Pocas personas saben que el éxito global de la considerada pintora más famosa del mundo, la mexicana Frida Kahlo (1907-1954), proviene de la labor de otra mujer que no fue precisamente su amiga pero sí su valedora: la coleccionista Dolores Olmedo (1908-2002), toda una celebridad en el México postrevolucionario y figura clave del contexto intelectual, político y empresarial del siglo pasado.

Se trata de una época marcada por la gran transformación nacionalista que impulsó la modernidad y el progreso social mediante campañas de alfabetización, la inclusión de las minorías indígenas y el rescate de las raíces mexicanas frente a influencias extranjeras propias del Porfiriato, el periodo que precedió a la Revolución de 1910.

El pintor Diego Rivera, quien luego sería marido de Kahlo, había conocido y retratado a Dolores Olmedo cuando esta tenía 16 años. Aquella “joven de piel de seda y cabello oscuro como la noche” —así se dijo— empezaba a despuntar por su belleza y determinación al acompañar a su madre, María Patiño, en el efervescente ambiente universitario mexicano de entonces.

La señora Patiño, involucrada en el activismo estudiantil del país de hace un siglo, pertenecía a la primera generación que hubo de maestras públicas. Con su compromiso político y trabajo continuo, dejó en su hija Lola una huella perenne del ejemplo a seguir: “comparte con tus semejantes todo lo que tengas”, decía.

Con los años, Diego y Dolores forjaron una estrecha amistad. Ella compraba sus cuadros y él la animaba a adquirir también los de Frida porque aducía que sería muy famosa. Al morir la artista en 1954, Rivera, enfermo de cáncer, quiso salvaguardar el legado de la pareja en manos seguras antes de su deceso, tres años después. Había vuelto de Rusia con la salud quebrada y en aquella última etapa los Olmedo le alojaron largas temporadas en la casa familiar de Acapulco y le costearon algunos gastos.

Con Diego Rivera, amistad de por vida. El muralista le cedió todos los derechos autorales de su obra. Cortesía Museo Dolores Olmedo

Fruto de aquellos postreros días quedaron 25 cuadros de puestas de sol acapulqueñas y varios retratos a los hijos de Dolores Olmedo que forman hoy parte de la colección. Si hay que mencionar una obra favorita, la familia no duda en elegir La Tehuana, lienzo a gran tamaño que plasma a una jovial Lola en danza juchiteca.

Dolores Olmedo en su casa, donde colgaban decenas de cuadros de artistas, la mayoría de Diego Rivera. Cortesía Museo Dolores Olmedo

Alas para volar

El desenlace de aquella generosidad mutua y empatía afectuosa mantenida durante décadas fue que el sapo-rana, como se autodenominaba Diego Rivera, cedió en su testamento los derechos autorales de todas sus obras a Dolores Olmedo, aunando en poder de la misma las dos mayores colecciones del muralista y Frida Kahlo que existen en el mundo: 148 piezas del primero y una treintena de ella.

Dolores Olmedo, en 1955, con el diputado Antonio Vargas McDonald y Diego Rivera (dcha), en una foto dedicada por este, que firma como "el sapo".

Es precisamente esta colección de Kahlo la que Fundación Casa de México en España exhibe hasta el 30 de noviembre bajo el título Frida Kahlo: Alas para volar, en Madrid. Reúne el mayor número de piezas dramáticas y autorretratos, como La columna rota, El Hospital Henry Ford o Unos cuantos piquetitos, trasuntos de un recorrido vital marcado por el dolor, las relaciones de pareja, la violencia de género y la muerte, entre otros.

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No obstante, la idea de crear un espacio público para conservar, exhibir y compartir el arte de Diego y Frida había arraigado en la mente de la coleccionista tras la muerte de la pareja. Fue un proyecto arduo que tardó más de tres décadas en ver la luz, pero en 1994 el Museo Dolores Olmedo abrió por fin sus puertas.

El recinto se ubica en la hacienda colonial del siglo XVI La Noria, al sur de la capital mexicana, unos terrenos comprados en 1965 en uno de los primeros asentamientos novohispanos del Valle de México. Dolores Olmedo transformó el conjunto en un exótico espacio de significación mexicana, con extensos jardines poblados por pavos reales, guajolotes y perros xoloitzcuintles asociados a la mitología mexicana.

