Congelar los alimentos es una de las costumbres más arraigadas en España. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), es un método seguro de conservación que prolonga su vida útil y a su vez contribuye a reducir el desperdicio alimentario y, siempre y cuando se realice correctamente, "la congelación no supone la pérdida de nutrientes".
Esta última afirmación es clave, ya que con ella entendemos que congelar los alimentos no solo es práctico, sino que en algunos casos este proceso puede aportar beneficios adicionales para la salud. Tal y como indican desde la AESAN, "si los alimentos se mantienen a temperaturas constantes de -18 °C o inferiores, se inactivan los microorganismos que los alteran y que pueden provocar enfermedades".
Mientras que en el caso del pescado, la congelación es indispensable para eliminar parásitos como el anisakis, en otros alimentos como el pan, su estructura se modifica y se vuelve más beneficiosa. Su contenido de almidón, presente en la harina de trigo, experimenta un proceso de retrogradación, lo que significa que se convierte en una "especie de fibra" que el intestino no puede absorber por completo.
Los beneficios de congelar el pan
Según el informe del consumo alimentario en España de 2022, de media, cada español consume aproximadamente unos 27,94 kilos de pan al año. Una práctica que, a pesar de ser muy popular, no siempre se realiza de la forma que nos gustaría: optamos por opciones menos saludables o, tenemos tan poco tiempo que recurrimos a congelarlo y nos perdemos la ventaja de comerlo calentito.
Sin embargo, lejos de lo que podamos pensar, congelar el pan ofrece importantes beneficios para la salud. La clave de ello radica en su composición, ya que la harina de trigo está compuesta en aproximadamente un 80% de almidón. Al congelarlo, el almidón experimenta un proceso de retrogradación, lo que significa que su estructura cambia y se convierte en una "especie de fibra" que el intestino no puede absorber por completo.
La modificación de la estructura del almidón presente en el alimento impacta positivamente en diversos aspectos del organismo, como el metabolismo, los niveles de azúcar en sangre y la salud intestinal, tal y como explica la farmacéutica Helena Rodero.
Uno de los principales beneficios de congelar el pan es la reducción de su índice glucémico. El índice glucémico es una medida que indica la rapidez con la que un alimento eleva la glucosa tras ser ingerido. Cuando congelamos el pan y luego lo descongelamos, se produce una transformación en los almidones, que se vuelven más resistentes a la digestión rápida.
Esto significa que el pan liberará su energía de forma más lenta y gradual, evitando los picos bruscos de glucosa que suelen asociarse con productos ricos en carbohidratos refinados. Como resultado, este efecto también contribuye a una menor carga glucémica, lo que favorece una mejor gestión de la energía y una mayor sensación de saciedad.
Esta situación la vemos también en otros alimentos como el arroz, las patatas, los cereales o el trigo. "Si una vez que ya están cocidos, los enfriamos, por ejemplo, dejándolos unas horas en la nevera, el almidón sufrirá un nuevo cambio en su estructura y las moléculas que lo forman se recolocan", explica Boticaria García, "Este hidrato recolocado no se puede digerir o al menos no del todo y se llama almidón resistente porque resiste a la digestión".