"Cuando todo esto acabe y todo vuelva a la normalidad, no te vas a librar de un súper abrazo". Este mensaje de aviso lo escribió el pasado 27 de marzo Rocío, que junto a Borja se convirtió en madre de familia numerosa: a Eiden se suman los mellizos Kilian y Elaia. El achuchón es para una matrona.

No una cualquiera. Lola Iglesias Vilas, de 61 años, que empezó en el oficio con 21, tiene una larga lista de muestras de cariño que a buen seguro recibirá en cuanto esté permitido.

A los pequeños Senande Sánchez, que llegaron tan juntos, no los olvida. Como a ninguno. El niño nació en cefálica y su hermana en podálica. No fue por cesárea. "Y sí muy bonito", cuenta Lola a Efe, pese a coincidir el doble parto con un momento en el que no puede tener cercanía física con las mamás. Los nombres de ambos tienen un bello significado, pues son guerrero y primavera.

"El momento del parto me apasiona", confiesa una veterana que se conmueve ante esa manifestación del vivir y que nunca antes se hubiese imaginado tomando distancia. Es la pandemia la que obliga. Aunque lo que sí no impide la crisis sanitaria es que en esa esfera tan íntima haya sonrisas y complicidades. Y llamadas con vídeo con los abuelos. Son las nuevas maneras.

"La maternidad es la mayor de las aventuras y con lo que a mí me gusta agarrar a las mamás de las manos, acariciarlas... el no poder tener esa cercanía, vaya", dice esta experta que está en permanente contacto con miembros de su gremio, aparte de con ginecólogos, pediatras, osteópatas y fisioterapeutas.

No en vano, Lola fue madre a los 22 y a los 24 y tiene con sus hijas, Ana e Iria, que no heredaron su profesión pero aman ese mundo, una escuela, "de mamás", cómo no, en la que Lola sigue, por la red, con sus clases de educación maternal. Cuidan el embarazo, el postparto y lo que se tercie.

Lola cursó Enfermería. Presenció un parto, de su cuñada. Y tuvo claro a qué se quería dedicar. Desde luego, un pensamiento atinado.

Ella nació en casa, y asistió a dos mujeres que dieron a luz en sus domicilios, en una de esas ocasiones junto a una de sus hijas, Iria, que se convirtió en madrina del recién llegado, llamado Aitor.

"El sueño que tengo ahora es el de ser abuela y atender ese parto". "Es la mayor ilusión", confiesa Lola, que ayudó a nacer a cinco de sus nueve sobrinos nietos, los que están en España, pues a cuatro los tiene en Canadá.

Así, estuvo en los nacimientos de Lucía, que estudia veterinaria; de Carla, de Lúa, que el primero de mayo cumplió cuatro años, de Zoe, la más pequeña; y de Mateo, que no entiende por qué no puede haber contacto, por más que se le explique. Es el primero en la lista de los abrazos pospuestos de la matrona.

"Cada día me gusta más lo que hago", puntualiza esta experta, y lo transmite así. Hay madres que la marcaron. Y mucho.

Trae a su memoria a aquellas que la consolaron cuando su mamá estaba mal, enferma de leucemia. Se sabe sus nombres, sus apellidos, y los de sus descendientes. Y se emociona. "Hubo épocas que no eran mi mejor etapa. Y mi cara es el espejo del alma".

Lola Iglesias está en el centro de salud de Sigüeiro (A Coruña). Es en atención primaria donde, en sus inicios, tenía opción de hacerse con una plaza. Hubo un tiempo en el que estuvo en el hospital del Barbanza. Y desde 1992 es una figura indispensable en La Rosaleda, en la maternidad de esa clínica privada. A partir de ese año, empezó a compaginar. Hasta hoy. Sigue dando el callo como en sus comienzos.

En este enclaustramiento, mascarillas por medio, estuvo en otro parto muy especial. Una madre, de 36 años, que ella trajo al mundo. Ahora, a su hija. "La ginecóloga, porque en la privada son ellos los que sacan a los bebés, me dijo: ya que sacaste a la mamá, saca a la hija también. Lo hice. Y ayudé al celador a pasarla a la cama. Esa madre me dijo que tenía que abrazarme sí o sí".

"Y actuó de manera repentina, algo fugaz. No pasó nada afortunadamente. Es tan difícil como imprescindible la contención". La bebé ya ha cumplido su primer mes.

Lola, que mañana celebrará trabajando el Día Internacional de las Parteras, hizo sus pinitos en su pueblo, en Boqueixón, cuando no había ni centro de salud. A las vecinas embarazadas les pedía si podía ir con ellas al hospital. Hasta ponía su coche. Era tal la ilusión que ella tenía que hubo quien creyó incluso que se trataba de su obligación. Nada más lejos.

Hace seis meses se encontró con Luis y con la progenitora de éste. Por supuesto es otro de los niños que vio nacer. "Aquí tienes a la que te puso el nombre", le espetó la madre al chico. Y señaló a Lola. "¿Cómo quería ponerme, que nunca se acuerda?". "Steve, porque lo había visto en una película, pero dudaba de la escritura", le aclaró Lola, a la que no se le pasa nada por alto. Esa mujer acabó diciéndole a la matrona que casi mejor el nombre que ella quisiese. "Muchas gracias, que prefiero Luis", es la opinión actual de su "bautizado".

Y Lola, evidentemente, estuvo en el nacimiento del primer niño del milenio en Santiago. Xenxo, de Pontecesures (Pontevedra), que estudia Farmacia. "Mi primer Xenxo. Después vinieron más. Estoy esperando a que alguien me lo presente. O que sea él mismo". Ahí queda dicho por una mujer que cuenta los partos por miles. Al final de su carrera, desvelará la cifra exacta.

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