“Sí, mi nombre es Mahmoud y estoy orgulloso de ser un musulmán estadonidense. Sí, doné sangre incluso a pesar de no poder comer o beber nada porque estoy ayunando en nuestro mes sagrado del Ramadán, igual que cientos de otros musulmanes que donaron hoy aquí en Orlando. Sí, estoy enfadado por lo que pasó anoche y toda la pérdida de vidas inocentes”. Así comenzó Mahmoud ElAwadi el mensaje que colgó en su cuenta de Facebook nada más donar sangre para los 53 heridos que había dejado la matanza de Orlando que lo pudieran necesitar, en la que fallecieron 49 personas víctimas de un ataque a la discoteca de ambiente LGTB Pulse. Un mensaje que se ha hecho viral y ha provocado que hasta la CNN lo entreviste.

Su historia es una lección de superación y gratitud. Nunca se rindió, ni siquiera cuando se vio sin tener dinero para darle leche a su hijo de seis meses. Tampoco cuando ese mismo pequeño llamado Mohamed tuvo el 75% de su cuerpo afectado por una leucemia a los nueve años. Sobrevivió gracias a las donaciones de sangre de desconocidos y ElAwadi quiso ayudar de la misma forma a quienes sobrevivieron al asesinato masivo llevado a cabo por Omar Mateen.

Su experiencia recuerda a la película de Will Smith y su hijo “En busca de la felicidad”, en la que el protagonista no consigue trabajo y es tan pobre que incluso acaba durmiendo una noche en el baño de una estación encerrado con su pequeño hasta que tras mucho empeño y esfuerzo acaba consiguiendo un puesto en una gran banca de inversión. Aquel largometraje estaba basado en una historia real que bien podría haber sido la de Mahmoud.

Al teléfono desde Orlando, reconoce a EL ESPAÑOL que aquella escena le tocó mucho cuando pudo ver la película. Él lo había vivido con su pequeño. “Tenía sólo seis meses y no podía comprarle leche. Era verano en Florida y él sólo lloraba”. Guarda silencio. “Aquel fue un momento en el que estuve a punto de rendirme”.

Mahmoud es egipcio y llegó a Estados Unidos en el año 2003. Tenía 31 dólares en su bolsillo, gastó 30 en un taxi y se quedó con una mano delante y otra detrás. No tenía ni familia ni amigos allí. Recuerda que le resultó extremadamente difícil encontrar trabajo. “El 11-S aún estaba muy reciente. La gente estaba furiosa y enfadada. Pasé una etapa muy dura intentando encontrar trabajo. Y cuando lo encontré, en una tienda, me amenazaron”.

Tuvo que leer pintadas sobre la pared del local diciéndole que se fuera por donde había venido, le enseñaron dónde ahorcaban a gente antiguamente… La situación se hizo tan insostenible que se vio obligado a enviar a su hijo de seis meses lejos de allí, a Tenesse, “lejos de Florida, cuando esto se convirtió en una locura”.

Pero lejos de guardar rencor, afirma que se pone en el lugar de quienes le hicieron la vida imposible y confiesa que “si el 11-S hubiera sucedido en Egipto, yo también habría estado furioso; sólo necesitaba una oportunidad para demostrar [a mis vecinos] que la mayoría de los musulmanes están en contra de ello, una oportunidad de enseñarles a un verdadero musulmán: el que de verdad cree en Dios, en la humanidad y en el mundo”.

Cuando en 2005 el huracán Katrina arrasó gran parte de Florida, la tienda donde trabajaba Mahmoud fue la única que no cerró en su zona. Se quedaron sin electricidad durante diez días, así que fui caminando, ayudé a los vecinos a conseguir comida y suministros para su casa. Aquello supuso un giro definitivo en su relación con sus vecinos y clientes. En el siguiente día de Acción de Gracias le llevaron unos 150 platos de pavo. “Ahora ya no me llaman 'redneck egipcio' [término antiguo despectivo para campesinos pobres] , sino 'cowboy egipcio'. La gente sólo necesita ver un gesto de amabilidad de tu parte cuando te necesitan”, comenta.

Su primeros tres años en Estados Unidos estuvo dando tumbos trabajando en todo lo que le salía: vendedor en tiendas, como friegaplatos, pintor de brocha gorda… de lunes a domingo. Sin parar. En sus primeros tres años en Estados Unidos sólo tuvo trece días libres. No podía permitirse más. Al principio estuvo a punto de rendirse y volver a Egipto, pero justo entonces supo que iba a ser padre y decidió seguir intentándolo.

