Roma

Paolo Gentiloni es una de esas pocas personas a las que Matteo Renzi le dejaría la cartera. Fundador en 2007 del Partido Democrático (PD), en el que ambos militan, el hasta ahora ministro de Exteriores no es sólo un hombre fiel del joven político florentino, sino uno de los responsables de que Renzi se lanzara a crear un movimiento dentro de su propia fuerza política.

“Es el día más bonito, porque hemos destruido el bastión comunista”, dijo Gentiloni en el momento en el que Renzi se aupó a la secretaría general del PD. Era el 2013 y el joven florentino, de sólo 38 años, se proponía reconstruir el centroizquierda como lo hizo Tony Blair en la década de los noventa.

Para ello necesitaba ahogar a los sectores más izquierdistas de su partido, el considerado viejo PD, y apoyarse en un ala más centrista, los herederos de la Democracia Cristiana. La juventud para crear un ejército de neófitos ya la ponía el propio Renzi, mientras que la experiencia para no desairar al resto la debían aportar figuras como Paolo Gentiloni.

Nacido en Roma en 1954, estudió Ciencias Políticas y comenzó su carrera profesional ejerciendo de periodista. El salto a la política lo dio con un puesto en la alcaldía de la capital italiana, a la que después intentó presentarse como candidato a las primarias del PD, pero quedó en tercer lugar.

Hombre de buena familia, casado y sin hijos, antes había seguido el camino del presidente de la República, Sergio Matarella –con quien comparte bastantes

atributos-, en las distintas agrupaciones formadas por la izquierda para desbancar a Silvio Berlusconi de sus sucesivos gobiernos.

Fue diputado en varias legislaturas y ministro de Comunicaciones en 2006, pero no dio el salto a la primera línea hasta que en 2014 Renzi le confió el cargo en Exteriores que Federica Mogherini había dejado vacante tras su salto a la Unión Europea como Alta Representante de Asuntos Exteriores.

Gentiloni se ganó entonces una buena reputación en Bruselas. Se encargó de alzar la voz en las instituciones comunitarias para reclamar una mayor cooperación europea en la cumbre migratoria e insistió en buscar una solución en Libia. Siempre a través de un buen talante y una posición moderada, que le sirvió para ganarse la confianza tanto del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, como de su homólogo ruso, Sergei Lavrov.

Un hombre de transición

En medio de una tremenda escabechina interna y un nuevo desencuentro con Europa -en este caso con el Banco Central Europeo, a propósito de una posible intervención estatal del Monte dei Paschi-, ese es precisamente el perfil con el que Italia quiere presentarse de puertas hacia fuera. Las aventuras de Renzi habían terminado por parecer más fuente de conflictos que de estabilidad para la UE, por lo que los nuevos hombres fuertes son Gentiloni y Mattarella, a quien por cierto también aupó el anterior primer ministro.

Ambos no sólo son hombres de Estado, sino representantes de una antigua política, que realmente encaja poco con el panorama actual italiano. Con la alternativa del Movimiento 5 Estrellas, que ya ha amenazado con abandonar el Parlamento ante lo que consideran una “fotocopia” de Renzi, y la pujanza por la derecha de los xenófobos de la Liga Norte, en el PD son conscientes de que un hombre como Gentiloni no puede combatir más que un plazo transitorio.

Si hubieran preferido entrar en el cuerpo a cuerpo antes de la nueva cita electoral, había nombres más fuertes dentro del partido, como el actual ministro de Cultura, Dario Franceschini, o el titular de Infraestructuras, Graziano Delrio. Pero éstos hubieran amenazado con convertirse en alternativa al liderazgo de Renzi y no parece que el secretario general, que aún no pasa de los 41 años, esté dispuesto a arrojar la toalla tan pronto.

A la convocatoria inmediata de elecciones que le lanzaban desde el 5 Estrellas o la Liga Norte sin más gobiernos transitorios, Renzi respondía con una llamada a todos los partidos para que integraran un Gobierno de unidad nacional en el que pudieran quemarse todos a la vez. Pero las “urgencias europeas e internacionales” de las que hablaba Mattarella han provocado que ni una cosa ni la otra, sino que otros hagan el trabajo sucio antes de batirse de nuevo el cobre en las urnas.

Hay que presentarse el jueves en el Consejo Europeo con un nuevo Ejecutivo que cuente con el visto bueno del Parlamento, zanjar la crisis del Monte dei Paschi y sobre todo, reformar la ley electoral antes de ir a elecciones. Después, como excusas institucionales están organizar en marzo el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma –que dio origen a la UE- y la próxima cumbre del G7 en mayo.

Mattarella le pidió a Renzi que fuera él quien se encargara de todo esto, pero el dimisionario primer ministro dejó claro que no estaba dispuesto a seguir manchándose las manos. Según la prensa italiana, el florentino se encuentra muy tranquilo tras la elección de su correligionario. Como si se tratara de una profecía que anuncia un nuevo alumbramiento, en una nota colgada en su página de Facebook sostuvo que su dimisión no era ningún “farol”, pero que ya están listos para “reunir las millones de luces que brillan en la noche italiana”.

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