En muchos países, los testigos de Jehová son famosos por predicar de casa en casa; en Rusia, son los seguidores de esta religión quienes viven con el miedo de que alguien llame a su puerta. Desde que en 2017 el Tribunal Supremo de Moscú les calificó como “grupo extremista” y les prohibió toda actividad pública, la policía rusa ha detenido o interrogado a más de 400 seguidores de esta religión y ha registrado más de 1.300 domicilios. Y en los últimos días, el acoso contra los testigos de Jehová se está incrementando.

La semana pasada fueron detenidos un hombre de 30 años en Crimea, un fiscal de Smolensko pidió hasta nueve años de prisión para tres testigos y en Sebastopol otra persona fue acusada de “organizar actividades extremistas” y se puede ser condenada a siete años de cárcel.

Aunque la Constitución rusa garantiza la libertad religiosa, la iglesia de los testigos de Jehová es ilegal y en 2017 fue obligada a entregar sus bienes y locales al Estado ruso. La Ley contra el Extremismo de 2002, que es la misma que se usó para detener al opositor Navalny, es el argumento legal que está sirviendo para perseguir a los aproximadamente 150.000 seguidores de este culto que hay en todo el país. Una ley que ha sido criticada por ser una “ley para todo” por permitir prácticamente cualquier represalia contra grupos o personas críticos con el gobierno sin concretar más cargos que “actividades peligrosas”.

Huir de Rusia

Iván y Natasha (nombres supuestos) son una pareja de rusos testigos de Jehová que abandonaron hace año y medio su ciudad natal de Ivánovo, no muy lejos de Moscú, para instalarse en Cracovia. Aunque apenas se relacionan con los vecinos y tienen muy pocos amigos, cuando alguien les pregunta por qué vinieron a Polonia responden, casi al unísono, que para completar sus estudios. Aunque en parte es cierto, una de las cosas que les empujó a dejar su país es que ambos son testigos de Jehová.

“Nuestra ciudad no es muy grande y las cosas están tranquilas allí, pero desde que ilegalizaron nuestra religión sabemos que en cualquier momento pueden ir a por nosotros. Cuando me enteré de que un tío mío había sido interrogado y la policía había registrado su casa en Moscú, empecé a pensar en serio en irme a otro país. Me apunté a unos cursos de especialización informática y me vine aquí con mi esposa aquí. Si hay problemas, nos iremos a otra parte”, dice Iván casi en voz baja, usando su teléfono como traductor.

El apartamento de alquiler donde viven tiene las paredes desnudas y los únicos adornos son un calendario con fotos de Rusia y una sencilla estantería con algunos libros religiosos. Cuando se le pregunta por qué no tiene un ordenador, si está estudiando programación, habla de “demasiadas distracciones”.

Aunque la temperatura fuera es de unos 15 grados, la calefacción está muy alta y hace demasiado calor: “nos gusta”, dicen, “aunque aquí el gas es caro comparado con Rusia, tener la casa siempre caliente nos recuerda un poco a nuestro hogar allí”.

Se calcula que Entre 5 y 10.000 testigos de Jehová pueden haber dejado Rusia huyendo del hostigamiento de Putin. Al igual que en otros países, el carácter cerrado y sectario de este grupo, así como su negativa a hacer el servicio militar, su escasa participación en algunos aspectos de la vida social (no votan y no ejercen cargos políticos), hace que terminen formando una especie de gueto difuso, con fronteras invisibles, pero impermeables a toda persona ajena a su comunidad.

En el caso de Rusia, que la sede central de los testigos esté en Estados Unidos contribuye a que se les vea con desconfianza. No es algo nuevo: el 1 de Abril se conmemoró el 70 aniversario de la deportación de miles de testigos de Jehová soviéticos a Siberia por Stalin.

En prisión

Hace un mes, Valentina Baranovskaya, de 69 años, y su hijo, se sumaron a los otros nueve testigos de Jehová que ya están en prisiones rusas por motivos religiosos. Sus condenas, de dos y seis años respectivamente, son algo parecido a lo que se espera para los 71 condenados más a la espera de ingresar en prisión próximamente.

Para algunos observadores, los ataques contra los testigos pueden estar motivados por la narrativa nacionalista que Putin fomenta y donde la preeminencia de la religión cristiana ortodoxa es una de las piedras angulares. Mientras que los testigos de Jehová se niegan a portar armas, los obispos ortodoxos han bendecido misiles nucleares y esparcido agua bendita sobre tanques, submarinos y cazas de combate.

Además, las teorías conspiracionistas acerca de cualquier grupo poco conocido, más aún si practican un culto del que la mayoría de la gente sabe poco, encuentran un caldo de cultivo perfecto en ciertos sectores de la sociedad rusa.

Hace poco más de un mes, el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Ned Price, calificó la sentencia contra Valentina Baranovskaya como "particularmente cruel" e instó a Rusia a levantar la prohibición de la religión de los testigos de Jehová.

En julio, la Unión Europea y otros seis miembros de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa pidieron a Rusia que cumpliera con su compromiso constitucional de permitir la libertad de religión y expresión. En septiembre de 2019, Estados Unidos negó la entrada al país a dos oficiales del Comité de Investigación de Rusia (llamado SK, similar al FBI estadounidense) por la presunta tortura de siete testigos de Jehová detenidos en Rusia.

En su canal oficial de YouTube, el SK publicó un vídeo en el que se puede ver a un comando de policías encapuchados forzando la puerta de un piso, deteniendo a un hombre e interrogándole y registrando el domicilio, donde al parecer había escondidas grandes sumas de dinero en rublos y dólares norteamericanos. Entre las acusaciones vertidas en ese caso se cuenta la “propaganda y adoctrinamiento enfocados a reclutar nuevos miembros en Moscú para unirse a un movimiento religioso ilegal”.

Pero a pesar de ello y de las protestas de organizaciones no gubernamentales de defensa de los Derechos Humanos, Putin no solo ha continuado adelante con las detenciones, sino que ha llegado a encarcelar a ciudadanos extranjeros, como el danés Dennis Christensen, que fue precisamente el primer testigo de Jehová juzgado tras la prohibición de 2017.

El obispo Hilarión Kapral, perteneciente a la iglesia ortodoxa rusa, afirmó en la televisión de aquel país que "estos cultistas continuarán su actividad... pero al menos dejarán de afirmar abiertamente que son una fe cristiana”.

Cuando se les muestran estos vídeos, Iván y Natasha desvían la mirada y afirman que “por noticias como esta nunca vemos la televisión. Ni siquiera queremos oírlo. Ahora mismo siento ganas de llamar a mi familia”.

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