Hillary Clinton no va a tener fácil librarse de Donald Trump, incluso si el republicano pierde las elecciones presidenciales del próximo martes. Si la ex secretaria de Estado lo vence, lo más probable es que el magnate se convierta en una suerte de vecino, ya que desde el pasado 26 de octubre cuenta con su propia residencia en Washington DC, un imponente hotel de lujo, al estilo de los palacios europeos, en la misma Pennsylvania Avenue donde, a cinco manzanas, se levanta la Casa Blanca.

Este edificio se ha convertido en un símbolo para el partido conservador, en una irreductible ‘aldea gala’ republicana rodeada por el imperio demócrata que es el Distrito de Columbia. Con sólo acercarse salta a primera vista que no es un lugar más. Las protestas a sus puertas son casi diarias, aunque lo cierto es que dentro sus trabajadores están encantados. Y un dato interesante, la mayoría son hispanos y afroamericanos, el electorado que le falla al candidato y que puede alejarlo del Despacho Oval.

El Trump International Hotel, que ha costado 200 millones de dólares, ocupa la remodelada antigua sede de Correos, un inmueble histórico de estilo renacentista romanesco, que data de 1899. En la plaza aledaña, frente a la entrada principal, tres jóvenes afroamericanos sostienen una pancarta que reza “Shame on Trump” (“¡Qué vergüenza, Trump!”). Al lado, contempla la escena una escultura de Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de este país, cuya única conexión con el político conservador podría ser, quizá, que su rostro decora los billetes de cien dólares que tanto atraen al empresario.

El trío de manifestantes no quiere hacer declaraciones y se limitan a entregar un folleto a los interesados que preguntan. Representan a un sindicato de carpinteros y se quejan de que la compañía subcontratada para la rehabilitación del complejo no está pagando el salario medio ni está garantizando cobertura sanitaria ni otros beneficios a los operarios. “Una rata es un empleador que no paga a sus empleados según los estándares. The Trump Organization nos está dañando”, explica el panfleto, ilustrado con un roedor mordisqueando la bandera americana.

La fachada del nuevo hotel de Trump en Washington DC. Trump Hotel International

Desde el mismo día de la inauguración, en que se produjeron numerosas manifestaciones a las puertas del edificio, este negocio se ha convertido en blanco de los detractores de Trump y no es raro ver pancartas y carteles, ya convertidos en parte del paisaje de esta avenida, una de las más concurridas por su cercanía al National Mall, y que conecta la Casa Blanca con el Capitolio. De hecho, el presidente suele recorrerla a pie o en coche el día de la inauguración del mandato.

En torno al inmueble todavía se ven algunos trabajadores ultimando detalles en las puertas o descolgados en la fachada limpiando los cristales. Y eso que hotel está casi terminado, a falta de la torre del reloj, la más alta de la ciudad después del Washington Monument, que no abrirá al público hasta finales de este mes, con museo incluido.

Cruzando el umbral, el visitante puede percibir que ha entrado en el universo Trump. Mármol, dorados, lámparas de araña, techos acristalados, lujo... elegancia sin llegar al exceso que se podría esperar. Nada más alcanzar el ‘Grand Lobby’, un majestuoso bar se alza ante el cliente. Toda la pared parece recubierta de botellas de fino cristal mientras en una isla central reposan licores y cavas de primeras marcas. Cuatro pantallas de televisión entretienen a los huéspedes que toman el aperitivo. Ninguna, por cierto, con la CNN. Sí que pueden verse canales deportivos y la conservadora Fox News.

Tras la barra atiende Sharon, una simpatiquísima camarera que saluda a todo el que accede, dando la bienvenida al Trump Hotel. “Este edificio es una maravilla. Toda la planta del recibidor, con los suelos de mármol, es de nueva construcción. Este nivel no existía en la construcción original. Han respetado muchos de los elementos originales de la sede de Correos. El grosor de los muros es espectacular y la luz que entra por el techo, que ya estaba aquí desde antes, es precioso. Trabajar aquí es un placer”, comenta.

