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El avance de la ultraderecha agudiza la inestabilidad política de Japón, y la inestabilidad política de Japón acelera el avance de la ultraderecha. Los fenómenos son complementarios. Se retroalimentan. Lo que también parece claro desde el pasado domingo es que la hegemonía del Partido Liberal Democrático (PLD), que ha gobernado el país de manera casi ininterrumpida desde la segunda mitad del siglo veinte, toca a su fin.

La histórica formación conservadora perdió la mayoría en la Cámara alta de la Dieta (Parlamento) en las elecciones que renovaban la mitad del hemiciclo. Una mayoría que no sostenía en solitario, sino con el respaldo de Komeito, su socio de coalición de centroderecha. Juntos obtuvieron 47 escaños. Se quedaron a tres de alcanzar la cifra mágica.

La principal fuerza de oposición, el Partido Democrático Constitucional (CDP) del ex primer ministro Yoshihiko Noda, quedó en segundo lugar con 38 asientos. Por detrás, con 22, el Partido Democrático por el Pueblo (DPP) del líder populista de centro Yuichiro Tamaki y el liberal-reformista Nippon Ishin no Kai, con 19.

Pero fue Sanseito, con 15 escaños, quien robó el protagonismo la noche electoral. La formación de ultraderecha sacó rédito del hartazgo acumulado de la ciudadanía, sobre todo entre los más jóvenes, después de más de diez años de gobiernos del Partido Liberal Democrático. Primero con Shinzo Abe, después con Yoshihide Suga, más tarde con Fumio Kishida y en el presente con Shigeru Ishiba.

El partido de extrema derecha que lidera Sohei Kamiya, un profesor de inglés de 49 años que trabajó como gerente en un supermercado, sacó catorce escaños más de los que tenía. Ninguna otra fuerza política creció tanto.

Influyó algo más de lo esperado el rechazo hacia la población extranjera. Una semilla que los partidos de corte más nacionalista, como Sanseito, consiguieron plantar en el centro de la campaña. Es la reacción de una parte del electorado ante el aumento significativo de turistas y de residentes no nacionales.

La semana previa a la votación, Ishiba creó un grupo de trabajo para abordar, según la versión del Gobierno, los “delitos o conductas problemáticas cometidas por algunos extranjeros”. La medida buscaba aplacar el descontento, pero no surtió el efecto deseado. Es más, el movimiento de Ishiba sirvió para normalizar parte del argumentario de Sanseito.

El contexto político no puede ser peor para el primer ministro. El crecimiento de la ultraderecha coincide con la denominada “crisis del arroz”, indicador del coste de vida, cuyo precio se ha duplicado desde el pasado año. También con las negociaciones comerciales con los Estados Unidos de un Donald Trump que amenaza con imponer aranceles del 25 por ciento a sus productos.

La inflación galopante, los escándalos de corrupción que en los últimos años han salpicado al Partido Liberal Democrático y las crecientes tensiones territoriales con la China de Xi Jinping sirven como telón de fondo.

Tormenta perfecta

La tormenta perfecta se cierne sobre Ishiba. El primer ministro dice que asume la responsabilidad del resultado electoral, pero insiste al mismo tiempo en que quiere seguir siendo el primer ministro. Sus compañeros de filas no lo tienen tan claro. El ala derecha del partido no tolera su pasividad. No le consideran lo suficientemente conservador.

“Es natural que existan diversas opiniones dentro del partido”, respondió, resignado, el propio Ishiba, consciente de la erosión de su liderazgo a todos los niveles.

No es el primer revés electoral que encaja el actual jefe de Gobierno. En las elecciones a la Cámara baja del Parlamento celebradas en octubre, su partido perdió la cómoda mayoría que disfrutaba. Y tampoco obtuvo, desde luego, unos buenos resultados en los comicios a la Asamblea Metropolitana de Tokio del pasado mes de junio.

A Ishiba, que sustituyó al amortizado Kishida hace apenas nueve meses, se le acaba el crédito. Y no es la oposición tradicional de Noda quien recoge los frutos, sino el Partido Democrático por el Pueblo y, en menor medida, Sanseito. Es decir, los populistas de centro y de extrema derecha.

El partido de Kamiya ha conseguido salir de la marginalidad a bordo de un discurso ultranacionalista, nativista, conspiracionista y aislacionista. El menú completo.

Entre sus promesas de campaña figuran, por ejemplo, limitar el número de extranjeros, establecer un límite del 5 por ciento de residentes extranjeros respecto al total de ciudadanos japoneses en cada municipio y obstaculizar el proceso de naturalización u obtención de la residencia permanente. No en vano, la formación considera que el país sufre una “invasión silenciosa” de extranjeros.

