contra locales comerciales, edificios bajos, polígonos industriales e incluso trenes.

Rusia bombardeó el ferrocarril, destruyendo por completo uno de los modernos Intercity que unen las ciudades de Ucrania de una punta a otra del país. Un tren que tenía que haber salido a la vía –lleno de pasajeros– unas horas después del ataque, como reconocía el director de la compañía ferroviaria ucraniana, Oleksandr Pertsovsky.

Otro de los objetivos de los drones rusos fue la sede de la Unión Europea en Kiev, cuyas oficinas quedaron parcialmente destruidas. António Costa, presidente del Consejo Europeo, calificó el ataque de “deliberado” y prometió que “la UE no se intimidará: la agresión rusa sólo refuerza nuestra resolución por estar del lado de Ucrania y su gente”.

Rescatistas y bomberos trabajan en uno de los edificios residenciales bombardeados por Rusia esta madrugada, en Kiev, donde han muerto al menos 14 civiles. María Senovilla El Español

600 drones en una noche

Los residentes de Kiev, que han sido bombardeados sistemáticamente durante todo este año, llevaban días inquietos porque Putin no había lanzado ningún ataque en las últimas semanas. “Cuando los rusos están tanto tiempo sin bombardear, significa que están preparando algo gordo, y al final ha llegado”, aseguraba Luda, señalando la calle cubierta de cristales y cascotes.

El último gran ataque contra la capital de Ucrania se había producido el pasado 31 de julio. Uno de los meses más negros que se recuerdan, con ataques nocturnos a diario, y en el que se batió el triste récord de 730 drones rusos lanzados en una sola noche.

En la de ayer, fueron 598 los aviones no tripulados que empleó Rusia –entre los que había una cantidad indeterminada de drones “señuelo”, que se lanzan sin carga explosiva para dificultar el trabajo de la defensa antiaérea– junto con 31 misiles.

A pesar de que los operarios públicos de las ciudades ucranianas se han ganado la fama de empezar a reparar los destrozos antes incluso de que acaben los ataques, lo cierto es que los bombardeos continuados contra Kiev se han ido acumulando en sus calles y –por primera vez desde que empezó la invasión a gran escala– no dan abasto para reconstruir todo lo que se ha destruido.

En casi todos los distritos de la capital pueden verse las cicatrices de estos ataques aéreos, que no dan tregua, y se multiplican los comercios, oficinas y edificios que tapian con tablones los escaparates y ventanas arrancadas de cuajo por las explosiones.

Uno de los edificios residenciales bombardeados por Rusia esta madrugada, en Kiev. María Senovilla El Español

A las puertas de la Unión Europea

La escalada de Putin no se limita al número de bombardeos que está perpetrando contra las ciudades de Ucrania –muy alejadas del frente de combate en muchos casos–. Ni tampoco a la cantidad de drones y misiles que lanza en cada uno de esos ataques combinados masivos, y que tienen a la defensa antiaérea de Zelenski al límite.

La escalada de Putin también es geopolítica, y sus crímenes de guerra contra la población civil de Ucrania cada vez se extienden más hacia el oeste. Urbes como Leópolis, Ternópil, Lutsk o Ivano-Frankivsk –situadas muy cerca de la frontera con Polonia– se han convertido ahora en objetivo recurrente para el Kremlin, que exhibe sin pudor su barbarie a las puertas de la Unión Europea.

Aunque la ONU ha alertado del incremento de muertos civiles en Ucrania –en comparación con el año pasado–, que son consecuencia directa de esa escalada de bombardeos rusos, la comunidad internacional sigue sin tomar medidas efectivas contra el Kremlin.

Al contrario, el gesto que permitió que Putin blanqueara su imagen internacional al acudir a una reunión con Donald Trump en Alaska ha dado un espaldarazo a su peligrosa estrategia expansionista –que consiste en anexionar territorios ricos en recursos, por la fuerza, más allá de las fronteras de la Federación Rusa–.

En estos momentos, el Kremlin está redibujando las fronteras de Europa en Ucrania, a golpe de misil y sin que se tomen medidas reales para pararlo. Sobre la mesa de negociación sólo hay contratos para repartirse los minerales raros, las tierras de cultivo y la producción de energía, mientras la guerra del terror traspasa el frente de combate y se extiende a las ciudades.

El de hoy no será el último gran bombardeo que sacuda una ciudad ucraniana. Ahora mismo, la superioridad numérica de Rusia le está permitiendo avanzar –aunque sea lentamente– en el campo de batalla. Y en estas circunstancias, lo último que le interesa a Putin es parar su guerra en Europa.