El estrepitoso fracaso de la reforma sanitaria impulsada por Donald Trump, que este viernes tuvo que ser retirada del orden del día de la Cámara de Representantes para evitar que fuera tumbada por la falta de apoyo de los propios republicanos, ha abierto una crisis que amenaza con desestabilizar toda la agenda de reformas programada por la Casa Blanca.

No sólo se trata de una cuestión de aritmética parlamentaria, a la vista de que los conservadores son incapaces de construir una mayoría suficiente. El problema es más profundo. Tumbar el Obamacare suponía, entre otras cosas, un recorte del gasto público sobre el que se asentaba la futura reforma tributaria. Ahora hay que volver a hacer cuentas.

El proyecto de ley de Salud del Partido Republicano ha quedado aparcado indefinidamente, lo que no impedirá que este imprevisto contagie al siguiente proyecto estrella del partido en el poder: la prometida gran bajada de impuestos para la clase media y las grandes empresas.

Para conocer el motivo sólo hay que acudir a los informes de la Oficina del Presupuesto del Congreso, un órgano no partidista que estimó que de seguir en vigor el Obamacare, el gobierno federal recaudaría durante la próxima década 41,3 billones de dólares. Según estas estimaciones, de haberse aprobado la reforma republicana este viernes, esa cantidad se habría reducido en casi un billón de dólares, es decir, se habrían bajado los impuestos ligados al plan sanitario demócrata, ya que sus servicios también se habrían recortado.

Un billón en impuestos

Pero tras el fracaso del plan de Trump en la Casa de Representantes, habrá que hacer números de nuevo para acometer la reducción de tasas prometida en campaña. Sigue siendo necesario ese billón de dólares en impuestos para hacer frente a las obligaciones de gasto que conlleva el Obamacare, aún vigente.

Las opciones para mantener la reforma impositiva prevista pasan por incurrir en deuda pública, lo que iría en contra de la filosofía del Partido Republicano, meter la tijera aún más en otros programas públicos, o confiar en que una bajada tributaria estimule la economía y acabe aumentando la recaudación. Cualquiera de estas opciones conllevará negociar la reforma de nuevo con las diferentes familias republicanas en el Congreso, que a la vista de lo ocurrido este viernes no parecen remar en la misma dirección.

Al margen de las consecuencias sobre el programa de gobierno presidencial, lo ocurrido en la Cámara de Representantes tiene también una lectura política. “Para un presidente, una derrota legislativa de esta magnitud durante los primeros tres meses de su mandato sugiere una debilidad que probablemente afectará a sus otras iniciativas políticas. Un líder sólo goza de un margen razonable de capital político por un corto período de tiempo, y Trump podría haber desperdiciado buena parte del suyo”, explica a EL ESPAÑOL Daniel Skinner, profesor asociado de Políticas de Salud de la Universidad de Ohio.

A su juicio, “el fallido proyecto de Ley Americana de Cuidado de la Salud era incoherente y estaba políticamente mal planificado”. “Todos los demócratas, muchos republicanos y muchas de las industrias y los intereses más poderosos del sistema sanitario estadounidense se opusieron por distintos motivos. El presidente y el líder de la mayoría republicana, Paul Ryan, no han podido construir una coalición legislativa suficiente. Que Trump pensara que la derogación podría hacerse en menos de tres meses demuestra que no entienden la complejidad de la legislación de salud o el proceso legislativo”, añade este experto.

En efecto, cabe recordar que al presidente Barack Obama le llevó 15 meses planificar y sacar adelante en el Congreso su histórica reforma sanitaria de 2010, la Affordable Care Act (ACA), popularmente conocido como Obamacare. Trump pensaba que a él, un hombre curtido en el arte de negociar, le bastarían unas semanas, un par de meses a lo sumo, para derogar y reemplazar aquella compleja ley, contra la que además los republicanos, que ahora controlan las dos cámaras y la Casa Blanca, llevaban siete años clamando.