Abrazada a un perro xoloitzcuintle, asociado a la mitología mexicana. Cortesía Museo Dolores Olmedo

Además de la obra de Diego y Kahlo, el museo cuenta con 42 cuadros de la primera mujer de Diego Rivera, Angelina Beloff, un millar de piezas prehispánicas y la colección Oaxaca, objetos atesorados por Frida y Diego. De este modo, en el universo Rivera, satélites tan poderosos como el de Frida Kahlo adquirieron con el tiempo brillo propio.

Ni amistad ni cariño

Para ahondar en la figura de Dolores Olmedo y de su relación con Frida Kahlo, EL ESPAÑOL ha entrevistado en Ciudad de México a Carlos Phillips Olmedo, hijo y director general del Museo Dolores Olmedo; a la directora de colecciones, Josefina García; y en Nueva York a Dolores Phillips Margáin, nieta y directora ejecutiva de la institución.

Carlos Phillips Olmedo, el pequeño de los cuatro hijos de doña Lola, el único vivo, cuenta que su madre fue “todo menos convencional”, que “construyó, hizo y deshizo cuanto quiso”, y que el suyo no era un feminismo militante aunque destacara en un mundo de “hombres poderosos, instruidos y divertidos de los que fue muy amiga”.

Dolores Olmedo en realidad no tuvo muchas amigas. La mujer que más quería era su madre, una persona “de pensamiento avanzado y actitud de reto ante la adversidad que sacó adelante a sus hijos sola cuando quedó viuda”, explica Carlos Phillips, el ejemplo cotidiano de que con educación y trabajo “se consigue todo”.

En cuanto a Frida, a pesar de que ella y Dolores tenían casi la misma edad, de que se habían conocido muy jóvenes y pertenecían a la famosa Generación de 1929 que logró la independencia académica de la Universidad Nacional de México, entre ambas “había respeto pero no amistad ni cariño”, afirma Phillips. Quizá por ser dos personalidades “muy fuertes, intelectuales y luchadoras”.

Eso no impidió que Olmedo promoviera la obra de Kahlo y la posicionara en el mundo cuando murió. “La consideraba una mujer muy valiente”. Con humor, la familia reconoce que al principio Frida era conocida como la esposa de Rivera y que ahora es al revés: “Ella le ha superado en popularidad”.

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Desde Nueva York, la nieta de Dolores Olmedo, del mismo nombre, rememora que su abuela fue una compañera divertida y cercana, una aventurera excepcional. “Nos llevaba de vacaciones, de viaje, a la lucha libre, al circo, al teatro y hasta a las construcciones de edificios que realizaba”.

Y continúa: “Mi abuela tenía una visión muy clara y nunca supo hacer nada chico. La vida de ella era de trabajo. Decía que si te comprometes, lo cumples. Hacía todo con energía, con intención, y lograba sus metas. La suya era una pasión sin límites. Siempre supimos y entendimos que quería abrir un museo para compartir la obra de Diego y Frida con el pueblo de México y el público global”.

Libre y no liberada

“¿Qué si era feminista? Ella insistía en que era una mujer independiente y libre, no liberada, porque siempre había hecho lo que quería”, responde su nieta. “Abrió camino, desde luego”. Hablamos de una persona instruida que había estudiado abogacía en una época en que las mujeres no iban a la universidad, música en el Conservatorio Nacional y arte en la Academia de San Carlos.

Con Miguel Alemán, presidente del gobierno de 1946 a 1952. Fue la única mujer que formó parte del mismo. Cortesía Museo Dolores Olmedo

En el recordatorio de sus logros, la familia destaca que fue la primera mujer empresaria de México, la primera en el mundo de la construcción —compró una empresa de ladrillos y progresó hasta gerente general de una gran constructora inmobiliaria—, la única mujer del gobierno de Miguel Alemán, contratista del sector público y privado, gran coleccionista, organizadora de exposiciones, promotora de arte y hasta empresaria taurina.

