¿Qué es lo que desencadena una historia? El deseo de narrar surge de los estímulos más imprevistos: un secreto, una imagen, un olor, una obsesión…

['No cantes canciones tristes por mí', una novela gótica con fantasmas, bailes de sociedad, pero sobre todo misterio]

A mí me gusta pensar que Libre es mi corazón (Ediciones B, 2024) nació de una frase o, mejor dicho, de una declaración rotunda y tajante: "Siempre se dirá de la mujer que, como la violeta, tanto más escondida vive, tanto es mejor el perfume que exhala. La mujer debe ser sin hechos y sin biografía, pues siempre hay en ella algo que no debe tocarse".

Recuerdo muy bien el momento en el que, recién iniciada mi investigación para escribir una novela sobre Rosalía de Castro, me topé con esta afirmación de su esposo, el historiador Manuel Murguía, que él incluyó en su libro Los Precursores; precisamente en el capítulo dedicado a la poeta que había fallecido un año antes y jamás llegó a leerlo.

Portada del libro 'Libre es mi corazón'.

Mientras me disponía a enfrentarme a la temida hoja en blanco, esas palabras seguían resonando en mi mente como una tonadilla pegadiza. Y cuanto más las releía, con mayor fuerza se perfilaba ante mis ojos la imagen de Rosalía como una mujer apocada y frágil, delicada como una violeta, esa "pobre, incurable sonámbula" de sus versos más dolientes.

Rosalía la tímida, la dulce, la callada, la enferma, la mansa… la que en su lecho de muerte suplicó a sus familiares que quemasen todos sus papeles, entre ellos, sus obras inéditas y sus cartas más íntimas, tratando así de borrar los últimos rastros de su paso por el mundo. Intentando, quizá, ser sin hechos y sin biografía.

La poeta que logró elevar la oscuridad al rango de musa en su inolvidable Negra Sombra parecía haber vivido y muerto de ese modo: esquivando la notoriedad y la luz.

Misterios de una vida

Pero ¿siempre había sido así? En toda vida hay misterios que descifrar, nudos que desentrañar y recovecos que explorar. A medida que buceaba en archivos y hemerotecas, enfrentándome al desafío de descubrir a la mujer tras el mito, me iba distanciando más y más de esa primera impresión.

En realidad, Rosalía de Castro no fue una violeta de suave perfume, sino una rosa silvestre cuajada de espinas. A menudo fue frágil, sí, pero también supo ser fiera e implacable.

Su condición de mujer y su natural timidez la impulsaron a intentar esquivar el escrutinio del mundo, pero aun así nunca fue capaz de huir del relumbre inherente a un talento como el suyo.

Muchas vidas en una

Su vida comenzó en el año 1837 con un bautizo en secreto entre los muros de la Inclusa de expósitos del Hospital Real de Santiago de Compostela y terminó cuarenta y ocho años más tarde, durante un verano tórrido, en su casa de Padrón.

Entre medias, una biografía que, muy a pesar de las palabras de su esposo, sí fue pródiga en hechos. Y es que, a Rosalía, a pesar de la brevedad de su existencia, le dio tiempo a vivir muchas vidas en una.

Se negó a plegarse a la vergüenza de su condición de hija ilegítima y, de adolescente, se nutrió del dinámico semillero cultural del Liceo de Santiago de Compostela, vibrante de ideas progresistas. Allí conoció y se codeó con muchos intelectuales gallegos de su época.

Denunció la injusticia de una Galicia empobrecida

Debutó como actriz con gran éxito, cosechando halagos y menciones en prensa, pero ya más tarde, cuando cambió las bambalinas por los versos, tampoco se mostró timorata a la hora de denunciar la injusticia de una Galicia empobrecida o arremeter contra la tragedia de los emigrantes, aquellos gallegos esclavos que marcharon a Cuba llenos de ilusiones que se hicieron trizas por el camino.

Como tantas mujeres de talento que se atrevieron a empuñar la pluma, Rosalía tuvo que luchar contra los prejuicios de su tiempo y contra una sociedad que miraba de reojo y con las cejas alzadas a las literatas.

Durante aquel azaroso siglo XIX abundaron las autoras que optaron por ocultar su identidad tras un seudónimo de varón, como las hermanas Brontë y George Eliot en Inglaterra, George Sand (a quien Rosalía de Castro admiraba profundamente) en Francia o, ya en España, Fernán Caballero, a quien nuestra autora dedicó más tarde su libro Cantares Gallegos.

Rosalía de Castro, en cambio, sí firmó con su propio nombre y lo hizo alejándose de la idea de una domesticidad cómoda y preconcebida. Como mujer y como escritora, huyó del modelo de ángel del hogar, tan en boga en la época y, como ella misma admitía, jamás deseó cantarles "a las palomas y a las flores", tal como se esperaba de las mujeres.

Descifrar a Rosalía de Castro es como ir retirando las capas de una muñeca matrioska, velo tras velo, para ir descubriendo misterios, contradicciones, amores y odios, tragedias y secretos, muchos secretos. En Libre es mi corazón, combinando la ficción y una documentación exhaustiva, e intentado dar respuesta a algunos de ellos.

El secreto de la paternidad

¿Quién fue el verdadero padre de Rosalía, cuya identidad se mantuvo en secreto durante tantos años? ¿Cómo fue su relación con la familia Castro, estirpe de fidalgos a la que le tocó presenciar los últimos estertores del Antiguo Régimen? ¿Quiénes fueron sus amores y sus odios? ¿Por qué estuvo a punto de morir de un disparo recién llegada a Madrid, con apenas veinte años?

Antes he dicho que la premisa de Libre es mi corazón nació de unas palabras escritas por Manuel Murguía. No puedo dejar de mencionar ahora otra frase, la que da título a la novela y que tomé de su texto Lieders, que es en sí mismo un canto a la autonomía: "Libre es mi corazón, libre mi alma y libre mi pensamiento, que se alza hasta el cielo y desciende hasta la tierra".

Y es que Rosalía, la poeta de las sombras, luchó toda su vida, con determinación implacable, por un único objetivo: la libertad.