Lo que le ocurrió a Alexei Navalny a su llegada al aeropuerto de Sheremetyevo aterrorizaría a cualquiera. A él no. Arrestado más de 10 veces en la última década, con más de 230 días en prisión, más de 350 de arresto domiciliario, años en libertad condicional y víctima de un intento de asesinato el pasado verano, este opositor al régimen de Putin volvió a Rusia a mirar de frente a su adversario, una vez más.

Navalny se metió literalmente en la boca del lobo. A su llegada a Sheremetyevo, la policía lo esperaba. Sus seguidores hacían lo propio en el aeropuerto de Vnukovo, donde estaba previsto que llegase su vuelo procedente de Berlín. El Kremlin, temiendo la acogida, ordenó desviar el avión.

Navalny ha estado en Berlín desde agosto recuperándose del intento de asesinato supuestamente perpetrado por el FSB, el temido servicio de inteligencia ruso heredero de la KGB que trató de envenenarlo con agente nervioso novichok.

Su regreso a Moscú fue el esperado. La policía lo detuvo en el control de pasaportes y, después de despedirse de su mujer, Navalny desapareció. Sus seguidores inundaron Twitter preguntándose por su paradero, el cual confirmó más tarde su abogado: una comisaría cercana al aeropuerto. Allí se celebró una audiencia exprés, en la que un juez dictó una sentencia de 30 días de prisión provisional. 

De la audiencia solo fueron testigos medios estatales, según la portavoz de Navalny, Kira Yarmysh. Tampoco pudo ver a su abogado.

Una vida frente a Putin

Navalny es buen conocedor de lo que le espera por delante en estos 30 días. Su primer arresto por parte de las autoridades rusas se produjo después de las protestas posteriores a las elecciones parlamentarias de 2011. El opositor lideró un movimiento en contra del partido de Putin, Rusia Unida. Después de aquella primera vez, Navalny declaró: “Estos 15 días en prisión me han enseñado a no tener miedo”.

Y así enfrentó lo que vino: otras dos semanas de cárcel después de las presidenciales de 2012 y una condena de cinco años de prisión, acusado de malversación y lavado de dinero. Después de una gran presión social, la sentencia pasó a ser de libertad condicional. 

En febrero de 2014 fue puesto bajo arresto domiciliario y en diciembre del mismo año recibió una nueva sentencia de libertad condicional de tres años y medio. Entonces fue acusado por “crímenes financieros”. Al mismo tiempo, su hermano era condenado a cumplir la misma pena en prisión.

Navalny desafió el arresto domiciliario casi un año después, cuando se deshizo de su brazalete de seguridad para salir a la calle a comprar leche. Pasó nuevos períodos en la cárcel antes y después de las presidenciales de 2018. En 2019, volvió a estar entre rejas por organizar protestas ilegales contra Putin. Después de uno de aquellos arrestos tuvo que ser hospitalizado. Entonces, denunció que había sido víctima de un primer intento de envenenamiento.

Alexei Navalny, en su vuelta a Moscú. EFE

“El hombre más temido por Vladimir Putin”, según describió el Wall Street Journal en 2015, se ha ganado el título a pulso. Tanto es así que Putin no menciona ni su nombre. En 2008, Navalny inició varias campañas por la transparencia en los grandes oligopolios del estado ruso, lo que le llevó a la creación de la Fundación Anti-Corrupción (FBK). Desde ahí se ha convertido en un azote de los altos cargos del Kremlin.

Además, forma parte del Consejo de Coordinación de la Oposición Rusa y es líder del Partido Progresista. En 2013, trató de presentarse a la alcaldía de Moscú y, en 2016, presentó su candidatura para las elecciones presidenciales de 2018. La Comisión Central Electoral impidió su participación, excusándose en sus causas pendientes con la justicia. Estas han sido tildadas por numerosas organizaciones dentro y fuera de Rusia como complots políticos. El Tribunal de Derechos Humanos de la UE ha llamado la atención sobre la irregularidad de los procesos.

Presión internacional 

La nueva detención de Navalny ha desatado una nueva ola de reacciones en la comunidad internacional. Sin embargo, de momento, solo son declaraciones de condena y “Rusia está determinada a mostrar que no cede ante las presiones de Occidente”, según explica a EL ESPAÑOL el analista experto en Rusia del Institute for Statecraft londinense, Nicolás de Pedro.

En todo caso, lo único que podría poner contra las cuerdas al Kremlin sobre la detención de Navalny sería una ola de protestas domésticas. Como el propio líder opositor dijo en el momento de su arresto, “no hay nada que estos ladrones en sus búnkers teman más que la gente en las calles”.

Navalny, encarcelado hasta el próximo 15 de febrero EFE

Los 30 días que ha sentenciado un juez de Moscú “es el tiempo que se da el Kremlin para calibrar esta presión y tomar una decisión sobre Navalny”, comenta De Pedro. “No actúan ni de acuerdo a su propia ley, pero hay que tener en cuenta que en Rusia reina la arbitrariedad y las leyes se adaptan a la agenda del Kremlin”, prosigue.

Para el experto, y dados los precedentes, “cualquier escenario es posible”. “Lo peor es que vuelvan a intentar asesinarlo, pero puede que las protestas vayan en aumento y el Kremlin tome una decisión magnánima, basada en el cálculo político”, concluye De Pedro.

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