Cracovia (Polonia)

Durante su reciente gira europea, Donald Trump ha vuelto a demostrar por qué es el presidente más controvertido del mundo con sus declaraciones, equivocaciones, rectificaciones y, cómo no, mensajes en Twitter. “La Unión Europea es un enemigo”; “Theresa May se ha cargado el Brexit”; “Le dije cómo tenía que hacerlo, pero no me escuchó e incluso ha hecho lo contrario”; los gobiernos europeos de la OTAN “pagan solo una fracción del coste de su protección contra Rusia”. La diplomacia (o falta de ella) detrás de una política exterior con un lenguaje tan agresivo polariza opiniones y extrema posturas en torno a la figura de Trump y por extensión hacia EEUU.

En un hipotético mapa 'trumpista', los países del mundo se dividirían entre naciones ignoradas y despreciadas (Haití, El Salvador y algunos países africanos son “cloacas”), los enemigos tradicionales (“Corea del Norte es el último lugar de la Tierra al que iría”; Irán es “un régimen asesino”, China “está violando a nuestro país”) y antiguos aliados como Alemania (“Merkel es la persona que está arruinando a Alemania”), Francia (“Francia ya no es Francia”) o México (“su sistema legal es corrupto, no quiero tener nada que ver con México más que construir un muro impenetrable”). Ni siquiera los organismos internacionales como la ONU (“No es amiga de la democracia, ni de la libertad, ni de Estados Unidos”) se libran de las soflamas de un presidente que, no en vano, hizo campaña con el lema “América, primero” y parece basar su legislatura en “o conmigo o contra mí”.

A pesar de ello, hay algunos gobiernos en Europa que, ya sea por genuina convicción ideológica o simplemente por compartir un enemigo común, están en sintonía con el presidente norteamericano y en algunos casos se declaran fervientes admiradores de su manera de hacer las cosas. Si bien resulta fácil rescatar de la hemeroteca los insultos, provocaciones y descalificaciones que Trump le ha dedicado a medio mundo, también es posible encontrar muestras de rendida admiración hacia su persona por parte de algunos líderes europeos.

Viktor Orbán (Hungría): “Con Trump la democracia está aún viva”; Milos Zeman (República Checa): “Comparto su postura contra la inmigración y el terrorismo islámico. No hay musulmanes moderados como no hay nazis moderados”; Matteo Salvini (Italia): “Prefiero la legalidad y seguridad de Trump a la política desastrosa de Obama y Merkel”; Jaroslaw Kaczynski (Polonia): “Su visita es un nuevo éxito para Polonia, los otros países nos envidian por ello”.

Visita a Polonia

La cita del líder ultraderechista polaco hace referencia a julio del año pasado, cuando Trump eligió visitar brevemente Polonia de camino a la cumbre del G-20 en lugar de pasar primero por Londres o Berlín. La prensa polaca cercana al gobierno se deshizo en alabanzas hacia el “gran amigo americano”. Como en una versión eslava de Bienvenido Míster Marshall, las calles de Varsovia se inundaron de banderas polacas y estadounidenses entrelazadas y toda la ciudad se convirtió en una inmensa alfombra roja de bienvenida. Trump llegó de noche al aeropuerto Chopin y al día siguiente dio un discurso en la emblemática Plaza Krasinski, elegida ex profeso porque ningún presidente estadounidense tuvo antes la oportunidad de estar en ese lugar. Cada diputado del Gobierno obtuvo 50 invitaciones y las gradas se llenaron de venerables héroes de guerra, personalidades eclesiásticas y esposas de políticos que escucharon atentamente el discurso de media hora en el que Trump aludió diez veces a “Occidente” y cinco a “nuestra civilización” en un tono apocalíptico que conectó instantáneamente con el público allí presente. “¡Nos ama!” proclamaba la portada de un tabloide polaco esa misma tarde. Las cinco horas que el presidente estadounidense pasó en Polonia hicieron olvidar las casi cinco décadas de aislamiento internacional que este país sufrió durante el comunismo.

