Bruselas

La reivindicación por parte de Reino Unido de un encaje especial en la Unión Europea no es algo nuevo. Tampoco la celebración de un referéndum sobre la pertenencia de Londres a la Unión. Desde que empezó a funcionar la Comunidad Económica Europea en 1958, los británicos han mantenido una actitud ambivalente hacia sus socios comunitarios y siempre han marcado distancias respecto al proyecto de integración europea. Ésta es la historia de desamor entre la Unión Europea y Reino Unido en seis pasos:

1958: Le invitan a entrar y Londres dice no

Los seis países firmantes del Tratado de Roma (Francia, Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo) invitan a Reino Unido a las negociaciones previas para crear un mercado común. De hecho, el Gobierno conservador de Anthony Eden llegó a enviar a un representante a las conversaciones durante 1955, aunque se retiró ese mismo año. No le convencía el proyecto de aplicar un arancel exterior, que perjudicaría a su comercio con sus socios de la Commonwealth. Y desconfía del propósito de integración política. Pero no se contenta con distanciarse, sino que intenta boicotear el proyecto de sus socios continentales con un plan alternativo: la creación de una zona de libre cambio entre los 19 países de la Organización Económica de Cooperación Económica, antecedente de la OCDE.

El sabotaje británico fracasa. El Tratado de Roma se firma en 1957 y la Comunidad Económica Europea empieza a funcionar el 1 de enero del año siguiente. Londres pierde la oportunidad de modelar la nueva organización a su imagen y semejanza y deja el liderazgo en manos de Francia. Pero su respuesta no se hace esperar. En 1960, impulsa la creación de la Asociación Europea de Libre Cambio, en la que en un primer momento se integran Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza, Austria y Portugal. Europa queda dividida en dos bloques comerciales: uno, a seis y el otro, a siete.

1961: Quiere adherirse, pero Francia le veta (dos veces)

La delegación británica en la apertura de negociaciones para entrar en la UE en 1961. Marcelle Jamar/Comisión Europea

El éxito económico de la recién creada Comunidad Económica Europea (CEE) contrasta con el declive británico. Londres ya no quiere quedarse al margen de las decisiones de los principales países europeos. El comercio con los países de la Commonwealth disminuye y los intercambios con el continente ganan peso. El nuevo primer ministro conservador, Harold Macmillan, pide entrar en la CEE en julio de de 1961. Le siguen Irlanda y Dinamarca. Las negociaciones avanzan con dificultades durante los meses siguientes. Pero en enero de 1963 salta la sorpresa. El general y presidente francés Charles de Gaulle rechaza el ingreso de Londres.

En una famosa rueda de prensa, De Gaulle alega que Reino Unido es un país “insular” y “marítimo” cuya naturaleza “difiere profundamente” de sus socios continentales. El presidente galo desconfía de la voluntad británica de asumir las reglas del club comunitario y cree que Londres es en realidad un caballo de Troya enviado por Estados Unidos para dinamitar desde dentro el proyecto europeo. El siguiente primer ministro británico, el laborista Harold Wilson, vuelve a la carga y presenta de nuevo su candidatura en mayo de 1967. Pero el resultado es el mismo: un nuevo veto de De Gaulle en noviembre de ese año.

1975: Consigue entrar y convoca un referéndum para salirse

Habrá que esperar a la dimisión del general De Gaulle en 1969 para que se desbloquee la adhesión de Reino Unido. El Gobierno conservador de Edward Heath cierra el acuerdo y el Parlamento británico lo aprueba en octubre de 1971 por 358 votos a favor y 246 en contra. La votación pone ya de manifiesto las divisiones que provoca la pertenencia a la CEE, incluso dentro de cada partido. Finalmente, Londres entra el 1 de enero de 1973, junto con Irlanda y Dinamarca.

