Bruselas

En los tres años y medio transcurridos desde el terremoto del referéndum del brexit, la Unión Europea ha vivido en un estado de negación constante. Hasta el último día, muchos dirigentes comunitarios creyeron que los británicos cambiarían de opinión, detendrían la cuenta atrás y se acabarían quedando; o que al menos habría una segunda consulta. Una esperanza que sólo se esfumó definitivamente el miércoles durante la votación del acuerdo de divorcio en la Eurocámara.

Allí se vivió un estallido de emociones hasta entonces contenidas: pena, impotencia, rabia, lágrimas, abrazos y canciones de despedida, nostalgia anticipada. "Nos dimos cuenta de que todo esto es real, de que va a ocurrir realmente y vuelve la tristeza del referéndum", ha relatado la vicepresidenta de la Comisión, Margrethe Vestager. "Nos costará tiempo recuperarnos plenamente".

El día D del brexit ha llegado. Lo que parecía imposible, o al menos se venía en un horizonte muy lejano, ya está aquí. En la medianoche del viernes al sábado (23:00 en hora local británica), Reino Unido dice adiós a la UE: deja de ser un miembro del club y se convierte a todos los efectos en un país tercero. Un paso irreversible.

Brexit: cronología de una ruptura

En Bruselas no habrá celebraciones ni fanfarria. La consigna es perfil bajo. Lo único previsto en la hora final es que un ujier arríe la bandera británica que aún ondea en la sede de la Eurocámara en Bruselas. Un ejemplar que se guardará en la Casa de la Historia Europea.

En la Unión Europea, el brexit se vive como una historia de fracaso colectivo y también como una amputación. Hasta ahora, Bruselas había funcionado como polo de atracción: los países hacían cola a la puerta para entrar por las expectativas de mejora económica, democratización o ambas cosas. Reino Unido es el primer Estado miembro que elige marcharse tras 47 años de matrimonio. La UE todavía no ha sido capaz de encontrar un nuevo rumbo, no sabe cuál es su sitio en el mundo postbrexit.

También es cierto que los británicos siempre mantuvieron una actitud ambivalente hacia Bruselas: sí al mercado interior, no a la integración política. Un estatus especial que les llevó a autoexcluirse de políticas clave como el euro o el espacio sin fronteras Schengen.

Lágrimas y abrazos durante la despedida de los eurodiputados británicos Yves Hermann/Reuters

Pese al tiempo que ha pasado desde la fatídica fecha del 23 de junio de 2016, cuando la opción de marcharse se impuso por un exiguo margen del 51,9% frente al 48,1%, en Bruselas sigue sin haber consenso sobre los motivos del brexit. Algunos culpan a la irresponsabilidad de David Cameron, que convocó un referéndum para resolver los problemas internos del partido conservador británico.

Por el camino se cruzaron una sucesión de graves crisis a las que la UE no fue capaz de dar respuesta: crisis financiera y del euro, de atentados yihadistas, de refugiados. La tormenta perfecta. Otros ponen el énfasis en las mentiras y las fake news difundidas durante la campaña por Nigel Farage o Boris Johnson. El brexit es para los dirigentes comunitarios la primera manifestación de la explosión populista que continuó con victoria de Donald Trump en EEUU y cuyas réplicas aún se sienten hoy.

Lo único positivo que ha aportado el adiós de Reino Unido a la UE es que ha servido de pegamento para recuperar la unidad perdida. Una unidad que había estallado en mil pedazos por el enfrentamiento entre el norte y el sur a cuenta del euro y entre el este y el oeste por las cuotas de inmigrantes.

Trituradora de políticos

Contra todo pronóstico, los Veintisiete han sido capaces de mantener en estos tres años y medio un frente común contra Londres, pese a los intentos británicos de enfrentar a unas capitales contra otras. El mérito es del negociador de la UE, el conservador francés Michel Barnier, que dirigirá también las conversaciones sobre la relación futura entre Bruselas y Londres. La gran incógnita es si esta unidad sobrevivirá en la siguiente fase que empieza el 1 de febrero.

En Reino Unido, el brexit ha sido una trituradora que ha tumbado a dos primeros ministros y tres negociadores. Tras lograr de la UE concesiones para mejorar el estatus británico, Cameron dimite al día siguiente de perder el referéndum. Su sucesora, Theresa May, envía el 29 de marzo de 2017 a Bruselas la carta pidiendo el divorcio, que iniciaba la cuenta atrás de dos años para el brexit. Pero para desesperación de la UE, su equipo negociador no sabe lo que quiere, no tiene una estrategia clara e improvisa sobre la marcha. Su lema es una tautología irresoluble: "Brexit significa brexit".

Theresa May, tras el anuncio de su dimisión. Reuters

Tras 17 meses de tortuosas negociaciones, la UE y May alcanzan por fin un acuerdo sobre el divorcio en noviembre de 2018. El principal escollo ha sido la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, que obliga a la primera ministra a rectificar su rumbo. Frente a la ruptura radical que defendía al principio, acaba aceptando que Reino Unido se quede indefinidamente en la unión aduanera. Un brexit blando que enfurece a los más radicales de su propio partido. El Parlamento británico rechaza su acuerdo hasta en tres ocasiones y May acaba dimitiendo.