El líder del partido Sanseito de Japón, Sohei Kamiya, pronuncia un discurso durante el mitin del partido en Tokio, Japón, el 21 de julio de 2025, un día después de las elecciones para la Cámara Alta. Kim Kyung-Hoon Reuters

Es cierto que el número de trabajadores no nacionales se ha cuadruplicado desde 2008. En la actualidad, Japón contabiliza dos millones. Pero son una gota en el océano: la población total del país sobrepasa los 124 millones.

Kamiya, que dice tener como referentes a Alternativa para Alemania (AfD) y el partido Reform UK de Nigel Farage, omite las estadísticas. Sanseito tiene, de todos modos, más similitudes con el movimiento MAGA (Make America Great Again) de Trump. Su eslogan electoral es Japan First, una copia del America First del mandatario estadounidense.

El partido, que dio sus primeros pasos hace cinco años, en plena época de pandemia de Covid-19, en forma de canal de YouTube, para denunciar a las “élites globalistas” y el “Estado profundo” y para difundir un mensaje antivacunas, utiliza tácticas antes vistas en los foros trumpistas.

“La extrema derecha en Japón no es un fenómeno nuevo”, explica en conversación con este periódico el académico Andreas Eder-Ramsauer. “El hecho de que haya partidos fuertes a la derecha del PLD se puede explicar por el legado de Abe y las posturas más centristas que han adoptado los primeros ministros del PLD posteriormente”.

Conviene, en cualquier caso, no sobrevalorar la capacidad de acción de Sanseito. El partido ultranacionalista sólo ocupa 15 de los 248 escaños de la Cámara alta. En la Cámara baja del Parlamento, que concentra más poder en el entramado institucional japonés, Sanseito tiene únicamente tres de los 465 escaños. Es la quinta fuerza política del país. Sigue lejos de obtener cualquier mayoría.

No obstante, su notable crecimiento en las urnas amenaza con normalizar algunas de sus posiciones más extremas. Puede ejercer, además, cierta influencia sobre el Partido Liberal Democrático en el caso de que la formación opte por un perfil como el de la exministra Takaichi Sanae como recambio de Ishiba. Un perfil que, en definitiva, puede acabar adoptando algunas de sus ideas.

“Las cosas dentro del PLD son difíciles de juzgar”, reconoce Eder-Ramsauer. “Ishiba es una persona terca, así que podría resistir algo de presión interna del partido. Además, algunos miembros del sector duro perdieron sus escaños en las elecciones del pasado domingo, por lo que el ala más conservadora del partido sale debilitada”.

“Al igual que la dinámica interna del PLD, en general la política japonesa es muy volátil en este momento”, añade el especialista. “Si Ishiba diera un paso atrás y Takaichi Sanae se convirtiera en primera ministra, ella estaría mucho más dispuesta a llegar a un acuerdo con Estados Unidos, a aplicar una política fiscal expansiva y a colaborar con el Sanseito”.

Negociaciones críticas

El secretario del Departamento del Tesoro, Scott Bessent, restó gravedad a la delicada situación que atraviesa el cuestionado Ishiba. “Lo importante no es la situación del Gobierno japonés, sino alcanzar el mejor acuerdo posible para el pueblo estadounidense”, declaró este lunes en la cadena de televisión CNBC.

El ministro japonés para la Revitalización Económica, Ryosei Akazawa, partió a primera hora de la mañana del lunes rumbo a Washington para participar en la octava ronda de negociaciones arancelarias con la Administración Trump. Las conversaciones, que comenzaron el pasado mes de abril, acusan cierto estancamiento. No hay avances.

El Gobierno nipón quiere que Estados Unidos elimine o, como mínimo, reduzca los aranceles sobre la industria del automóvil, el motor de su economía. Su principal aliado comercial no parece estar por la labor, sin embargo.

“En cuanto a las medidas arancelarias de Estados Unidos, el principio fundamental de Japón es proteger firmemente nuestros intereses nacionales”, declaró este lunes un Ishiba que verbalizó su interés en “hablar directamente” y “lo antes posible” con Trump.

Los aranceles “recíprocos” entrarán en vigor el 1 de agosto. Hasta entonces, Ishiba puede ganar algo de oxígeno. Si sobrevive, el primer ministro, que ha dejado claro que no pretende incorporar a ningún otro partido a su coalición, no tendrá muchas más opciones que hacer concesiones a las fuerzas de oposición que demandan recortes fiscales y mayor gasto social. Una bomba de relojería en Japón, el país más endeudado del planeta.