Cuanto más al Este en Europa está un supermercado, peores son los productos de algunas marcas. Los zumos tienen menos fruta, el café menos cafeína, las galletas más aceite de palma, hay menos pescado en los palitos congelados, menos verdura en los potitos para bebés, los detergentes son peores, los sabores más artificiales, y los ingredientes de peor calidad.

Sin embargo, los envases, las marcas, los nombres de los productos y los precios son prácticamente idénticos a los de países como Alemania o Francia. Ante las acusaciones de "apartheid alimenticio”, los fabricantes se defienden apelando a una supuesta “adaptación regional a las preferencias de los consumidores” y a las “condiciones variables de diferentes mercados”. Pero según pueden comprobar a diario los consumidores de estos países, se trata simplemente de peores productos.

La comisaria europea de Justicia, Consumo e Igualdad de género, la checa Vera Jourová, que sufrió en sus propias carnes esta situación cuando cruzaba con su familia la frontera austriaca para hacer la compra, ha denunciado repetidamente esta situación ante el Parlamento Europeo desde hace años.

Productos analizados por la Asociación de Consumidores de Eslovenia o ZPS Foto - ZPS

En abril, el primer ministro búlgaro Boyko Borissov aprovechó la presidencia rotatoria de su país en la Unión para sacar a relucir este “doble rasero que hace que cien millones de europeos se sientan como aborígenes”. “¿Quién es el listo que ha decidido que los niños búlgaros prefieren el aceite de palma a la leche?”, se quejaba en unas declaraciones recogidas por Reuters. El premier húngaro también ha expresado sus quejas en declaraciones oficiales y el ministro de Agricultura checo ha llegado a decir que está cansado de que su país sea “el cubo de basura de Europa”. Aun así, todavía no se ha hecho nada al respecto.

"El ministro de Agricultura checo ha llegado a decir que está cansado de que su país sea “el cubo de basura de Europa”

Un análisis llevado a cabo el año pasado en Eslovenia encontró importantes diferencias de calidad en casi la mitad de los productos analizados, que incluían café instantáneo, barras de chocolate, paté y un refresco de cola. Cada viernes por la tarde, en las autopistas y carreteras internacionales de Europa oriental se puede ver a miles de coches con matrículas “del Este” que vuelven a casa con el maletero lleno de productos comprados en “el Oeste”.

Para miles de familias, es la única manera de conseguir yogures de fresa con un 40% de fresas, carne de cerdo enlatada que no tenga restos de pollo y Coca Cola con menos azúcar. Ocurre en todas las zonas de la República Checa, Eslovaquia, Polonia, Bulgaria y Rumanía cercanas a la frontera con países “ricos”.

En los mercadillos callejeros polacos es frecuente encontrar productos de limpieza e incluso medicamentos “niemiecki” (“alemanes”), comprados por los camioneros durante sus rutas para revenderlos en casa. Y es que, a pesar del mercado común establecido en la Unión Europea, hechos como este “apartheid” de supermercado hacen que muchos ciudadanos al este de Berlín se sientan discriminados y sigan percibiendo a Europa occidental como algo todavía ajeno.

En Polonia, una investigación independiente llevada a cabo este año por la Oficina Nacional del Consumidor analizó 101 productos idénticos, comprados en tiendas polacas y alemanas. Se encontraron diferencias significativas en 12 de ellos, siempre a favor de la comida vendida en Alemania. Por ejemplo, el queso cremoso polaco (Almette) tenía entre sus ingredientes leche desnatada en polvo y un regulador de acidez, mientras que el queso alemán -misma marca, mismo producto, misma etiqueta-, no lo incluye. El chocolate con frutos secos (Milka) tiene más avellanas en Alemania, el té frío polaco (Lipton) añade fructosa y edulcorantes que no se encuentran en el producto alemán... Además, el precio de los alimentos y bebidas comercializados a este lado del antiguo telón de acero son, de media, un 20% más caros. En el caso de aperitivos como las patatas fritas (Lorenz) o el queso (Philadelphia), los envases contienen menos cantidad de producto.