Nada más llegar al poder en julio de 2019, su sucesor, Boris Johnson, uno de los arquitectos del brexit, amenaza a la UE con una salida salvaje sin acuerdo: dinamitaría la recuperación económica en la eurozona. Falsa alarma. Inesperadamente, las dos partes ceden y logran un compromiso en tiempo récord. Johnson vuelve a la versión más dura del brexit, pero con un estatus especial para Irlanda del Norte en la UE con el fin de evitar una frontera en la isla. Para garantizar que esta vez el divorcio sí será ratificado, convoca elecciones anticipadas y logra la mayoría absoluta el pasado 13 de diciembre. El brexit se producirá finalmente 10 meses y tres prórrogas más tarde de lo previsto.

El pacto de divorcio firmado por la UE con Johnson -que este jueves ha pasado su último trámite con el visto bueno final de los Estados miembros- tiene como objetivo garantizar  que el adiós de Reino Unido sea ordenado, con los mínimos daños posibles. Protege el derecho a quedarse de por vida a los ciudadanos europeos que residen en Reino Unido (aunque la Eurocámara avisa ya de incumplimientos); impone a Londres una factura de salida de 45.000 millones de euros; y prevé una solución para la frontera irlandesa. Además, incluye un protocolo sobre Gibraltar cuyo objetivo es impulsar la cooperación entre Reino Unido y España. La UE reconoce a España derecho de veto sobre el estatus del Peñón: ningún acuerdo futuro se le aplicará salvo que haya un entendimiento previo entre Madrid y Londres.

Boris Johnson abandona su última cumbre de la UE en Bruselas Reuters

¿Qué cambia?

Este Acuerdo de Retirada entra en vigor este 31 de enero a medianoche. Pero en la práctica nada cambia todavía ni para los ciudadanos ni para las empresas, que podrán seguir moviéndose libremente, sin controles ni restricciones adicionales. El 1 de febrero comienza una transición de 11 meses cuyo objetivo es dar más tiempo a todas las partes a adaptarse a los grandes cambios del brexit. Un periodo que según los políticos británicos más eurófobos convierte a Reino Unido en una especie de "Estado vasallo" sometido a la UE.

Los británicos dejan de estar representado en las instituciones, agencias, organismos y oficinas de la Unión. Han perdido los 73 escaños que tenían en la Eurocámara, no estarán en las reuniones de los Consejos de ministros de la UE y tampoco hay comisario británico en la Comisión de Ursula von der Leyen. Es decir, durante el periodo de transición Londres no tendrá ni voz ni voto en las decisiones de la UE.

Pero pese a la pérdida de todos sus derechos políticos, Reino Unido tendrá que seguir aplicando todas las reglas de la UE, incluso las que se aprueben tras su salida, ya que permanece en el mercado único y la unión aduanera. Continuará sometido a la jurisdicción del Tribunal de Justicia, deberá pagar su contribución al presupuesto comunitario y no podrá restringir la entrada de europeos. Es decir, todo lo contrario a la recuperación de la soberanía que defienden los promotores del brexit

La presidenta Ursula von der Leyen y el negociador del 'brexit', Michel Barnier, durante un debate en la Eurocámara Vincent Kessler/Reuters

Por todo ello, Boris Johnson ha prometido que no pedirá ninguna prórroga al periodo de transición, que concluye el 31 de diciembre de 2020. Eso deja apenas 11 meses a la UE y a Reino Unido para negociar cómo será su relación futura. Un plazo claramente insuficiente si se tiene en cuenta que los últimos acuerdos concluidos por la UE han tardado 5 años en el caso de Japón, 7 años en el de Canadá o 20 años en el caso del pacto con Mercosur.

Los dirigentes de la UE avisan de que las conversaciones comerciales serán todavía más complejas que las del brexit, sobre todo porque no hay precedentes. Hasta ahora, en todos los acuerdos que ha negociado la UE se trataba de aproximar legislaciones. Con Londres, el problema es justo el contrario: la regulación es ahora idéntica y hay que gestionar el distanciamiento. Bruselas ha ofrecido un acuerdo comercial sin precedentes, con cero aranceles y cero cuotas. A cambio, exige que Reino Unido mantenga sus estándares sociales, sanitarios y medioambientales.

Pero Johnson ha anunciado que quiere cortar todas las amarras con Bruselas y legislar a su antojo. Es decir, la versión más dura del brexit, con un pacto minimalista que supondría erigir importantes barreras comerciales entre los dos bloques. El principal miedo de la UE es que Reino Unido se convierta en una especie de paraíso fiscal, un Singapur a la orilla del Támesis cuyas empresas hagan competencia desleal a las industrias europeas. El riesgo de una salida salvaje de Londres el 31 de diciembre de 2020 persiste si las dos partes no logran acercar posturas.

La disputa sobre Gibraltar ha sido un escollo en las negociaciones sobre el 'brexit' Jon Nazca/Reuters

Durante el torrente de emociones que se desató en la Eurocámara el pasado miércoles, muchos eurodiputados británicos soñaron en voz alta con el regreso de Reino Unido a la UE. "Con el tiempo, cuando las promesas de la campaña del brexit no se materialicen, cuando se vea que el brexit no funciona, quizá haya una oportunidad de que volvamos", dijo el laborista Richard Corbett. "No es el momento de hacer campaña para volver, pero debemos mantener el sueño vivo, especialmente para los jóvenes, que son abrumadoramente proeuropeos", pidió la portavoz verde, Molly Scott Cato. ¿Volverá Reino Unido algún día a la UE?

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