Desde el primer momento, sus socios le acusan de mantener una actitud distante y obstruccionista. Y se agrava la fractura en la opinión pública británica sobre los beneficios y las desventajas de la adhesión. El nuevo Gobierno laborista de Harold Wilson reclama de inmediato renegociar las condiciones de adhesión, como ahora ha pedido Cameron. Exige, en particular, reducir la aportación británica al presupuesto comunitario. Al igual que ocurre ahora, sus socios acceden a la mayoría de sus pretensiones para que Reino Unido se quede. El acuerdo se somete a referéndum el 5 de junio de 1975. Tanto Wilson como la nueva líder conservadora, Margaret Thatcher, piden el sí, que gana con el 67% de los votos.

1979: “Quiero que me devuelvan mi dinero!”

Thatcher, en la foto de familia de la cumbre de Fontainebleau de 1984 Gino Zamboni/Comisión Europea

Tras su llegada al poder, Thatcher relanza la campaña para disminuir la contribución de Reino Unido a las arcas comunitarias. Se queja de que Londres paga al presupuesto europeo más de lo que recibe. La mayor parte de las ayudas se destinan a los agricultores, lo que apenas beneficia a los británicos. En la cumbre de Dublín de noviembre de 1979, la primera ministra lanza a sus socios una de sus frases más famosas: “¡Quiero que me devuelvan mi dinero!”

Las reivindicaciones de Thatcher abren una crisis de cinco años en la Comunidad Europea de constantes enfrentamientos entre Reino Unido y Francia y Alemania. El conflicto no se resolverá hasta la cumbre de Fontainebleau, en junio de 1984. Allí, la primera ministra logra el famoso cheque británico, que sigue vigente, y convierte a los franceses y sobre todo a los alemanes en los principales contribuyentes netos al presupuesto comunitario.

1992: Un traje a la medida diferente al resto

Tony Blair, en su primera cumbre europea en 1997 Jean Guyaux/Comisión Europea

El cheque británico será la primera de las derogaciones especiales que logra Reino Unido. A partir de aquí, Londres empieza a diseñarse su propia Europa a la carta y no participa en aquellas políticas que no le interesan. Durante la negociación del Tratado de Maastricht, firmado en 1992 y por el que se crea la Unión Europea, el entonces primer ministro John Major consigue una excepción para quedarse fuera del euro, a la que luego se sumará Dinamarca. Son los dos únicos estados miembros (de los actuales Veintiocho) que no tienen la obligación de adoptar la moneda única.

Reino Unido e Irlanda son también los dos únicos países de la UE que se quedan fuera del espacio sin fronteras Schengen cuando éste se incorpora a la legislación comunitaria en el Tratado de Ámsterdam de 1997, y eso que ya había llegado al poder el laborista Tony Blair, uno de los primeros ministros más proeuropeos. Londres tampoco participa en las políticas de Justicia e Interior, junto con Irlanda y Dinamarca, y logra una derogación para la Carta de Derechos Fundamentales, incluida en el Tratado de Lisboa de 2007.

2013: ¿Hacia el Brexit?

David Cameron y el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker Etienne Ansotte/Comisión Europea

El último episodio en el camino hacia el Brexit se inicia en enero de 2013 con un discurso del actual primer ministro británico, David Cameron. La crisis de deuda ha aumentado la desconfianza británica hacia la UE y el sector euroescéptico del partido conservador presiona a Cameron. El primer ministro promete que si es reelegido en 2015, renegociará de nuevo la posición de Reino Unido dentro de la Unión y convocará un referéndum a más tardar en 2017.

Los conservadores logran de manera inesperada la mayoría absoluta y el 10 de noviembre del año pasado, Cameron envía a sus socios europeos su lista de demandas para quedarse en la UE.

Tras el acuerdo de este viernes, el primer ministro británico convocará la consulta probablemente para el 23 de junio. El promedio de encuestas que publica el diario británico The Telegraph da un resultado muy ajustado: el 51% de los británicos apuestan por quedarse, mientras que el 49% quiere irse.

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