Majed no pierde de vista el Mediterráneo. Ese mar que ya se ha llevado la vida de al menos 410 personas (fallecidos o desaparecidos) en lo que va de año y que sigue trayendo noticias de trágicos naufragios a las puertas de la Unión Europea. Poco le importa a este sirio ahora en Turquía que los Veintiocho hayan acordado con Ankara devolver a sus compatriotas si no llegan por vías legales a Grecia u otro país de la UE.

El joven reconoce que es un tipo con suerte. Se siente agradecido, porque él está en Turquía con permiso de trabajo y con posibilidades de futuro, pero en agosto caducará su pasaporte sirio y la embajada en Estambul no le ha dado cita para renovarlo hasta octubre. Un impasse que le dejaría en situación de ilegalidad, no le permitiría seguir trabajando y -de seguir en Turquía- tendría que abrir los trámites para ser refugiado. Pero no quiere. “En cualquier sitio, menos en Turquía”, asegura a EL ESPAÑOL por teléfono desde Gaziantep, una localidad del sur de este país, en la frontera con Siria.

Explica que no quiere ser un refugiado, tampoco quiere someterse a las limitaciones de movimiento que tienen los refugiados en Turquía. Quienes están en un campamento de refugiados deben permanecer en él, por ejemplo. También deben obtener permiso para moverse de una ciudad a otra. Majed reconoce que el estatus de refugiado en Turquía da derecho de acceso a atención sanitaria y a la escolarización, entre otros asuntos.

Teme, al igual que otros sirios de su entorno en Turquía, que de alcanzarse un alto el fuego duradero en Siria, les obliguen a retornar a su país. “Aún con un alto el fuego, no corren buenos tiempos para estar en Siria”, afirma. Cree que Turquía, que acoge a más de 2,5 millones de refugiados, se quiere deshacer de ellos. No tiene las mismas críticas para la Unión Europea que cada vez cierra más sus puertas.

Su primera opción ahora es tramitar un visado para irse a vivir al Kurdistán iraquí con su novia, que ya está allí. La ONG para la que trabaja está ayudándole a realizar los trámites y le podría ofrecer trabajo allí, pero nada es seguro. Otra opción es obtener un visado “hacia algún lugar”. O tratar de estudiar en una universidad turca.

“Si pierdo los papeles, no tengo más opción que hacer el viaje”

Tampoco descarta lanzarse al Mediterráneo y atravesar el Egeo hasta Grecia. Ya pensaba en esta posibilidad antes del nuevo acuerdo entre la UE y Bruselas y no ha cambiado de opinión. Y eso que es plenamente consciente de que significaría poner en riesgo su vida. “Tengo algunas opciones. Aún así, tengo en mente [la posibilidad de] esa locura de viaje”, reconoce. “Si fuera sólo yo, preferiría ir a la Unión Europea. Pero como quiero formar una familia, quiero intentar ir a la Región del Kurdistán iraquí [y reunirme] con mi novia. Pero más adelante, [querría ir] a Europa. No podemos vivir en estos países”.

“Si no puedo trabajar o estudiar aquí, tendré que hacer ese viaje. No hay otra opción. Estar en Turquía y trabajar por un salario mínimo… no puedo hacer eso. Al menos tendría un montón de amigos y familiares fuera que me podrían ayudar”, apunta. En Alemania está la mayoría. Allí vive un tío suyo desde hace 25 años. En Dinamarca y Suecia también tiene a otras personas de su entorno, que son refugiados.

“Sería la última opción. No es algo que quiera hacer mañana. Pero si pierdo mis papeles, lo pierdo todo. Muchos amigos se están enfrentando a lo mismo. Si no pasa, tenemos que encontrar la forma. No sé, quizá conseguir identificaciones falsas”, aventura.

“Si no me hubiera marchado, habría tenido que entrar en el Ejército”

A Majo le gusta que le llamen por este diminutivo de su infancia (pronunciado como el mes) aunque ya tenga 26 años. Licenciado en filología inglesa, este kurdo-sirio renunció a finalizar su especialización en didáctica en la Universidad de Alepo para huir antes de que el Ejército sirio lo llamara a filas. Se le iba a agotar la prórroga para no realizar el servicio militar gracias a sus estudios y no quiso esperar a que llegara el momento.

“Nunca imaginé estar fuera de Siria por ninguna razón antes de la guerra. Sin embargo, llegué a un punto en el que no podía continuar con mis estudios universitarios por culpa de mi plazo [para cumplir el] servicio militar. Normalmente es a los 18, pero podemos posponerlo anualmente por estudios”, explica. “Ese año estaba inscrito en el segundo semestre de una diplomatura sobre didáctica. Si hubiera terminado, habría tenido que entrar en el Ejército, lo que era una idea horrible”.

Llegó a Turquía hace dieciocho meses, pasando un control fronterizo con sus papeles en regla y antes de que “empezara a ser realmente complicado para los sirios”. Eso sí, antes pudo pasar unos días en su pueblo para despedirse de sus seres queridos. En plena guerra, abandonó Alepo después de años sin moverse de este bastión rebelde, hoy bajo un alto el fuego relativo ante el asedio del Ejército de Bashar al Asad y los bombardeos rusos que lo apoyan.

“Intenté despistar al miedo contando los puestos de control”

“Era realmente peligroso moverse. Estaba súper nervioso y tenía mucho miedo. Intenté entretenerme contando los puestos de control”, comenta. Desde Alepo hay 90 kilómetros hasta su pueblo, en la provincia norte de Afrin, pero con la carretera cortada el autobús tuvo que dar tal rodea que acabaron recorriendo unos 400 kilómetros para llegar. Y pasar por más de 50 puestos de control del régimen y distintos grupos. Revisaban su “cuaderno militar” para saber qué hacía un hombre en edad de combatir que no estaba en el frente. Menos mal que aún continuaba en marcha el curso que lo salvaba de ir a la guerra.

Antes de partir a Turquía, se despidió de sus familiares y amigos. “Y sí, hicimos una barbacoa deliciosa :-)”, recuerda dibujando una sonrisa con el teclado a través de internet. Aún en su pueblo se había puesto en contacto con amigos y familiares que ya vivían en Turquía y le habían puesto sobre la pista de una vacante en una ONG. Partió sabiendo que al otro lado de la frontera le esperaba -casi seguro- ese puesto de trabajo.

Tuvo que esperar dos días en la frontera hasta que por fin le llegó el turno para cruzar, pues aunque las autoridades turcas por entonces no ponían impedimento, sí había un cupo. Ya en Turquía, después de cuatro días comenzó a trabajar para la ONG con la que aún hoy continúa, una organización que se dedica a la consultoría de seguridad para otras ONG sobre el terreno sirio, de forma que se puedan mover por el cambiante terreno en la guerra de los mil frentes.

Majo ya no es el que era. “Por su puesto que he cambiado, como cualquier otra persona habría hecho en mi lugar”. Pasa la mayor parte del tiempo solo o en el trabajo. Se ha vuelto más tímido y calmado, menos enérgico y menos creativo, admite. “Mi única preocupación es simplemente tener la sensación de haberme asentado”.

Mientras su familia continúa en Siria, la alegría se la trae estos días la espera del nacimiento de un sobrino. “A pesar de todo, me siento encantado. ¡Espero convertirme en tío esta semana! Mi hermana está a punto de traer al mundo a un precioso niño”. Otro asunto es cuándo podrá conocer al pequeño en persona.

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