Lesbos, Grecia

"Me ha tocado esperar una semana para comprar el billete. Han pasado muchos días", dice lrim. Esta joven refugiada siria de 26 años lo ha tenido difícil a la hora de conseguir un billete para viajar en barco hasta Atenas. Ella, como miles de refugiados que se encuentran en la isla griega de Lesbos, quiere salir de aquí. Pero con la frontera de Grecia con Macedonia cerrada y una presión migratoria creciente en el país heleno, salir de esta isla se ha convertido en una difícil misión.

Hasta ahora para refugiados y migrantes económicos este lugar era la puerta que debían cruzar para alcanzar el continente europeo desde Turquía. En los últimos seis meses, esta pequeña isla turística ha servido para que, por un lado, miles de personas que huyen de los conflictos puedan entrar a Europa. Y, por otro, para aquellos que buscan mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, ahora corren el riesgo de quedar atrapados en Lesbos.

Durante la última semana, las autoridades portuarias han establecido medidas restrictivas que impiden a los refugiados salir de la isla nada más llegar. La primera ha sido poner un límite en la venta de billetes para refugiados, conteniendo así su salida y haciendo que los campos de refugiados se encuentren aún más masificados. De este modo, en cada ferry tan sólo pueden viajar de 230 hasta 300 refugiados. Si el ferry sale de Lesbos y pasa por la isla Chios, entonces se pueden recoger hasta 600 personas como máximo. Sin embargo, la capacidad mínima de cada barco operando en la isla ronda los 1.400 pasajeros, según la información publicada en la página web de la empresa Blue Star Ferries. Por otro lado, la segunda restricción ha sido reducir a la mitad el número de barcos que salen hacia Atenas o Kavala, principales destinos elegidos.

Irim no sabe la razón por la que ha tenido que esperar siete días para comprar el pasaje. "Cada vez que iba a comprar las compañías decían que no había billetes", comenta frustrada. Esta joven siria salió de Alepo, no quiere decir desde hace cuánto, pero ahora va en busca de un lugar seguro en Europa.

La razón por la que Irim ha salido tan tarde de la isla es porque “hay tres días festivos en el país durante esta semana”, según Georgio Kiritsi, portavoz del equipo que coordina la crisis de refugiados del Gobierno central. En palabras del portavoz, limitando la salida de refugiados se “facilita” el movimiento de todas las personas que viajan de un lado a otro y de isla en isla en esta época. Pese a que asegura que estas barreras son temporales, desconoce la fecha exacta en la que serán levantadas.

Mientras Irim se encuentra sentada en uno de los bancos del paseo marítimo de Mytilene, una ciudad situada al este de la isla, explica que salió de Siria con su familia. Sin embargo, a medida que va ganando confianza desvela que, en realidad, viaja junto a una pareja de jóvenes sirios que ha conocido por el camino. No tiene a nadie de su familia a su lado, por eso, decidió unirse a ellos y así sentirse más segura y menos sola en el momento más peligroso de este viaje, cruzar el mar Egeo. Hoy volverá a estar sobre el mar, pero de una manera distinta, en un ferry seguro para ella y rumbo a Atenas. Su billete lo consiguió una semana atrás por el cual pagó 45 euros. "Sólo los adultos pagamos el billete, el bebé [de la pareja] no paga", especifica.

El tiempo que ha pasado desde que llegó en bote a Grecia desde Izmir, ciudad de Turquía que se encuentra frente a las costas de Lesbos, ha sido demasiado largo. "Las cosas han cambiado mucho desde que llegué", lamenta, en referencia al estado de las fronteras. Muy segura de sí misma explica que en cuanto se baje del barco se irá a Alemania. "Only me", enfatiza (“Solo yo”). Aunque la frontera greco-macedonia se encuentra cerrada y cruzar se ha puesto muy difícil incluso para refugiadas como ella, no lo duda, y dice: "Cuando llegue a Atenas seguiré mi camino".