El magnate se ha dado de bruces con la realidad, y han sido sus propios compañeros de filas los que se han encargado de tirar por tierra su imagen de hombre de negocios, con dotes para alcanzar buenos pactos, frente a esos políticos de Washington incapaces de llegar a acuerdos beneficiosos para EEUU. Aquella idea fue una de sus principales bazas durante la campaña. En dos días, los conservadores han demostrado que Trump no es capaz ni de poner de acuerdo a los suyos.

Ante la imposibilidad de sacar adelante su reforma, el presidente pidió a los líderes del Congreso retirar su propuesta para evitar que la imagen de derrota y división interna. Su propuesta ha chocado con el sector más ultra de su partido, el Freedom Caucus, el grupo de republicanos conservadores que rechaza su proyecto al considerar que mantiene muchos de los elementos del Obamacare contra los que llevan siete años protestando.

Trump no ha querido centrar sus críticas en este grupo de diputados, aunque durante su intervención del viernes les dedicó una frase lapidaria. “Hemos aprendido mucho sobre lealtad”.

Regalo para los demócratas

En el lado opuesto, los demócratas se frotan las manos. El Partido Republicano lleva dos legislaturas luchando contra la reforma de Obama, pidiendo a los ciudadanos sus votos para construir una mayoría electoral suficiente con la que derogarlo. Tras las últimas elecciones, controlaban la Cámara de Representantes, el Senado y la Casa Blanca. Sin embargo, han sido incapaces de ponerse de acuerdo para eliminar esta ley. En consecuencia, el argumento está servido, si alguien puede mejorar la ACA -de la que nadie discute que tiene aspectos mejorables-, esos son ellos.

Este fracaso parlamentario, que de no haberse producido en la Cámara de Representantes habría llegado con toda probabilidad en el Senado, donde la distancia entre demócratas y republicanos es aún más estrecha, socava la autoridad de la Casa Blanca y, de paso, la de Ryan ante los suyos. La estrategia ahora es clara: no hacer nada. Esperar a que el Obamacare colapse y que los demócratas -y republicanos díscolos- acudan implorando recuperar la iniciativa aparcada. Pero no todos creen que esto ocurrirá.

“La Ley del Cuidado de Salud a Bajo Coste (ACA) está funcionando básicamente como estaba planeado. Ha salvado vidas y ayudado a millones de ciudadanos. Los costos se están estabilizando a los niveles predichos por la Oficina de Presupuesto del Congreso”, sostiene el profesor Skinner, que no obstante reconoce que “sería bueno, sin embargo, que Trump ayudara a mejorarla para que más estadounidenses obtengan cobertura en lugar de inculcar a la gente el miedo”. “Es un tiempo para el liderazgo”.

"ES UN FRACASO PARA LOS RICOS"

Mientras se resuelve el conflicto, más de 20 millones de norteamericanos que iban a perder su seguro sanitario con esta reforma han ganado tiempo. “Los únicos vencedores que vale la pena destacar en la derrota de Trump son los millones de personas que seguirán teniendo cobertura de salud de calidad y los muchos más que la ganarán en las próximas semanas y meses”, sentenció el experto.

Por desgracia, no todos son tan optimistas. Allison K. Hoffman, profesora de Derecho en la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) y experta en políticas de salud en el Center for Health Policy Research, explica a EL ESPAÑOL que “desafortunadamente, incluso si no se aprueba una ley, la administración seguirá emitiendo regulaciones que socavarán partes de la ACA, perjudicando a los pobres y disminuyendo el acceso a la atención médica para muchas poblaciones vulnerables y para las mujeres en particular”.

“Este fracaso es una gran victoria para la mayoría de los EE.UU. Las excepciones son el presidente Trump y Ryan, por la erosión a su credibilidad, y los estadounidenses ricos y corporaciones, que iban a ser los principales beneficiarios. Incluso los votantes republicanos de las elecciones de 2016 habrían sido perjudicados de haber salido adelante. Es una buena noticia”, concluye.

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