Viernes de tensión en Ramstein, la ciudad alemana que sirve de centro de mando para las fuerzas estadounidenses desplegadas en Europa y donde se ha reunido el llamado Grupo de Contacto para Ucrania. Sobre la mesa, la amenaza de una ofensiva rusa inminente y cómo hacerle frente con el mayor número de armas. Todos los países occidentales se han mostrado unidos en su determinación de seguir apoyando al régimen de Zelenski… pero no tanto en la manera de hacerlo. La división sigue recordando en parte a los primeros días del conflicto: algunos países entienden que sus armas deben de servir para "contener" al ejército invasor, mientras otros piden una derrota de Putin y los suyos.

Entre estos últimos, encontramos, por supuesto, a las repúblicas bálticas exsoviéticas, a Finlandia y a Polonia. Todos han anunciado el envío de armamento de alta tecnología a Ucrania en los próximos días. Estados Unidos se sigue moviendo en una calculada ambigüedad, mientras que Francia y Alemania parecen situarse en la posición del apaciguamiento. Siguen pensando que la salida diplomática al conflicto es posible y, en cualquier caso, se sienten incómodos con el envío de ayuda militar.

En concreto, las miradas han estado puestas en Alemania y el envío de tanques Leopard 2 al frente. Por lo que sabemos, y por lo que los propios enviados alemanes a la cumbre han admitido, las presiones son enormes. Kiev lleva semanas solicitando estos tanques, veteranos de las guerras de Siria o Afganistán, por poner ejemplos recientes, sin éxito alguno. Scholz no dice que no, pero tampoco dice que sí. Y, mientras, va pasando el tiempo y se reduce el margen para formar adecuadamente a los que podrían utilizar esta nueva tecnología.

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En general, la sensación que dan estas reuniones y las declaraciones de los principales líderes occidentales es de una cierta urgencia. Algo han debido de averiguar sus respectivos servicios de inteligencia. En ese sentido, aunque la idea de que todos los países manden amplios contingentes puede resultar muy atractiva sobre el papel, en la práctica, no sirve de mucho sin la mencionada formación y la coordinación que luego tienen que asumir los mandos ucranianos. Hablamos de tecnología muy diversa con requisitos, suministros y mantenimientos completamente distintos.

Sin Abrams no hay Leopards

Esta es una de las excusas que pone Estados Unidos, por ejemplo, para no ceder sus carros de combate Abrams, aunque sí haya aceptado el envío de hasta cien Strykers, que se unen a los catorce Challenger 2 que ha prometido Reino Unido. Al Pentágono le parece inviable que estos blindados, que requieren de cantidades ingentes y constantes de gasolina y de repuestos que logísticamente son difíciles de manejar en Ucrania, lleguen a tiempo para la esperada ofensiva de finales de invierno o principios de primavera.

Un tanque Leopard 2. Reuters

La decisión norteamericana ha servido a Scholz y al gobierno alemán para justificar su negativa a enviar los Leopard 2. En su opinión, también llegarían tarde, y, en cualquier caso, pese al acuerdo reciente con el propio Biden para mandar un generoso paquete de ayudas a Ucrania, consideran que la iniciativa debe correr de la cuenta de Washington y que, si Estados Unidos empieza a regatear, ellos también están legitimados a hacerlo. Obviamente, esta postura ha sentado muy mal en el seno de la delegación estadounidense, que considera que sus esfuerzos son tan generosos que no deberían ser puestos en duda por nadie y menos por un país tradicionalmente aliado comercial de Putin.

¿Qué es lo que esconde en realidad esta decisión de Alemania ante un tema en principio relativamente inocuo? Los Leopard 2 serían importantes sobre el terreno, nadie lo duda, pero no son en absoluto una pieza clave que vaya a decidir la guerra, como sí podrían ser las plataformas HIMARS de lanzamiento de misiles o las baterías de defensa antiaérea Patriot. Negarse a proporcionar este armamento es un gigantesco error de relaciones públicas y un gesto llamado a generar animadversión entre sus socios.

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La verdadera justificación hay que encontrarla en el tradicional sentimiento pacifista de la Alemania postnazi, en su eterno sentimiento de culpa y en el reflejo de ambas circunstancias en las encuestas. Las publicadas recientemente aseguran que la mayoría de los ciudadanos alemanes se oponen al envío de los Leopard 2 a Ucrania. ¿Por una cuestión estratégica? En absoluto. Simplemente, consideran que Alemania debe mantenerse al margen de cualquier conflicto, sea el que sea.

La rebelión de Polonia

La decisión, además, transmite una imagen de Alemania que no es real. Alemania sí que ha ayudado a Ucrania en esta guerra y lo ha hecho con generosidad. No solo en el envío de material, pese a las reticencias iniciales, sino en el propio sacrificio que ha supuesto acatar las sanciones de la Unión Europea y tener que ir a otro lado a buscar el gas con el que se han calentado y han hecho funcionar sus industrias durante décadas. Gas barato para aliados que miraban a otro lado cada vez que el Kremlin hacía de las suyas.

Los ministros de Defensa occidentales escuchan al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, durante la reunión en la base militar de Ramstein Reuters

No se entiende que se eche por tierra todo ese trabajo por una decisión que sus propios socios le están criticando. Digamos que coloca a Alemania en muy mala posición y que rompe el frente unido del Grupo de Contacto, que, básicamente, representa los intereses de la OTAN. Esto, justo en el momento en el que Estados Unidos está animando a Ucrania a ir más allá y amenazar la península de Crimea, para así poner más presión sobre Rusia, algo que, como decíamos, no todos los aliados comparten.

La división es tan clara que Polonia ha expresado su firme voluntad de saltarse los acuerdos y enviar sus propios Leopard 2, algo que, en principio, no puede hacer sin un beneplácito alemán que no va a llegar. La imagen de dos países de una misma alianza militar enfrentándose por el armamento que pueden enviar a un aliado externo no es la mejor posible en estos momentos. Ahora bien, es la que Olaf Scholz ha elegido dar, mientras, irónicamente, los propagandistas rusos amenazan con atacar Berlín día sí y día también.

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