La semana pasada quedará grabada en la memoria de Jared Kushner, el yerno de Donald Trump, como un hito en su trayectoria financiera tras sellar la compra –por 47.000 millones de euros– de ese gigante de los videojuegos llamado Electronic Arts junto al fondo estadounidense Silver Lake y, sobre todo, junto al fondo soberano saudí PIF. Una operación mastodóntica que ayudará, decía el Wall Street Journal, al aterrizaje de importantes inversiones saudíes en Estados Unidos.
Hasta ahí todo más o menos normal. Y es que, tras formar parte del equipo de Trump durante su primer mandato, Kushner aprovechó la derrota electoral del 2020 para poner tierra de por medio y dedicarse –gracias a la lista de contactos elaborada durante su tiempo en la Casa Blanca– al mundo de las inversiones. Con bastante tino, parece.
Sin ir más lejos la revista Forbes acaba de informar de que, a sus 44 años, Kushner ya ha entrado a formar parte del club de multimillonarios de la primera economía del mundo.
Lo que pocos esperaban es que, en el marco del acuerdo multimillonario en torno a Electronic Arts, Kushner también regresara a la primera línea de la política exterior estadounidense. Pero ahí estaba el pasado 29 de septiembre: acompañando a su suegro y a Benjamín Netanyahu en el momento de anunciar el famoso plan para poner fin a la guerra en Gaza.
También trascendió que el día anterior se había reunido con el primer ministro israelí en el hotel donde se estaba hospedando, en Nueva York, junto al asesor oficial de Trump en la región: Steve Witkoff. Su misión: discutir el citado plan de paz.
En aquel momento hubo quien se preguntó si habían sido apariciones puntuales. Pero nada más lejos de la realidad. Teniendo en cuenta dónde se encontraba este lunes Kushner –en El Cairo junto a Witkoff y una delegación israelí para mantener “conversaciones indirectas” con Hamás– todo parece indicar que el yerno que tanto dio de qué hablar entre el 2017 y el 2021 ha vuelto a las andadas.
“Aunque esta vez no tiene un cargo oficial en la Casa Blanca es evidente que continúa estando allí donde se forjan los acuerdos”, explica Katy Balls; la corresponsal en Washington del diario británico The Times. “Eso sí: en esta ocasión sin estar sujeto a las obligaciones que trae consigo uno de esos cargos”.
Algo que enerva a los críticos –amasar tanto poder sin arrastrar ninguna losa llamada “responsabilidades legales”– pero que es, precisamente, lo que le convierte en alguien sumamente valioso para Trump.
“Para el equipo del presidente –sentencia Balls– eso es lo que hace a Kushner eficaz: un hombre con el dinero, las conexiones y la lealtad para lograr resultados donde los diplomáticos tradicionales no pueden”.
El clan de los Kushner
Las raíces de Jared Kushner se remontan a una de las múltiples comunidades judías que existían a comienzos del siglo XX en lo que hoy es Bielorrusia. Concretamente a la establecida en la localidad de Novogrúdok. En ella crecieron sus abuelos paternos, Joseph Kushner y Rae Kushner, que fueron quienes emigraron a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y tras sobrevivir al Holocausto.
No mucho después de alcanzar la otra orilla del Atlántico el abuelo logró salir adelante como desarrollador inmobiliario en Nueva Jersey y fundar lo que más tarde se convertiría en un conglomerado llamado Kushner Companies. Clave, evidentemente, en la acumulación de una fortuna familiar que luego pasaría al padre de nuestro protagonista: Charles Kushner.
En la década de los noventa, tras heredar lo que ya por entonces se consideraba un imperio familiar, Charles Kushner empezó a coquetear con el establishment político de Nueva Jersey y no tardó en destacar como uno de los principales donantes de la rama local del Partido Demócrata.
En resumen: todo iba relativamente bien para los Kushner en lo que a influencia y estatus social se refiere hasta que, en 2005, Charles Kushner fue condenado por evasión fiscal y manipulación de testigos, entre otros delitos. Consecuentemente, terminó en prisión.
Es ahí cuando aparece Jared Kushner en escena. Éste acababa de licenciarse en Ciencias Políticas y Gestión Pública por la Universidad de Harvard, una institución que había recibido cuantiosas donaciones de su padre en los noventa, y ante la ausencia de la figura paterna en el despacho correspondiente se hizo cargo de los múltiples negocios familiares.
