Actrices, cantantes, empresarias, abogadas… con carreras de éxito piensan que son un fraude, que no son lo suficientemente buenas. Jennifer Lopez, la cantante que ha vendido más de 70 millones de discos, o Sheryl Sanberg, directora de operaciones de Facebook, son algunas de las mujeres que sufren el síndrome de la impostora.

“Este consiste en percibir que los éxitos laborales o académicos obtenidos son fruto únicamente de la suerte del azar, en lugar del esfuerzo y del trabajo de la propia persona. Esta percepción genera una sensación de estar ‘engañando al entorno’, así como miedo al fracaso y a ser descubierto como un ‘fraude’, inseguridad y un sentimiento de incompetencia al percibir que no se es capaz de alcanzar las expectativas que los demás tienen sobre uno mismo”, explica la psicóloga Inés Laso Castelo (Activa Psicología y Formación).

El síndrome aparece con más frecuencia en mujeres que hombres. Sobre todo en mujeres con una historia de éxito laboral y/o académico.

Las mujeres perciben que sus logros se deben a factores externos

Según explica la psicóloga Laso, puede estar relacionado con los estereotipos de género y con la diferente socialización de hombres y mujeres.

El liderazgo, la iniciativa en la toma de decisiones y la asertividad son algunos atributos que se asocian al estereotipo masculino. Son ellos la mayoría de los referentes que podemos encontrar con dichas características.

Este factor puede hacer que las mujeres con puestos directivos o con éxitos en su carrera laboral perciban que sus logros se deben más a factores externos que a sus propias capacidades, puesto que estas cualidades no forman parte del estereotipo de género femenino.

David Dunning, psicólogo estadounidense y profesor en la Universidad de Cornell, apunta que sus alumnos con notas bajas se expresan con un "uf, es un curso muy difícil", lo que se conoce como una atribución externa. Sin embargo, las chicas dicen "no soy lo bastante buena".

Bajo autoconcepto y baja autoestima

Las mujeres que padecen el síndrome de la impostora suelen tener un bajo autoconcepto, imagen que tenemos sobre nosotros mismos, y una baja autoestima, evaluación que hacemos sobre nuestras cualidades. Por tanto, estos son dos conceptos clave en los que trabajar con el fin de que la persona comience a atribuir sus logros a sus propias cualidades.

“El síndrome también se puede asociar a una elevada autoexigencia, perfeccionismo, sentimiento de culpa y síntomas de ansiedad, otros factores que deben trabajarse. Asimismo, podría ser necesario una parte de psicoeducación en estereotipos y roles de género en la intervención con mujeres, para que puedan entender mejor cómo el factor género les puede afectar en esta problemática”.

Detectarlo

El síndrome del impostor se puede detectar, según Laso, en personas con dificultades para aceptar cumplidos o felicitaciones por sus logros; verbalizaciones negativas sobre sí mismas o sus logros, a los que consideran cuestión de suerte; expectativas de fracaso y sentimientos constantes de inseguridad e incompetencia.

Pero esto se puede prevenir trabajando desde la infancia en el correcto desarrollo de la autoestima, favoreciendo el desarrollo personal y emocional. Además, la práctica diaria de técnicas de relajación o mindfulness puede ser de gran ayuda en el manejo de síntomas de ansiedad y pensamientos negativos sobre uno mismo asociados al síndrome.

El caso de Michelle Obama

Un ejemplo de mujer influyente que reconoció haber sufrido el síndrome de la impostora es Michelle Obama. En una escuela a rebosar del norte de Londres durante la gira de presentación de su libro Mi historia, que aún tenía síndrome de la impostora.

Michelle Obama en un evento. Reuters

“No se acaba nunca, ni siquiera en este instante en que ustedes me van a escuchar; no me abandona este sentimiento de que no deberían tomarme en serio. ¿Qué sé yo? Lo comparto con ustedes porque todos dudamos de nuestras capacidades, de nuestro poder y de qué es ese poder”, lanzó.

En una entrevista para Vogue explica que las mujeres llevamos tanto tiempo escuchando que nuestro sitio no está en el aula, en la sala de juntas o en cualquier espacio donde se toman grandes decisiones que, cuando conseguimos llegar a esos sitios, no paramos de cuestionarnos una y otra vez. 

"Lo que más me ha ayudado es recordar que las peores críticas vienen siempre de nosotras mismas. (...). La única manera que tenemos de crecer es dejar atrás los miedos y fomentar la confianza en que nuestras voces e ideas son valiosas". 

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