La empleada desconoce si la jornada electoral se organizará algo especial en el hotel, “porque son muchas horas”, aunque recuerda que durante los debates presidenciales sí que hubo público viéndolos en los televisores del ‘Grand Lobby’, por lo que cree que la gente seguirá al menos el recuento desde allí. Lo que no tiene claro es si el magnate trasladará al hotel su centro de operaciones. “No lo sé, pero seguro que viene mucha gente. Tenemos muchos turistas de Europa y de Japón que se pasan por aquí y preguntan por esas cosas. Ellos viven la campaña más desde fuera, casi como un espectáculo”.

Sharon no conoce personalmente a Donald Trump, pero sí que vio a su hija Ivanka durante el entrenamiento que el hotel ofreció a sus trabajadores. “Durante el training [el entrenamiento] ella se conectaba por videoconferencia y daba indicaciones. Se ha implicado muchísimo en esta apertura. Es la que va a hacer que esto funcione. Estamos todos muy contentos con el proyecto”, relata antes de despedir a los visitantes, invitándolos a dar una vuelta por el edificio y a volver. “A finales de mes se podrá subir ya a la torre”.

El candidato republicano corta la cinta inaugural en su nuevo hotel. Gary Cameron Reuters

SUSTITUTO DE JOSÉ ANDRÉS

Por el hall deambulan huéspedes, hombres enchaquetados hablando de negocios y amables empleados poniendo a punto todo para la hora del lunch. En una de las esquinas de la recepción se encuentra BLT Prime by David Burke, el restaurante que sustituye al que el chef español José Andrés iba a abrir en el hotel y que finalmente canceló en protesta por las polémicas declaraciones de Trump sobre los inmigrantes mexicanos. Por cierto que ambos se demandaron por cantidades millonarias y están pendiente de juicio.

Sólo en la terraza de este local, que asoma al interior del edificio, trabajan 44 camareros. Uno de ellos, Alfredo, centroamericano, prepara el servicio de comidas. “Hay muchos trabajadores aquí, la mayoría hispanos y afroamericanos, y todos estamos muy bien”, asegura mientras va distribuyendo los menús por las mesas.

Los precios no son baratos, pero tampoco disparatados para una ciudad como Washington y un establecimiento de lujo. El desayuno completo va de 23 a 32 dólares, dependiendo si se elige el continental o el Post Office Breakfast, que incluye huevos, tocino, tostadas, patatas, fruta, té o café. La carta de vinos no llegará hasta mediodía, pero toda la estancia está rodeada por una bodega donde los caldos de marca Trump ocupan una posición prominente.

Otra opción son los sándwiches, de 16 a 18 dólares, o los huevos y especialidades, entre 16 y 27, en función de la elección. Una bebida caliente sale a seis dólares, aunque un capuchino sube a ocho. Todo esto al estilo americano, es decir, sin los impuestos incluidos y sin contar la propina, que en este hotel se presupone generosa y que no debe bajar del 15 o 20%.

Un lujoso cuarto del hotel de Trump en la capital. Trump Hotel International

“LA POLÍTICA SE QUEDA FUERA”

“Los sueldos son muy buenos. Van desde los 17 dólares la hora, si eres asistente de mesero, más las propinas, que suelen ser altas, porque la gente que viene aquí no escamotea en eso. Las noches sobre todo son un éxito de público. La mayoría de los empleados somos de minorías”, detalla otro de los empleados, que prefiere no comentar su nombre.

Alfredo llegó a ver a Donald Trump en persona. “Durante la formación que nos dieron antes de la apertura vino un día y reunió a toda la plantilla, incluidos los obreros que estaban aquí. Desde septiembre se hizo una apertura en pruebas con 30 habitaciones. Es un hombre muy normal y nos habló con respeto”.

Durante la campaña electoral, el republicano ha repetido insistentemente, cada vez que le han acusado de racista, que él contrata a multitud de inmigrantes y miembros de minorías. “Aquí hay muchos latinos y afroamericanos. Y puedes encontrar gente que hable español. La política es otro asunto y aquí venimos a trabajar. Dejamos esos temas fuera”.

Los empleados del hotel, donde la minoría a primera vista parecen ser los blancos, no entran en cuestiones electorales. Se limitan a cumplir sus funciones con extremada amabilidad y simpatía, saludando y ofreciendo ayuda a cualquiera que parezca necesitarla. Otra cosa es fuera del hotel.