Steve Witkoff y Jared Kushner, durante el anuncio del plan Trump en Washington.
Aterrizaje en la familia Trump
El inicio de la relación entre Jared Kushner y la familia Trump coincidió con la entrada del padre de Jared en prisión. Los primeros contactos tuvieron lugar, en fin, a mediados de los años dos mil. El motivo no fue otro que el noviazgo entre Jared e Ivanka Trump, quien según muchos es la hija favorita del actual presidente estadounidense.
En un principio ninguna de las dos familias se mostró particularmente entusiasmada con la relación debido a las diferencias religiosas entre una y otra, pero Jared e Ivanka hicieron caso omiso de las críticas y se casaron en 2009 tras convertirse, ella, al judaísmo ortodoxo. Una unión que encerraba, como ha demostrado el paso del tiempo, horizontes mucho más ambiciosos que los que se dan en un matrimonio convencional.
Y es que, lejos de mantenerse en los márgenes, Jared Kushner aprovechó el ascenso político de su suegro para ocupar un lugar prominente durante la campaña presidencial del 2016 convirtiéndose, así, en uno de los asesores más cercanos de Trump tras su victoria electoral en otoño de aquel año.
Una vez en la Casa Blanca se dedicó, entre otras cosas, a perfilar la nueva política estadounidense en Oriente Medio.
Como cabía esperar, Kushner fue duramente criticado tanto por la prensa mainstream como por el Partido Demócrata. Primero por su forma de llegar hasta donde había llegado: tirando única y exclusivamente de vínculos familiares.
Y, en segundo lugar, por su juventud y falta de experiencia. Con todo, él fue uno de los artífices de los famosos Acuerdos de Abraham; los que en el verano del 2020 normalizaron las relaciones entre Israel y un puñado de países árabes. Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos, concretamente.
El escrutinio de Washington
Pese al peso de sus apellidos, o puede que debido a ello, Jared e Ivanka no tardaron en descubrir que las reglas de Washington eran muy diferentes a las que regían Nueva York.
Acostumbrados al descontrol imperante en la Gran Manzana, de repente tuvieron que operar bajo la lupa de las revelaciones financieras, las revisiones éticas y el constante escrutinio de la prensa.
Jared Kushner estuvo en el centro de aquella famosa investigación sobre las posibles injerencias de Rusia en la campaña del 2016, por ejemplo, y no dejó de recibir preguntas sobre los generosos préstamos dirigidos al negocio inmobiliario de su familia.
Por eso en sus memorias –Breaking History: A White House Memoir– el yerno de Trump habla con crudeza de aquel periodo: “Sabíamos que nos enfrentaríamos a desafíos, pero no teníamos idea de la intensidad de la tormenta que nos esperaba”.
Y añade: “Nada nos había preparado para la ferocidad de Washington: los ataques, las investigaciones, los informes mediáticos falsos y escabrosos y, quizás lo peor de todo, las puñaladas por la espalda dentro del propio Ala Oeste”.
Así que no sorprendió a muchos cuando, tras la derrota de Trump en los comicios del 2020, Ivanka y él hicieron las maletas y plantaron bandera en Miami. Y tampoco sorprendió a nadie cuando, al anunciar Trump su intención de buscar la reelección, Jared e Ivanka dejaron claro que no pensaban volver a apuntarse a una aventura semejante.
¿Un enorme conflicto de intereses?
Por eso las recientes apariciones de Kushner en el marco de las negociaciones de paz en torno a la guerra de Gaza han hecho que los analistas políticos suelten unos cuantos carraspeos. Y no son pocos quienes ven en ello la confirmación de una doble vida, o incluso triple vida, que ahora, dotado de mucha más experiencia y habiendo aprendido ciertas lecciones pasadas, gestiona con más prudencia que antes.
En cualquier caso, hay una pregunta que surge sola: teniendo en cuenta el momento en el que se ha firmado la compra de Electronic Arts… ¿estamos acaso ante un “enorme conflicto de intereses”, como dicen algunos analistas, habida cuenta de que Riad busca invertir en Estados Unidos al tiempo que Washington necesita la aprobación saudí para dar salida a lo de Gaza y sus miles de millones de dólares para reconstruir el enclave?
