El combate contra la lacra del crack en París ha enturbiado el ambiente de la ciudad. Mientras los vecinos se han levantado contra la instalación de "narcosalas", a las que asocian a un aumento de la delincuencia, el Gobierno francés y las ONG las apoyan como la mejor manera de frenar la drogadicción.



París se ve inmerso en una lucha que no es nueva, pero que ha adquirido una nueva dimensión desde que el Ayuntamiento, gobernado por la socialista Anne Hidalgo, anunciase la apertura de cuatro lugares de consumo supervisado, conocidos como "narcosalas".



Desde 2016 París cuenta con una sola, cerca de la estación ferroviaria de la Garde du Nord. Francia entera con dos -la otra está en Estrasburgo (este)-. En estas salas, muy extendidas en Países Bajos, Canadá, Alemania o Suiza, los consumidores pueden inyectarse o fumar en condiciones higiénicas y seguras e iniciar su rehabilitación.



El plan ha sido bastante controvertido en un país como Francia, en el que se penaliza al consumidor, pero ha logrado el visto bueno del Ejecutivo de Emmanuel Macron.



La diputada del partido de Macron (LREM) Caroline Janvier ha encabezado esta lucha política. "Algunos piensan que la droga solo hay que prohibirla y combatirla y no hacer un seguimiento del paciente como se hace en esas salas", defiende en sus declaraciones.



Sin embargo las "narcosalas" han encontrado la oposición de muchos vecinos de los barrios del norte y el este de París, tradicionalmente los que han registrado en sus calles a más consumidores al crack, un derivado de la cocaína más barato y adictivo.



"Para esa gente la droga es su religión, hacen de todo por conseguirla", denuncia Tarak Sassi, miembro del colectivo París-Anti crack.



Sassi habla a las puertas de su domicilio, en el corazón del distrito XVIII (norte de París) y a dos pasos de la calle Riquet, uno de los puntos más conflictivos. "Allí me asaltaron con una pistola y ahí mataron a un joven con discapacidad. No aguanto más, nos han convertido en el vertedero de París".



El activista lidera cada miércoles una marcha en las vías adyacentes de Riquet, colindantes con el Parque d'Eole. De ese parque acaban de ser desalojados centenares de adictos que ahora consumen esa droga en plena calle.



Las asociaciones de vecinos y la oposición de derechas también apuntan a las ONG. "¿Cómo pueden tener esos autobuses (de atención médica) o esas narcosalas? Lo que hay que hacer con esos drogadictos es internarlos en centros fuera de la ciudad", arguye Sassi.

"Limitar daños"

Jamel Lazic, de la ONG Gaia París, gestiona la única "narcosala" parisina. Un cartel en ruso, en francés y georgiano informa de las normas de funcionamiento. "Un 15 % de los usuarios son de Georgia (antigua República Soviética) o rusófonos", comenta.

El joven director está acostumbrado a escuchar las críticas. "No tiene sentido quienes dicen que hay que encerrarlos en un centro de internamiento fuera de la ciudad. Está demostrado que no sirve. Estas personas necesitan estabilidad", refiere.

Cada día pasan por el centro 160 consumidores de media. Allí se les registra, realiza un examen médico y se les ayuda con algunos trámites administrativos. La mayoría son franceses, hombres de una media de edad de 40 años, de todas las clases sociales. Hay un 15 % de mujeres.

Abierta 11 horas todos los días, la puesta en marcha de esta sala no empeoró las condiciones de seguridad del barrio, redujo sensiblemente el número de jeringuillas esparcidas en la calle e incluso los precios de los inmuebles de la zona aumentaron, asevera el miembro de Gaia.

"Nosotros trabajamos en la reducción de daños y somos una puerta para que estas personas se estabilicen y retomen sus vidas", agrega.

Frank, de 51 años y procedente del sudoeste de Francia, es ejemplo de ello. Bajo la custodia del Estado desde su adolescencia por problemas familiares, comenzó a drogarse en los noventa en París. Tuvo un hijo, encontró un trabajo como operario especializado, pero su adicción al alcohol y las drogas le expulsó a las calles de la capital, donde vivió como un sin techo.

Consumió crack durante un año y acabó internado en un hospital por una crisis psicótica. A partir de 2016, su vida empezó a estabilizarse. Primero fue voluntario de Gaia y hoy es uno de los 30 empleados fijos de la "narcosala" parisina.

"Digo a mis amigos que aún consumen crack que se puede salir, yo soy un ejemplo", comenta. Frank, enfermo de hepatitis C, sigue un plan médico de desintoxicación gradual. Actualmente se inyecta diariamente un derivado de la morfina. "Aparte de eso y un cigarro que otro, no tengo más vicios. Eso sí, he engordado unos kilos", dice sonriente.

Noticias relacionadas