Manifestantes protestan contra el republicano durante la inauguración. Jonathan Ernst Reuters

“QUE GANE DINERO, PERO QUE NO GANE”

Allí la enorme expectación que despertó la apertura de octubre, con polémica porque Trump hizo un parón en su campaña para cortar la cinta junto a su familia, ha convertido este negocio en una atracción turística. Numerosos anónimos se acercan a hacerse fotografías con la fachada de fondo, sobre la que reluce en letras doradas el nombre del millonario. Esta misma mañana, una pareja se colocaba en las escaleras principales, programaba la cámara e inmortalizaba el momento ante el flamante hotel. Han llegado a la capital desde Florida para asistir a una boda. John habla español con acento cubano y es psiquiatra. Su esposa, norteamericana, doctora.

“Lo vimos en las noticias y queríamos acercarnos para comprobar cómo ha quedado, sólo eso. Para nosotros es como una atracción turística”, relata este hispano, antes de que su mujer añada, ya en inglés: “Yo espero que a Donald Trump le vaya muy bien el negocio, que gane mucho dinero, que cree muchos puestos de trabajo y que todo le vaya bien… pero que no gane las elecciones, porque nosotros no lo vamos a votar para nada. Apoyamos a Hillary”, explica entre risas. “Una cosa es la política y otra los negocios. Nos alegramos si le va bien”, remata John.



Se acerca la hora de almorzar y los tres jóvenes negros siguen allí, sujetando la pancarta. Los viandantes se detienen someramente a leer lo que pone, pero la prisa puede más. Alguno le toma una fotografía. Otros sí se paran junto a la estatua de Franklin, pero para leer el cartel turístico que la acompaña donde se expone el pasado de la sede de Correos.

RECONCILIACIÓN CON ‘STARBUCKS’

A pocos pasos, tomando la esquina de la manzana, nos topamos con la entrada al futuro museo y la torre, aún en obras, y el Starbucks del Hotel Trump. Curioso, teniendo en cuenta que el pasado invierno el empresario llamó a boicotear a esta cadena de cafeterías por supuestamente no respetar el sentido cristiano de la Navidad al no crear una taza decorada para estas fechas a fin de, según dijo, no ofender a otras religiones.

El establecimiento es como cualquier otro de los muchos que se encuentran por la ciudad, aunque en su entrada conserva los buzones originales del edificio, uno de los pocos vestigios que quedan intactos del histórico inmueble.

Por si alguien está pensando hospedarse en este hotel, la noche sale por un mínimo de 400 dólares, tal y como anuncia su página web. Para gustos más exquisitos hay suites por 2.884 dólares, y la Townhouse, con gimnasio y comedor privado, por 20.000 dólares.

Hay 263 habitaciones y suites, que son el resultado de dos años de remodelaciones en las que ha participado personalmente Ivanka Trump. Ella negoció el alquiler de tres millones de dólares al año con el Gobierno y se encargó de la reforma y el diseño. Durante la inauguración, aseguró que “este edificio es el mejor hotel de Washington, y tiene la posibilidad de ser el mejor del país por las instalaciones que construimos”.

BATALLA POLÍTICA

Las obras duraron dos años y estuvieron listas antes de lo previsto y por menos de lo presupuesto, lo que el republicano ha usado durante sus mítines como ejemplo de la eficiencia que aplicará si llega a ser presidente.

Su rival no lo ve así. "Sabemos que utilizó trabajadores indocumentados. La mayor parte de los productos de sus habitaciones son producidos fuera de EEUU. Puedes decir lo que quieras, miremos a los hechos", criticó Hillary Clinton en un mitin. El republicano negó las acusaciones. "No utilicé a indocumentados, Créanme, podríamos haber contratado a un montón, porque hay por todos lados. Pero no quise”, dijo.

Las acusaciones de la demócrata parten de un artículo publicado en verano de 2015, durante la construcción del hotel, en el que algunos trabajadores revelaron al The Washington Post que no tenían papeles.

Polémicas al margen, pronto sabremos si la talla de Franklin pasa a tener por vecino un hotel de apellido presidencial. De momento, lo que es seguro es que desde sus habitaciones se podrán contemplar unas vistas privilegiadas del día de la investidura del próximo líder estadounidense. Sea demócrata o republicano, pasará por esta avenida y, de una forma u otra, el nombre de Trump estará seguro en sus pensamientos.

Noticias relacionadas