Kramatorsk

Son las 9:50 de la mañana y la explanada que hay frente al edificio municipal donde se reparte la ayuda humanitaria en Kramatorsk ya es un hervidero. Estamos a unos 40 kilómetros de las posiciones rusas que cercan la vecina localidad de Bakhmut. Al alcance de sus cañones, que ya les han disparado en otras ocasiones mientras se producía el reparto de comida. Pero cuando las sirenas antiaéreas comienzan a bramar, nadie se mueve de ahí. Hay que comer, incluso en tiempos de guerra.

Cerca de 30.000 familias dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir en esta ciudad, que se convirtió en la sede provisional del Gobierno Regional de Donetsk en 2014, unos meses después de que comenzaran los enfrentamientos en el Donbás –y la capital administrativa fuera tomada por los separatistas prorrusos–.

Por aquel entonces había más de 150.000 habitantes en Kramatorsk. Ahora no llegan a los 75.000, contando a los desplazados internos que han llegado desde otras ciudades, huyendo del avance de las tropas rusas.

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Aunque no es una población pequeña, es la primera vez en días que veo tanta gente por la calle. Y sin uniforme militar. Kramatorsk está completamente militarizada. Su cercanía con Bakhmut, donde está el frente de combate, la ha convertido en un centro neurálgico para las operaciones del Ejército de Kiev.

Por eso no se puede publicar el lugar donde se llevan a cabo las entregas de ayuda humanitaria. Igor, el funcionario que la supervisa, cuenta que no sería la primera vez que se produce un bombardeo durante el reparto. "Sólo puedes sacar planos cortos con tu cámara, por favor, que no se vea nada del entorno", insiste.

Miro alrededor y no puedo evitar sentir un escalofrío: si bombardeasen en este instante, sería una masacre. Hay más de mil personas y el reparto sólo acaba de empezar.

"Este tipo de reparto se lleva a cabo cada mes y medio, ha habido otros seis de esta magnitud desde que empezó la guerra", aclara Igor. "Reciben ayuda entre 25.000 y 30.000 familias cada vez". Además, dos veces por semana se reparte pan; unas 30.000 hogazas cada semana.

Nacer durante la guerra

"Lo que más falta hace ahora es alimentación y productos de higiene infantil: papillas y pañales", aclara Igor cuando pregunto qué es lo más difícil de conseguir. Aunque se cuentan por millones las mamás con niños que huyeron de la guerra durante las primeras semanas de invasión, también hay mujeres que han dado a luz durante el último año.

Encontrar productos para los bebés no es fácil en todas las ciudades ucranianas. Los 1.500 kilómetros que separan las ciudades del Este de la frontera con Polonia –por donde entra casi toda la ayuda internacional– dificultan el suministro de medicamentos, productos de higiene o comida infantil.

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Incluso si ésta llega a las estanterías del super, la falta de recursos económicos de las familias que han perdido su trabajo y sus ingresos a causa de la guerra hace imposible que puedan pagar por ello en muchos casos. Cada familia ucraniana tiene su propia historia, pero muchas de ellas se dan cita en las inmensas colas que se han formado pasadas las 10 de la mañana.

En el reparto se ve sobre todo comida no perecedera, ropa y sacos de leña. Se distribuyen en cuatro puntos diferentes, con mucha rapidez y organización. La gente lleva en la mano una especie de tickets, de diferentes colores, y con un sello. Entregan uno en cada una de las colas, y recogen lo que les corresponde.

Colas de civiles para pedir comida en Kramatorsk María Senovilla

Pensionistas, los más vulnerables

Se ayudan entre ellos para acarrear todos los bultos hasta los coches, los taxis –que también hacen cola, con el maletero abierto, para llevar a la gente de vuelta a sus casas–, e incluso hay quien se lleva las cajas en bicicleta.

Muchas mujeres mayores van arrastrando sus carros de la compra por la gruesa capa de hielo que cubre las calles de Kramatorsk estos días. Se detienen cada pocos metros para tomar aliento, y continúan. Y pese a todo, me dedican una sonrisa cuando les tomo una fotografía. Son la resistencia.

Una de estas mujeres abre una caja para mostrarme lo que hay dentro. Varios paquetes de pasta, muchas latas de conserva, una bolsa grande de harina, una botella de aceite de girasol. Hasta dentro de seis semanas no llegará la siguiente remesa. Van a tener que estirar el contenido de las cajas como si fuera un chicle.

Los jubilados ucranianos cobran una pensión equivalente a entre 60 y ciento y pico euros al mes. En los pueblos, la mayoría de las familias tiene su propio huerto, árboles frutales y algunos pavos y gallinas. Las reservas de patatas y kompot (una preparación de fruta con un almíbar ligero) no faltan en ninguna casa. Pero en las ciudades la vida puede ser más hostil para la gente mayor.

Caja de alimentos con productos no perecederos. María Senovilla

A esto hay que sumar que, precisamente, la gente mayor es la más reacia a abandonar su casa para emprender una nueva vida en otra ciudad más seguras o con más ayudas. La foto fija se repite en los lugares más castigados por los bombardeos: sólo jubilados y ancianos aferrados a su hogar porque "somos demasiado mayores para empezar de nuevo" o "porque aquí están mis raíces y no me voy a ir a ninguna otra parte, que se vayan los rusos".

La ocupación, sinónimo de hambre

A pesar de la enorme cantidad de gente que espera para recoger la ayuda humanitaria en las calles de Kramatorsk, en sus rostros no está dibujada la fatalidad que se ve en otras ciudades cercanas que estuvieron ocupadas por las tropas rusas. En lugares como Liman, que estuvo cuatro meses bajo el control del Kremlin, los pocos habitantes que se quedaron tras la liberación confesaban cabizbajos que habían pasado hambre con los soldados rusos. La tristeza en sus ojos hablaba por ellos.

Un cheque de comida de un ciudadano de Kramatorsk María Senovilla

Cuando el Ejército ucraniano liberó Liman en octubre del año pasado, en la ciudad no había suministro eléctrico, ni gas, ni calefacción. Ni una sola tienda de comestibles permanecía abierta. Era una ciudad inhabitable. Cortaban los árboles de las afueras para conseguir leña, y cocinaban en la calle, en improvisados fogones hechos los cascotes de los edificios bombardeados. Cuando había algo que cocinar, claro.

En Kramatorsk puede verse la diferencia entre las ciudades ucranianas que continúan bajo el Gobierno de Kiev, a pesar de los bombardeos rusos, y las que corrieron otra suerte meses atrás. Pero casi un 20% de Ucrania continúa ocupada por los soldados del Kremlin, y es difícil saber si en estos lugares la población civil tiene siquiera la oportunidad de recibir ayuda humanitaria, aunque sea bajo el sonido de las sirenas antiaéreas, que no paran ni un momento.