Tensión y desesperación in crescendo

Cuando Irim está terminando de contar su historia, cerca de ella, al lado del Blue Sea— el hotel más grande y lujoso de la zona— sucede un pequeño incidente. Un hombre saca a empujones de una agencia de viajes a otro: "No vuelvas", le espeta. Una de las trabajadoras, M. Pittara, explica lo sucedido: dos refugiados han discutido por quién ha llegado antes a la fila para comprar un billete de barco. El dueño fue el que intervino mientras estaban discutiendo y, para poner fin al problema, sacó a uno de ellos de la agencia.

La tensión y desesperación por conseguir salir de la isla va creciendo. A última hora de la tarde, los refugiados se agolpan en las oficinas para conseguir cuanto antes y lo más barato posible su billete. Las agencias más visitadas son las que se encuentran frente al paseo marítimo, con preciosas vistas al mar y Turquía al fondo, siempre presente. "Esta personas que ves aquí están esperando para comprar un billete y salir el próximo martes. No es para hoy. Los tiques están agotados hasta el próximo 15 de marzo", especifica Pittara. "Si se quedan sin billete, tienen que comprar el del día siguiente".  Esta griega de 42 años, que lleva toda su vida viviendo en la isla, confiesa que desde hace una semana tiene que decir a muchos refugiados que no hay billetes. "Antes compraban el billete y se iban incluso el mismo día", afirma.

Desde que las costas de Turquía empezaron a escupir vidas a bordo de un bote, la demanda de los billetes empezó a subir y a subir. Así fue como las agencias espabilaron e hicieron su negocio particular. Colgaron carteles ilustrativos en sus escaparates escritos en árabe en los cuales se indicaban las posibles rutas que se pueden tomar si uno es refugiado. Algunas no solo ofrecían el billete en barco sino también un bus hacia el campamento de refugiados creado en Idomeni, situado entre Grecia y Macedonia donde malviven 13.000 personas al raso. A día de hoy,  el acuerdo entre la UE y Turquía, basado en devolver al país vecino a cualquier persona que haya entrado de manera ilegal sea refugiado o no, no ha frenado en absoluto a  las compañías, que siguen vendiendo sus billetes.

Una joven trabajadora que gestiona la venta de los billetes de ferry de empresas como Helenic Seaways y Blue Stars cuenta que son las propias compañías las que han programado las ventas de los tiques desde que se puso un tope. "El limite está en el sistema [informático]", explica mientras señala con una mano los ordenadores desde la puerta. Además, para comprar los billetes es necesario mostrar la documentación de modo que si una persona no es refugiada no puede viajar.

"Hay demasiados refugiados. No podemos transferir a miles de migrantes"

Ante esta situación Chara, una de las encargadas del control de migrantes en el puerto marítimo de Mytilene en Lesbos, explica: "Hay demasiados refugiados. No podemos transferir a miles de migrantes. Estamos intentando transferir menos ahora". Y añade, "Pyreus está abarrotado, las plazas de Atenas están abarrotadas, la frontera en Idomeni está cerrada. Por eso transferimos menos".

Estas estrictas medidas ya fueron anunciadas por Thodoris Dritsas, ministro griego responsable de la guardia costera, el pasado mes de febrero. Aquel día también aseguró que el número de ferris también disminuiría. Ha cumplido su palabra. Rebeca, voluntaria dentro del equipo de rescate de las costas de Lesbos y dueña de una agencia de viajes, asegura que los ferris que transportaban exclusivamente a refugiados se han acabado, de este modo han quedado en circulación tan sólo la mitad de los barcos. Además, un trabajador de la agencia griega Aeolian, situada en la calle principal del puerto, cuenta que ya no se venden billetes con destino a Kavala, si eres refugiado.

De estos límites también son conscientes los propios trabajadores del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Patricio cuenta que los ferris extra que se habían establecido para transportar a todos los refugiados desde la isla se han cancelado y que, efectivamente, hay un límite para ellos en cada navío.

Así comienza la acogida a refugiados en Lesbos

En cuanto llega un 'dinghy' (“bote”), como se dice en la isla, tanto el equipo de rescate como médicos y voluntarios se ponen manos a la obra para salvar vidas. Entre todos hacen un pasillo y tratan de sacar primero a los niños, después viene el resto. Todos en fila. Primero están los que mantienen la barca cogida por los lados para que ésta no se vuelque, después los médicos y enfermeros que atienden a quienes llegan peor y, finalmente, se encuentran los voluntarios que ayudan a los refugiados a sentarse sobre las mantas que han puesto en la costa.