Trump en su visita a Polonia el año pasado. Archivo Público de la Casa Blanca

Sin embargo, Polonia continúa siendo uno de los pocos países europeos a cuyos ciudadanos se sigue exigiendo visado para visitar Estados Unidos, mientras que países como Eslovaquia o Letonia están exentos de este requisito. Además, la reciente ley polaca sobre el Holocausto, que criminaliza vincular a Polonia con el exterminio judío en la Segunda Guerra Mundial, ha enfriado los ánimos y ahora mismo parece imposible que se vuelvan a reproducir escenas tan efusivas como las del año pasado en Varsovia. Aun así, a veces Polonia invoca su amistad con Trump como una advertencia a Bruselas de que su dependencia de Europa es relativa y aún a día de hoy se alude a la visita de Trump como un refrendo a sus aspiraciones de convertirse en un líder regional y guardián de la Europa que quiere Trump y a Trump.

“Trump y Salvini están hechos del mismo material”

Matteo Salvini, el flamante vicepresidente y ministro de Interior italiano, eligió el 25 de abril, aniversario de la liberazione del régimen fascista de Mussolini, para reunirse en Filadelfia con Trump. Tras el encuentro, el líder de la Liga Norte afirmó que prefería a Trump que a Merkel, uniéndose al club de políticos europeos que reniegan de Bruselas para arrojarse a los brazos de Washington. Al igual que Trump, Salvini es un incansable tuitero que ha adoptado el eslogan 'Italia primero' y que comparte la política anti inmigración de Donald Trump. El que fuera jefe de campaña de Trump, Steve Bannon, aseguró que “Trump y Salvini están hechos del mismo material”.

Orbán y Trump, a favor de los muros

Otro polémico enfant terrible europeo, el húngaro Viktor Orbán, se convirtió en el primer jefe de gobierno europeo en expresar públicamente su apoyo a Trump incluso cuando éste no era más que un candidato a la presidencia. “Ni yo mismo podría haber expresado mejor lo que Europa necesita”, dijo de él hace dos años. La eurofobia de Orbán ha quedado patente en numerosas ocasiones y su decisión de construir un muro fronterizo para frenar la entrada de inmigrantes y refugiados tiene muchos puntos en común con el que Trump prometió levantar en torno a México.

'Trumpistas' en la Repúblca Checa

Por su parte, la República Checa tiene no uno, sino dos “Donald Trump” europeos. El primer ministro Babis, que acepta encantado el apodo (“Soy como Trump, con la diferencia de que nunca he estado arruinado”), irrumpió en la política desde una confortable posición en el mundo de las finanzas: es el segundo hombre más rico del país. Su partido ANO (siglas en checo de Ciudadanos Insatisfechos en Acción) ganó las elecciones el año pasado con un programa que firmaría el propio Trump. Ambos comparten además un pasado lastrado por acusaciones de fraude fiscal y relaciones demasiado estrechas con Rusia -en el caso de Babis, se le achaca haber colaborado con el antiguo régimen pro soviético-. El presidente Zeman también se define a sí mismo como un ferviente 'trumpista' y, además de suscribir las ideas ultra nacionalistas y anti inmigratorias del presidente republicano, recela de Bruselas como solución a los problemas checos y no duda en calificar a la prensa crítica como “idiotas”.

En 2003, Donald Rumsfield usó el término “nueva Europa” para referirse a los países de pasado comunista que se movían hacia la órbita pro-occidental, denotando un creciente escepticismo de Washington hacia sus aliados históricos en Europa -la Vieja Europa-. Más allá del fervor populista, el seguidismo irreflexivo o el culto a la personalidad, un repaso a la historia europea reciente demuestra que muchas de las ideas y políticas que Trump y la supuesta “nueva Europa” defienden no son tan nuevas.