“Creo en Dios. Sé que si trabajo duro, si trato a todo el mundo amablemente, sé que lo veré recompensado”.

Más o menos en aquella época se cruzó en su camino una mujer gestora en un banco que vio potencial en él y le puso a trabajar como banquero privado. Fue ascendiendo escalafones y batiendo récords de tal manera que primero le fichó Morgan Stanley y después se lo llevó Merrill Lynch. En la actualidad es vicepresidente de un área de salud en este banco de inversión estadounidense.

Nunca soñó con llegar tan lejos. “Cuando tuve un dólar en mi bolsillo, sólo quería tener cinco dólares más para comprarse un bocadillo del Subway [la cadena de comida rápida]”.

La sangre no tiene color ni religión ni orientación sexual… y no importa

“La sangre de las víctimas ni siquiera se había secado cuando [Donald Trump] salió intentando sacar partido político [a la tragedia] en lugar de centrarse en las familias de las víctimas, en apoyar a la comunidad LGBT, en unir al país”, reprocha al virtual candidato a la Casa Blanca de los republicanos, que anunció que no prohibiría las armas que en su opinión permiten protegerse de ataques así. “No mostró al líder que necesitaremos en una crisis”.

Sobre las lesbianas, gays, bisexuales y transgénero, que eran el objetivo de la matanza en Orlando, Mahmoud opina al ser preguntado que “todos somos seres humanos; a mí no me gusta que se me señale por ser musulmán y no creo que a la comunidad LGBT le guste ser señalada por ser una minoría”.

Es la lección que aprendió cuando su hijo Mohamed, que hoy tiene doce años, pasó por un tratamiento contra la leucemia que le consumía el cuerpo. Sucedió hace tres años. Con el 75% de su cuerpo afectado por el cáncer necesitaba dos transfusiones de sangre cada día “sólo para sobrevivir”.

“Esa sangre no tenía una etiqueta con la religión, nombre, color, pasado, ideología política u orientación sexual del donante. No lo tenía. Ni importaba. Lo único que me importaba era que mi hijo volviera a caminar”. Hoy Mohamed es un chico sano y su padre se siente en deuda con la gente de Orlando.

Cuenta que le había educado él solo durante seis años, tras divorciarse de su primera mujer cuando el pequeño tenía 3 años. Incluso un día que debería haber sido feliz en su vida, el de su boda con su actual mujer, Mariam, estuvo empañado por los difíciles momentos que atravesaba con su hijo. Se casaron en el hospital tras el primer tratamiento de quimioterapia al que fue sometido Mohamed. Ahora tienen también una pequeña de 3 años llamada Habiba.

No hemos hecho un buen trabajo luchando contra aquellos que han secuestrado nuestra religión

Cuenta que cuando acudió a donar sangre tras la masacre en su ciudad -así es como la siente- pensó que necesitaba que más amigos, necesito a más gente de “su comunidad” fuera allí y donara. Describe maravillado cómo terminaron animándose mujeres musulmanas que llevan velo y tenían miedo de salir de sus casas por posibles ataques al ser identificadas como musulmanas. “Fueron, donaron y pusieron una tienda para entregar comida y zumos” a los donantes para reponer fuerzas.

Pero también se confiesa enfadado con “su propia gente”: “No hemos hecho un buen trabajo luchando contra aquellos que han secuestrado nuestra religión”. Cree que los musulmanes en el mundo entero deberían estar “más implicados con las comunidades locales”. “Si cada musulmán hablara con sólo diez personas, el mundo sabría que sea quien sea quien lleva a cabo estos ataques no pertenece al islam”, propone y subraya la naturaleza pacífica de su fe.

Lamenta que los musulmanes tengan que pagar el precio del terror de quienes dicen actuar en nombre del islam por partida doble: como otro ciudadano cualquiera afectado por un ataque y como practicante del islam igualado por algunos a los terroristas. “Tenía miedo por mi vida, por mi mujer, mis hijos, como cualquier otro en Orlando. Estaba furioso porque hubiera sucedido en mi ciudad… Y mientras tanto pagamos el precio de que se etiquete a 1.600 millones de musulmanes en el mismo saco [SIC]”.

“Orlando es mi casa, aquí nacieron mis hijos y están siendo educados. Esto es nuestra casa, éste es nuestro país”, declara quien se siente ahora más en casa en su lugar de acogida que en su Egipto natal. Ahora agradece tener un techo sobre su cabeza, comida para sus hijos y poder permitirse ayudar a otros seres humanos. “Eso es todo lo que necesito”.

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