Una vez en tierra, todos colaboran en dar una primera asistencia a los recién llegados: agua, comida, ropa seca y algún que otro abrazo efusivo. Después, llega Patricio y su autobús de Acnur. Él se encarga de transportar a los exhaustos viajeros desde las costas hasta el campamento de Moria, un campamento de refugiados situado al sur de la isla, donde deben pasar el control de las fronteras de la Unión Europea (Frontex). Este bus no sólo transporta a los refugiados que desembarcan en las costas sino que también a los que llegan al puerto marítimo, personas cuyos botes han sido interceptados en alta mar o bien por la guardia costera de Grecia o bien por el barco de Frontex.  

Cientos de chalecos salvavidas tirados tras usarlos para llegar a Lesbos. Alexander Koerner Getty Images

Con estos obstáculos no sólo Irim se ha visto afectada. Dentro del puerto de Lesbos, a cinco minutos del paseo marítimo, hay una familia siria que se está preparando para coger un barco rumbo a Atenas. El padre, quien prefiere mantenerse en el anonimato, cuenta que se ha gastado en total 145 euros. Uno, cuatro y cinco, indica con los dedos de una mano. Lo mismo hace para decir cuánto le ha costado a cada adulto: cuatro, ocho. 48 euros por persona. Y para indicar cuánto le ha costado el billete para su hija de nueve años y su hijo de siete dice "half" (“mitad”). Se hace entender como puede y consigue contar que esperó cuatro días para comprar el billete. Ahora se encuentra ya en Atenas. Quiere llegar a Alemania.

Conseguir billete es una odisea, pero a quienes no tienen dinero ni siquiera les queda esa opción

Todas estas personas se han costeado el billete ellos solos. Grecia aparentemente, no asume el coste del traslado hacia las principales ciudades del país. Un portavoz del puerto de Mytilene, Lesbos, quien prefiere no decir su nombre, cuenta que los refugiados son los que van directamente a comprar sus billetes a las agencias de viajes y que ellos ni les pagan el billete ni les dan dinero para comprarlo. Una versión respaldada también por el portavoz del equipo griego de coordinación de la crisis de refugiados.

En medio de esta problemática, hay quienes no tienen opción de salir de la isla y se encuentran varados en ella. Son jóvenes y casi en su totalidad hombres, que proceden de Pakistàn, Irán, la India o Bangladesh. Todos ellos han llegado a Europa en un bote, pero no pueden coger un barco porque si enseñan sus papeles pueden ser deportados. Son migrantes económicos, no refugiados. Personas que, aunque no huyen de un conflicto armado como tal, han salido de su país para mejorar sus condiciones de vida.

Amin vino con sólo 13 años desde Pakistán

Durante el día muchos se encuentran vagando por el puerto  en grupos de cinco o seis personas y otros están repartidos en los campos no oficiales. De hecho, en el oficial, situado al sur de la isla, en Moria, tampoco pueden ir porque deben pasar el control de fronteras de la Unión Europea, Frontex.

Por miedo a ser devueltos a su país, muchos se van al campamento de al lado, Better days for Moria (Mejores Días para Moria), levantado sobre un campo de olivos en noviembre de 2015. Aquí, hay menores de edad como Amin, que con tan sólo 13 años salió de Pakistán acompañado de sus amigos Gmaan, de 26 años y Hamza, de 19. Todos ellos salieron desde Pakistán hasta Irán en tren y coche.

Después, atravesaron el país y cruzaron la frontera con Turquía. El momento del agua fue el más peligroso y lo recuerdan perfectamente: "windy, windy" (‘con viento’), no paran de repetir. Los tres han tardado seis meses en llegar a las puertas de Europa y llevan 20 días atrapados en ella. No han conocido otro lugar del Viejo Continente. Lo único que pueden hacer es esperar y, como mucho, protestar pacíficamente a favor de que se abran las fronteras para ellos también.

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