Junto a su marido, el periodista inglés Howard S. Phillips, padre de sus cuatro hijos. Cortesía Museo Dolores Olmedo

Dolores Olmedo se casó en 1935, a los 27 años, con el periodista inglés Howard S. Phillips, veinte años mayor que ella y padre de sus cuatro hijos. Phillips, que había luchado en la I Guerra Mundial junto a Estados Unidos, había llegado a México en 1923 y un año después fundó la revista de arte y cultura Mexican Life. Fue quien presentó a Diego Rivera y la joven Lola. Se divorciaron de manera amistosa en 1957.

Phillips conocía a la generación de John Dos Passos, William Faulker, Melvyn Douglas y Ernest Hemingway. Le gustaba la política y la cultura. Hablaba lenguas. En México, el matrimonio llevaba una gran vida social rodeado de gente sobresaliente: intelectuales, políticos, empresarios, poetas, artistas. La crema y nata de la juventud liberal y culta, como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo o José Vasconcelos

Dolores Olmedo tuvo una intensa vida social siempre rodeada de intelectuales, artistas, políticos, empresarios... Cortesía Museo Dolores Olmedo

“Doña Lola, buena emprendedora, humorista y atea —menciona su hijo—, solía decir que prefería ir al infierno porque allí estaban todos sus cuates; también que prefería ser cabeza de ratón, pero para serlo luego de león; nunca se permitió estar a la cola. Se había formado con el ejemplo de su madre, eje de mujeres fuertes: maestras, hermanas, sobrinas”.

Frida, más comunista que feminista

En Ciudad de México, Josefina García, directora de colecciones del Museo Dolores Olmedo, organiza las exhibiciones internacionales, préstamos e intercambios con otras instituciones desde hace décadas. Es testigo del boom de Frida, a raíz sobre todo del filme sobre la artista que protagonizó Salma Hayek en 2002 y de una exposición monográfica que hubo en la Tate Modern de Londres en 2005.

“Desde que Frida Kahlo se volvió conocida en otros países —apunta Josefina García­—, su figura ha sido tomada como ícono del movimiento libertario femenino, como emblema incluso del mundo chicano y gay; pero ella no era una luchadora feminista, sino una joven comunista muy involucrada con Diego Rivera en los grupos de la época”.

“Diego y Frida eran socialmente muy revolucionarios y muy cultos —añade—, admiraban a Stalin, tenían un sentido colectivo de la cultura y defendían con empeño las tradiciones mexicanas”. Encajada en esa visión fue la última voluntad de Dolores Olmedo: ceder al pueblo de México medio siglo de coleccionismo, indica Josefina García.

Una placa en el museo da fe de la intención: “Al ejemplo de mi madre, que siempre me dijo que todo lo que tengas compártelo con tus semejantes, dejo esta casa con todas sus colecciones de arte, producto del trabajo de toda mi vida, para disfrute del pueblo de México”.

En la imagen, Dolores Olmedo revisando papeles, siempre lúcida, enérgica y al día. Cortesía Museo Dolores Olmedo

Así pues, misión cumplida. Como ella misma dijo, “yo no heredé de nadie mi dinero, todo es fruto de mi trabajo, soy disciplinada, muy cumplida y le exijo a los demás porque me exijo a mí”. La gestión del museo está en manos de sus descendientes a través de un fideicomiso con el Banco de México. De momento, hay relevo generacional.

Las colecciones del Museo Dolores Olmedo, que a partir de 1994 iniciaron sus itinerarios por el mundo, reúnen arte moderno, colonial y prehispánico. Cada movimiento se negocia hasta con cinco años de antelación.

Tras la pandemia y dos años de paralización, el museo ha retomado su actividad . En 2024, para su trigésimo aniversario, se prevé la apertura de una nueva sede en el Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México, cuya céntrica localización facilitará las visitas en una urbe de 25 millones de habitantes.

El nuevo edificio está en proceso de construcción. Carlos Phillips Olmedo asegura que la familia es optimista: “La lucha de mi madre continúa con nosotros, estamos unidos con un claro entendimiento para seguir promoviendo el arte y las tradiciones de México en el mundo”.