En un momento en el que los movimientos de ultraderecha ganan fuerza en Europa, Portugal resiste: es de los pocos países del Viejo Continente donde la extrema derecha no tiene fuerza parlamentaria. Hasta las elecciones andaluzas, España formaba parte de ese pequeño grupo. El dos de diciembre todo cambió, con la entrada del ultraderechista Vox en el Parlamento andaluz, con 12 escaños.

Al otro lado de la frontera, el discurso extremista no parece calar entre la sociedad. El Partido Nacional Renovador (PNR), quizás el más antiguo movimiento de ultraderecha en Portugal, nunca ha logrado más de un 0,5% de la votación, números insuficientes para conseguir un escaño en la Asamblea de la República.

“El caso portugués es muy interesante porque, además, su sistema electoral permite que, con un porcentaje de votos muy bajito, alrededor del 1,5%, se logre representación parlamentaria. No tenemos un sistema de protección como en Alemania, con la barrera de los 5%. Si estas fuerzas políticas no prosperan es porque la gente no les vota”, analiza Costa Pinto, politólogo del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.

Detrás de este rechazo hay un conjunto de razones culturales, económicas y políticas que impide el crecimiento de estos movimientos. La homogeneidad del país es una de ellas. “Portugal no tiene un problema de unidad nacional que haya ayudado a la ascensión de los discursos nacionalistas de extrema derecha en Europa. No existe un tema que divida a la sociedad como el de Cataluña que ha terminado por contaminar toda la política”, explica el sociólogo y analista político Pedro Adão e Silva.  

La estructura de partidos portuguesa, que no sólo cuenta con tres partidos de izquierda sino que además uno de ellos es un Partido Comunista (PCP) con mucha relevancia -en cada elección saca entre un 7% y un 12% de los votos-, es otra de las razones apuntadas. “El papel del PCP desde la transición para la democracia es muy importante en la institucionalización de las protestas sociales. Ha sabido canalizar esas situaciones y ha resistido mucho mejor que en otros países de Europa, donde la desaparición del Partido Comunista coincide en el tiempo con la ascensión de los partidos de extrema derecha”, señala Adão e Silva. “Irónicamente, y porque muchas veces los extremos se tocan, el PCP ha ocupado parte del espacio político que podría ocupar un partido populista de derechas”, corrobora Costa Pinto.

Además, a la derecha del espectro político está el democristiano CDS que, aunque esté muy lejos de ser de extrema derecha, “sí ha movilizado, en determinados momentos, temas que podrían ser capitalizados por partidos de ultraderecha, como el soberanismo, el euroescepticismo o el sentimiento de los antiguos combatientes, y ha copado esos espacios”, cuenta el politólogo.

Tras casi cuatro años de un Gobierno de coalición de izquierdas, en los que se han disminuido las medidas de austeridad y se ha logrado pagar la totalidad de la deuda al Fondo Monetario Internacional, Portugal está viviendo un buen momento económico. “Estamos viviendo un contraciclo económico. La gente que podría votar de forma populista se está beneficiando de la recuperación de empleo y sueldo y está contenta”, comenta Adão e Silva.

“A nadie le importa dónde está enterrado Salazar”

A nivel social, los analistas destacan que es muy difícil movilizar a una sociedad como la portuguesa con temas de inmigración, uno de los más aireados por los ultraderechistas. “No tenemos un problema migratorio que se pueda capitalizar a nivel político. La mayoría de la inmigración es lusófona y uno de los legados curiosos del autoritarismo es la idea de que Portugal no es racista, que el colonialismo portugués fue menos explotador que otros”, cuenta Costa Pinto.

De los 40 años de dictadura salazarista, los portugueses conservan poco más que malos recuerdos. “Siempre hay segmentos de la población que expresan valores autoritarios, más nostálgicos de la dictadura, pero nuestra transición a la democracia se hizo por una ruptura, una revolución y una deslegitimación del régimen", relata Filipa Raimundo, investigadora del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa y autora del libro Dictadura y Democracia: legados de memoria.

Una desligitimación presente en la Constitución Portuguesa, publicada en 1976 -dos años después de la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura en Portugal-, y que prohíbe, en el artículo 46 "las organizaciones de ideología fascista". "Hubo un ajuste de cuentas, todos los partidos, de la izquierda a la derecha, rompieron con el pasado radicalmente”, sigue Raimundo. “Aquí nadie sabe ni quiere saber dónde está enterrado Salazar. Está en su pueblo, en una tumba normal y corriente y a nadie le importa”, añade Costa Pinto.

Sin embargo, para todos los analistas, estas circunstancias no son eternas ni le dan a la sociedad portuguesa una especie de inmunidad contra los movimientos de extrema derecha. Es una realidad creciente en Europa y que, en determinadas circunstancias podría contagiar a Portugal. “Tenemos movimientos de extrema derecha con estructuras montadas que pueden crecer. Pero a día de hoy es cierto que tienen poco impacto”, explica Raimundo.  En esto, dice la investigadora, los medios también juegan un papel muy importante “La mayoría de veces, los medios no se hacen eco de sus acciones. No le dan importancia, no les dan voz y eso ayuda a esta contención. Pero las semillas de ultraderecha están ahí”.