El líder talibán Mullah Omar vivió, durante años, a poca distancia de las bases estadounidenses en Afganistán. Las tropas estadounidenses incluso registraron la casa donde se escondía, pero no pudieron encontrar la habitación secreta, construida para esconderse, según cuenta The Guardian, a raíz de una nueva biografía de Omar.

El relato cuenta un embarazoso fracaso de la inteligencia estadounidense, que puso un precio de 10 millones a la cabeza de Omar tras los atentados del 11-S en Nueva York, tras los que dejó el liderazgo del Estado Islámico en Afganistán, cargo que ostentaba desde 1996.

Mientras que las declaraciones emitidas en su nombre fueron escrutadas en todo el mundo, él vivía como un ermitaño, rechazando visitas de su familia, llenando cuadernos con anotaciones en un lenguaje inventado y, a veces, escondiéndose de las patrullas estadounidenses en túneles de riego.

El periodista y escritor alemán Bette Dam ha estado trabajando cinco años en la biografía "Buscando un enemigo", que se publicó el pasado febrero. Dam ha sido corresponsal en Afganistán desde 2006.

Para su investigación sobre Omar, que ha durado un lustro, visitó partes del país controladas por insurgentes y se entrevistó con funcionarios del gobierno afgano, e incluso con algunos supervivientes talibanes.

Habló con Jabbar Omari, guardaespaldas de Omar desde 2001. Dam sabía que él era el único que podría proporcionarle información fiable sobre los últimos años de Omar, pero le había sido imposible contactarle hasta que autoridades afganas pudieron concertar una entrevista en un lugar seguro de Kabul.

Durante los primeros cuatro años de la insurgencia, en 2004, Omar vivió en Qalat, cerca del recinto del líder afgano y el área que después se elegiría para situar la principal base estadounidense en la zona. Era un recinto pequeño, con un jardín y muros altos para preservar la intimidad, algo habitual en Afganistán.

Omar construyó una pequeña habitación secreta, en forma de L, con una entrada camuflada como si fuese un gran armario. La familia propietaria de la casa no sabía quién vivía allí, solo que era un alto mando talibán, y que les matarían si se lo decían a alguien.

Dos ocasiones perdidas

Las fuerzas estadounidenses casi se toparon con Omar en dos ocasiones. La primera vez, Omar y Omari estaban en el jardín cuando una patrulla pasó por allí. Cuando escucharon los pasos, se escondieron detrás de un montón de leña, donde no pudieron ser vistos.

La segunda vez, las tropas registraron la casa pero no encontraron la entrada a la habitación secreta. Omari no sabía si la búsqueda era un control rutinario o una respuesta a un chivatazo. A pesar de que la casa siempre había estado cerca de centros de poder afgano, cuando las tropas estadounidenses instalaron la base a pocos metros, Omar decidió mudarse.

Se fue a una casa remota cerca de un río a unos 30 kilómetros de Qalat. Allí construyó una pequeña chabola conectada a los túneles de riego que iban hasta las colinas y podía ser una ruta de escape en caso de estar en peligro.

Poco después de mudarse, las tropas estadounidenses establecieron otra base a solo cinco kilómetros. En el momento más álgido de la Guerra de Afganistán, había alrededor de 1.000 soldados cerca de su escondite. Omar estaba preocupado de que lo encontraran si no se mudaba... otra vez.

A penas salía de la casa, excepto para tomar el sol en invierno, y a menudo se escondía en los túneles cuando los aviones estadounidenses sobrevolaban la zona. "Era muy peligroso para nosotros estar allí, a veces solo había una distancia de una mesa entre nosotros y los militares", le contó Omari a Dam.

Omar podría haber sido envenenado

La gente en la zona sabía que había un importante talibán viviendo cerca de ellos. Cuando la desilusión con el gobierno afgano y su corrupción creció, Omar comenzó a recibir regalos de sus vecinos.

Omar podía estar días sin apenas hablar, y su única interacción era con Omari cuando se lavaban juntos en la cocina antes de rezar. Omar tenía un viejo Nokia sin tarjeta SIM, que utilizaba para grabarse mientras recitaba versos del Corán.

Muy de vez en cuando se ponía en contacto con los demás talibanes a través de un mensajero del que Omari no ha querido revelar datos, pero que viajaba cada pocos meses entre líderes en Quetta y donde vivía Omar.

Al principio, el mensajero llevaba consigo un casete con mensajes grabados por Omar, pero después de que fuese detenido e interrogado por la inteligencia paquistaní, Omar dejó de grabar los mensajes y se los transmitía directamente al mensajero. A pesar de que muchos comunicados eran lanzados en su nombre, Omar casi no tenía un papel activo desde 2001.

Omar enfermó en 2013, tosiendo, vomitando y perdiendo el apetito, pero se negó a ningún tratamiento médico. Omari se ofreció para llevarle al médico o a Pakistán, pero el talibán se negó. Murió el 23 de abril de ese mismo año. La familia de Omar sospechó que su muerte no fue natural y que podría haber sido envenenado, como ya les había pasado a otros por su sucesor Akhtar Mansur.

Omari le enterró por la noche y grabó un vídeo para mostrárselo a la familia. Llevaban 12 años sin verle.