“El buen sabor es algo subjetivo"

El intento de elevar esta queja hasta las más altas instancias parecía que iba a fructificar el verano del año pasado, cuando el Presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker se entrevistó con el entonces primer ministro eslovaco Robert Fico. Pero, tras el encuentro, el único resultado fue una nota informativa con directrices y consejos de regulación, pero sin carácter vinculante. La Dirección General para la Competición no quiso autorizar un informe que sería “largo y costoso” y despachó el asunto diciendo que “la calidad tiene significados diferentes para cada ciudadano” y que “el buen sabor es algo subjetivo: más alcohol o azúcar puede ser un signo de buena o mala calidad para cada consumidor”. Finalmente, y a pesar de las presiones de los grupos de presión de fabricantes y partes interesadas, se llevará a cabo un estudio que analizará entre 100 y 500 productos, pero sus conclusiones no serán definitivas hasta septiembre de 2019.

El problema es que, aunque estas prácticas sean poco éticas, son legales mientras se detallen los ingredientes en la etiqueta de los alimentos. Cien millones de ciudadanos europeos pagan más y obtienen menos o peor comida y bebida que sus vecinos “ricos” por el simple hecho de vivir en otros países y eso, advertía la comisaria europea Jourová, “pone nerviosa a la industria y hace que algunos no quieran abrir la Caja de Pandora. No se trata de dictar cómo debe ser el sabor de los productos, pero si una marca se comercializa en varios estados, es legítimo esperar que sus productos sean iguales en todas partes, y no es así (…) en muchos cientos de casos. Y a las marcas no debería salirles barato engañarnos”.

Las diferencias en la composición de los productos que las marcas venden en diferentes países es un hecho. La cuestión estriba en si se puede definir a esas diferencias como calidades distintas, en cuyo caso habría una flagrante discriminación entre consumidores, o si se puede aceptar que, en efecto, hay países donde la gente prefiere los zumos más dulces -por poner un ejemplo-. El lobby industrial FoodDrinkEurope de Bruselas admite que “la composición de algunos productos puede ser ligeramente diferente por varias razones”, si bien “ello no implica una calidad inferior en los alimentos vendidos en países de Europa del Este; también hay diferencias entre productos vendidos en Italia y Suecia”.

Por su parte, Dorota Karczewska, vicepresidenta de la Oficina de Defensa del Consumidor poalca (UOKiK), las marcas deberían definir las características básicas de cada uno de sus productos para que puedan ser comparadas con las “versiones locales” y de esta manera se pueda juzgar su calidad. Una encuesta efectuada por este organismo llegó a la conclusión de que los ciudadanos polacos están dispuestos a pagar más a cambio de una mayor calidad en los alimentos. Las expectativas de los consumidores hacia un producto tienen como referencia la forma de ese producto en “su mejor versión”. Si lo que reciben en su país es inferior a lo que se les da a los ciudadanos de otro país por el mismo precio, la única explicación posible no es económica sino política.

En los últimos años, se ha incrementado el poder adquisitivo de los habitantes de países como Polonia, cuya bonanza económica dura ya cerca de una década. Sin embargo, este crecimiento ha sido menor que en sus socios “ricos”. Según el Instituto de Sindicatos Europeos, ha aumentado la diferencia salarial entre polacos, húngaros y checos, con respecto a los trabajadores alemanes. Por ejemplo, un polaco ganaba el 33% de lo que ganaba un alemán en 2008. En 2015, solo el 29%, y un húngaro solo el 25%. Esto puede hacer que los grandes productores de alimentos sigan considerando a los mercados de ciertos países como de segunda categoría. Por mucho que las marcas esgriman razones de “gustos regionales” o se atengan al impreciso término de “varias razones”, sus argumentos suenan a veces como una burla a las autoridades como Aleš Chmelař, el secretario checo de estado para asuntos europeos, que ante la queja de que cierta marca de detergente en polvo tenía menos contenido de fórmula activa en la República Checa que en otros países recibió la respuesta de que “los consumidores (de ese país) tienden a echar más cantidad de producto en la lavadora”.

Chmelař recuerda como en la investigación llevada a cabo por su país se comparó la carne de cerdo envasada alemana, que contenía sólo carne, con la checa, que incluía carne de pollo y otros ingredientes. “En casos así no creo que se pueda hablar de gustos o preferencias”.